La Seño María

Pancholón asustado

Pancholón recibió una fuerte amenaza luego de meterse con una venezolana.

El Chato Matta llegó al restaurante por un tiradito tricolor y un arrocito con mariscos y su quesito rallado encima. También pidió una jarrita de limonada con hierba buena. “María, los años no pasan en vano. Ahora cuando me tomo unos tragos, al día siguiente me duele todo, hasta la punta del pelo. El viernes ya estaba llegando a mi casa y sonó mi celular. Era el gran Pancholón, el abogado mujeriego. ‘Chatito -me dijo en tono bajito-, tú eres mi hermano. Solo confío en ti. Estoy escondido en una casa fuera de Lima’. ‘Pancho, ¿qué pasó?’, le pregunté. ‘Causita, todo empezó apenas regresé de . Llegaba a mi oficina y vi en la puerta a un mujerón. Morochita, buenas caderas, bien al tinte y colorete rojo. Era una venezolana hermosa con un pantalón jean apretadito y un cuerpito mejor que el de . Me hice el sobrado y pasé de largo, pues sabía lo que venía: ‘Doctor, disculpe que lo interrumpa. Lo estaba esperando. Tengo un gran problema y necesito su ayuda. Mis papeles no están en regla y me pueden sacar del Perú’.

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Cuando pronunció esas palabras, acercó sus pechos hacia mí. ‘Un secretario mañoso me hizo una propuesta indecente para ayudarme, pero es feo y huele mal. Si al menos fuera guapo y tuviera lindos ojos como usted. Me encantan...’, y me lanzó una mirada seductora. ‘Espérame un ratito’, le contesté. Llamé a mi secretaria y le dije que me iba a una diligencia urgente a Ica y no iba a llegar en todo el día.

‘Doctor -me dijo Yorlis-, ¿me va a secuestrar?’ Nos fuimos a Chucuito. ‘Panchito, me dijo, en el Perú ya me enamoré del cebiche, pídete un plato grande y dos cervecitas heladas’. Al rato ya la estaba chapando como el . ‘Gordito, solo te pido algo. Que no se entere mi novio, que no se entere. Él me trajo para trabajar aquí y...’.

Chato, no puedo con mi naturaleza. Cuando me hablaba de su novio, me excitaba más. Me olvidé de mi otra venequita de 1.85. En una hora ya estábamos en un hotel de tres estrellas bien bacán con vista al mar, en la bajada de Sucre a la Costa Verde, con agua caliente y jacuzzi. Yorlis era una loba en la intimidad y me hizo sudar más que el sauna. ‘Llámame ‘diablita’. Soy tu ‘diablita’, tigre. Ruge, ruge, tigre’. Chato, te juro que se me aceleró el bobo, pero pensé ‘si muero aquí, me voy feliz de este mundo’. ¡Qué vivan los partidores! ¡Que viva Venezuela libre! ¡Fuera Maduro!

Quedamos en volvernos a ver, pero le advertí: ‘Ni se te ocurra contarle a tu novio’. Pero hay mujeres que están tiradas para el mal. Esa misma noche recibí una llamada a mi celular. ‘Oye, chamo, cónchale vale. ¿Te crees vivo, no?, ¿te gustan las diablitas, no? Pues vas a ver a muchas en el infierno, coño de tu m...’. ¡Qué palta! Nunca debí meterme con esa mujer, voy a desaparecer un buen tiempo’”. Pucha, ese señor Pancholón no escarmienta. Pasan los años, está más viejo y sigue siendo un cochino y sinvergüenza. Me voy, cuídense.

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