La Seño María

Pacholón embrujado

Estaba tan movido, me contó, que dejé que pararan un taxi y me llevaran donde un viejo por un cerro de Puente Piedra.
Estaba tan movido, me contó, que dejé que pararan un taxi y me llevaran donde un viejo por un cerro de Puente Piedra.

El Chato Matta llegó al restaurante por un sabroso cordero al palo bañado en cerveza, ensalada fresca y papitas doradas. Para calmar la sed pidió una jarrita de chicha morada fresquecita. “María, el gran Pancholón está bajoneado. Hace unos días tuvo cita con el médico, quien muy serio le dijo: Si usted quiere ver a sus nietos, deje el licor, las amanecidas, su hígado está inflamado y cuide su próstata... El gordito se puso blanco.

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Pero la advertencia le duró dos días. Se escapó con su ‘venequita’ de la avenida La Marina y demolió La Posada. Lo malo es que se pasó de tragos, entró en demencia y llegó con tremendos chupetones en el cuello y pecho. ‘Pancho -le dijo su mujer, muy seria- nunca vas a cambiar, si entras a una iglesia, el cura se enferma o se cae el techo. Ya no tienes remedio. Ni la Biblia ni los sermones te van a cambiar, ¡¡tú lo que necesitas es un brujo!!’.

‘Estaba tan movido -me contó- que dejé que pararan un taxi y me llevaran donde un viejo por un cerro de Puente Piedra. Allí, el espiritista, ni bien me vio, me miró mal y empezó a escupirme por todo el cuerpo un brebaje que olía igualito que los baños de esas discotecas ‘pacharacas’ del centro donde hay chicas del cuento. ‘¡¡Sal Satanás, sal de este cuerpo infiel. Largo, largo Lucifer, fuera diablo!!’. Me sentía mareado y sin fuerzas. Fue ahí cuando me hicieron tomar un líquido que parecía aceite de ricino y entré en trance. Veía todo nublado.

El brujo me decía: ‘Pancholón, el diablo se ha apoderado de ti, grita: ¡No voy a desear a mujer ajena!’. Chato, te juro que quería mentir, pero los escupitajos del cholón surtían efecto. ‘Sí, nunca me puedo controlar. Siempre harto a mis amigos, como el doctor Chotillo, a quien le arranché al amor de su vida, la guapa burrier’. Mi táctica es simple.

Una sacada de lengüita, una mordidita de orejita y ponerle entre sus piernas mi tarjeta de abogado que no cobra la consulta. El espiritista nuevamente me preguntó: ‘Pancho, los mandamientos son sagrados. Uno de los más importantes es ¡¡no mentir!! ¡¡Habla Pancholón, confiesa pecador, filisteo. Hijo de Satán!!’. ‘¡Síiii!, grité. Toda mi vida es una mentira. Engañé hasta a mi primera esposa el mismo día de mi boda’. ‘¡¡Este hombre necesita un exorcismo, son 300 soles más!!’, y se puso a hacer contorsiones como el clásico filme de la cachetona Linda Blair, ‘El exorcista’. Chatito, nunca había vivido un día más terrible.

El brujo se recuperó y volvió a la carga: ‘¡¡Confiesa tus traiciones!!’. ‘Sí, acabo de tener una encerrona con mi amor venezolana. Ella me secuestró y siempre me dice: ‘Panchito, este secreto que tienes conmigo nadie lo sabrá’. No puedo controlarme, cada vez que veo a una mujer, la quiero poseer, hacerla mía’. ‘Chato, dijo Pancholón, quiero estar tranquilo, pero me pican los pies, me entra el gusano y creo que nunca cambiaré’”. Pucha, ese señor Pancholón no tiene remedio. Al final se va a quedar viejo y solo por infiel, cochino y sinvergüenza. Me voy, cuídense.

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