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La historia de don Elmer, un maestro en las aulas, las pachamancas y los cuarteles

¿Se pueden hacer realidad dos sueños a la vez? La historia de don Elmer nos dice que sí
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Llegaron las y qué mejor que celebrarlas con una sabrosa . Y qué mejor que sea preparada por Elmer Machuca Arrieta, quien a sus 45 años se puede dar el lujo de hacer lo que le gusta, combinando sus pasiones para ganarse la vida: la docencia, la cocina y la milicia.

Este tarmeño, de 1.65 de altura, es profesor de ciencias sociales en un colegio, es un experto preparando pachamanca y todo tipo de carnes a la parrilla, padre de familia, esposo, pero sobre todo un militar de corazón que tiene su centro de comando en la cuadra 18 de la avenida Los Alisos, en San Martín de Porres.

Don Elmer, ¿cómo así mezcló las pizarras con las brasas?

Es muy sencillo. Mi vocación es ser profesor, una actividad que me gusta, pero la cocina también, así que decidí dividirme en dos para juntar mis pasiones.

¿Y la milicia?

Eso también, es el plus que le pongo. Mi hermano era soldado de la Fuerza Aérea del Perú (FAP), pero falleció por una enfermedad y yo decidí seguir su ejemplo porque me gustaba la vida castrense.

¿Postuló a la escuela?

Claro, pero lastimosamente no pude ingresar por una malformación física.

¿Eso lo desmotivó?

Un poco, pero salí adelante y con el pasar de los años me pude sacar el clavo.

¿Cómo así?

Muy fácil, mi hermano había dejado todos sus uniformes en casa y para que no se malogren se me ocurrió usarlos como indumentaria para mi cocina. El restaurante recién lo abrí en 2010 y tenía que ser diferente a los demás para captar la atención de los comensales.

Pero seguía dando clases.

Por supuesto. La docencia es algo que nunca voy a dejar. Me gusta, me fascina. Aparte lastimosamente, es una profesión que en nuestro país no es muy bien remunerada.

¿Pensó dejarla?

Nunca. Eso sería rendirme y no seguir con mis objetivos que son enseñarles valores y cosas buenas a mis alumnos. Además, con la docencia se sufre, pero se goza (risas).

Me quedo con esa frase, porque uno siempre tiene que hacer lo que en verdad le gusta, de lo contrario haría las cosas por compromiso.

Cierto. Si no, las cosas no saldrían como tú quieres y te sentirías mal contigo mismo.

¿Cómo se califica usted?

Simple, soy 51% profesor y 49% cocinero, pero sobre todo con el corazón militar. Es la combinación perfecta (risas).

Su esposa lo apoya bastante, ¿verdad?

Ella es la que me empuja para seguir adelante y para coincidencia, también es profesora.

¿No me diga que fue su alumna?

(Risas) Elvia Fernández (su esposa) era mi compañera de carpeta en la universidad La Cantuta. Al principio no me daba ‘bola’, pero con el pasar de los años pude conquistar su corazón y acá estamos juntos.

Doña Elvira, ¿alguna vez le ha dicho a su esposo que deje de hacer tantas cosas juntas?

Una vez, porque el cuerpo también se cansa, pero es lo que le gusta. Además, aquí estoy yo para ayudarlo y sé muy bien que la vida del profesor es dura.

¿Por qué dice eso?

Cuando salí embarazada de mi primer hijo, no nos alcanzaba el dinero. En las mañanas dábamos clases y por las tardes salíamos a vender gelatinas en los paraderos de los buses, para ir juntando ‘plata’ para la llegada del bebé.

Y con todo eso, ¿de qué se sienten orgullosos?

Cuando nos cachueliábamos, salíamos a ofrecer pachamancas por todos lados, nadie nos hacía caso hasta que una ladrillera nos pidió 2 mil 500 porciones. Nos sentimos recontra felices.

¿Cómo hicieron?

Armamos un horno artesanal en la casa de mi suegro y todo el barrio salió a ayudarnos. Fue emocionante y poco a poco, la gente sabía de nuestra comida.

Señor Machuca, ¿en qué momento decidieron poner el restaurante?

Siempre hemos ‘cachueleado’ de todo, sin dejar nuestra profesión. Dábamos clases particulares, vendíamos lo que sea en los paraderos, repartíamos menú, hasta que un día se nos ocurrió poner un pequeño restaurante.

Les fue bien.

No nos imaginábamos que nos iba a ir recontrabién. Mi esposa es una trome en la cocina y ella supo ganarse el estómago de los comensales (risas).

Hasta que el negocio creció y nació ‘Las terrazas de mi pueblo’.

Sí. Esto comenzó con nueve mesas, hoy contamos con alrededor de 50 y nos va muy bien. Uno por la buena sazón, dos por el trato que le damos a nuestros comensales y tres por nuestros productos que son únicos.

¿Como cúales?

Como la pachamanca ‘super narco’, que lleva doce tipo de carnes en distintas preparaciones (chancho, pollo y res), ½ cuy, papa, habas, humitas, choclo, queso, camote, plátano asado y sus dos jarras de chicha. Una delicia.

¿Todo eso es un solo plato?

Claro, pero ojo, es para compartir con diez personas.

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