El asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio a manos de sicarios ha conmocionado al mundo entero, dejando en medio del caos al vecino país de Ecuador. Pero el Perú no ha sido ajeno a estos menesteres y, a lo largo de nuestra historia, hemos vivido varios magnicidios. Uno de los más célebres fue el asesinato del presidente Luis Miguel Sánchez Cerro, quien fue acribillado el 30 de abril de 1933, por un militante aprista, en el antiguo hipódromo de Santa Beatriz, hoy Campo de Marte, mientras pasaba revisión a las tropas ante una inminente guerra contra Colombia.
Sánchez Cerro ocupó la presidencia en dos ocasiones. La primera vez entre 1930 y 1931, tras asumir el liderato de la Junta Militar de Gobierno, luego del golpe a Augusto B. Leguía. Y la segunda, a fines de 1931, al frente de su partido Unión Revolucionaria, cuando derrotó en unas reñidas y violentas elecciones a Víctor Raúl Haya de la Torre, el candidato del Partido Aprista Peruano.
Los apristas no aceptaron los resultados y lanzaron acusaciones de fraude, aunque finalmente no pudieron demostrarlas. Sin embargo, Sánchez Cerro contaba con un gran apoyo de las masas. “Es cholo como nosotros”, se solía oír en sus mítines.
La violencia de la lucha política obligó al Gobierno a apresar y deportar a varios líderes apristas y el 6 de marzo de 1932, Sánchez Cerro fue víctima de un primer atentado contra su vida, cuando un joven aprista le disparó un balazo que logró perforarle un pulmón, pero logró recuperarse al cabo de un mes.
El 30 de abril de 1933, sin embargo, la suerte no lo acompañó. El presidente pasaba revista a las tropas peruanas que serían enviadas al trapecio amazónico, donde se había producido un enfrentamiento con el ejército colombiano. Nadie presagiaba lo que estaba por ocurrir.
A la 1 de la tarde, terminado el desfile militar, el mandatario subió a su vehículo descapotado junto con un escolta. El auto presidencial avanzaba entre la multitud, cuando un individuo vestido con camisa a rayas, pantalón azul y zapatos amarillos logró superar la seguridad, se subió al estribo del carro y con una mano apoyada en el capote le disparó por la espalda varios tiros al que era el hombre más poderoso del Perú con una pistola automática Browning.
Tras unos segundos de desconcierto, los edecanes reaccionaron y abatieron al magnicida, que después fue identificado como Abelardo Mendoza Leyva, natural de Cerro de Pasco y que años atrás se había afiliado al partido aprista, según historiadores como Jorge Basadre.
Gravemente herido, Sánchez Cerro fue trasladado al Hospital Italiano, que por entonces quedaba en la avenida Abancay, en el Cercado de Lima, y falleció tras dos horas de agonía.
Según la historiadora Margarita Guerra, «muy pocos dudaron de la responsabilidad directa de la dirigencia del APRA en la consumación del crimen, y los apristas, los descentralistas, y algunos otros grupos, consideraron que la muerte del presidente era el correlato necesario a las masacres de los apristas de Trujillo, Chocope y otros pueblos».
El APRA negó siempre la autoría del crimen y lo atribuyó al accionar personal de un individuo fanatizado. Sin embargo, Armando Villanueva del Campo, en su libro La gran persecución, escrito en coautoría con Guillermo Thorndike, reconoció que si hubo complot en el asesinato de Sánchez Cerro, del que participó un sector del partido aprista, del que formaba parte Leopoldo Pita, un dirigente del partido.
Lo cierto es que con la muerte inmediata del asesino, Mendoza Leyva, el crimen quedó para siempre como un misterio sin resolver, al estilo de lo que sucedería años después en Estados Unidos con John F. Kennedy, tras la muerte de su supuesto victimario, Lee Harvey Oswald.
Volviendo a aquellos días convulsos, el Congreso de la República dispuso una votación para elegir al nuevo mandatario. Óscar R. Benavides, a quienes algunos también atribuyeron la autoría intelectual del crimen, resultó electo con 81 votos a favor. El 1 de mayo el Congreso declaró duelo nacional. Las calles, bancos y negocios estaban vacíos; las banderas estaban a media asta en señal de luto. Los restos presidenciales fueron trasladados hacia la Parroquia del Sagrario donde permaneció hasta el 3 de mayo. Los funerales fueron el 4 de mayo en el cementerio Presbítero Maestro. Sánchez Cerro tenía solo 43 años.
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