Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un combinado de chanfainita con tallarín rojo, y su respectivo rocotito molido. Para tomar pidió una jarrita de chicha morada. “María, el cambio climático está haciendo estragos en el mundo. El calentamiento del mar y el deshielo van a cambiar en pocos años la configuración del mundo. No solo se perderán bosques y selvas, que ayudan con la creación de oxígeno, sino que las temperaturas serán cada vez más altas, al extremo de hacer de algunos lugares completamente inhabitables. Según reportes oficiales, el calentamiento del agua de mar ha llegado a los 36 grados, lo que provoca fenómenos más recurrentes como el de El Niño. En China, como nunca, se han dado temperaturas de hasta ¡52 grados! Una barbaridad. Es tanto el calor en zonas antes templadas, que se están produciendo grandes incendios, como el de Canadá, donde durante tres meses ardieron bosques del tamaño de Portugal. Se sabe que como consecuencia del venidero fenómeno de El Niño Global habrá más calor.
Todos los científicos exigen, no piden, que las emisiones se reduzcan a por lo menos la mitad para evitar el calor letal. Aconsejan hacerlo desde ahora para que el planeta no muera. Cada segundo cuenta, afirman. Es difícil que las grandes potencias lo hagan. Por eso, queda en nosotros mismos poner un granito de arena. ¿Cómo? No arrojando desperdicios a los ríos, mares y lagos. Reciclando o exigiendo que se recicle. Plantar más árboles, no solo en nuestra casa, sino también en los parques. Debemos enseñar ahorita mismo a los niños que el planeta Tierra se está muriendo y que es responsabilidad de ellos (y más de nosotros, los adultos) evitarlo. Hay que dejar atrás el consumismo enajenado. Ese que te hace comprar un televisor sin que lo necesites, porque piensas que el que tienes ya está viejo. O que te compres ropa que no usarás.
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