Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por una parihuela de pescado con limoncito, rocoto y una porción de arroz blanco. Para tomar, una limonada calientita. “María, tengo varios años en el periodismo y he visto los asesinatos más terribles, así que pocas cosas me sorprenden. Pero ahora me llama bastante la atención la crueldad con que los criminales venezolanos quitan la vida.
A nuestro país han llegado más de un millón de llaneros y está claro que la inmensa mayoría son gente decente y trabajadora que dejó su país para escapar de la violencia y el hambre causados por el régimen chavista de Nicolás Maduro.
Pero lamentablemente también está viniendo lo peor de la sociedad venezolana. Asesinos que disfrutan matar de las peores maneras y que tienen la insania de grabarse para publicar sus delitos en internet.
Este grave problema lo venimos padeciendo desde hace unos años y llama la atención la pasividad de la presidenta Dina Boluarte, pues parece no darse cuenta del gravísimo problema que nos agobia. La mandataria no tiene ninguna excusa, pues está en sus manos y en las de nadie más comenzar a solucionar esta crisis.
Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, demostró que el problema de la inseguridad ciudadana se soluciona con decisión política. El mandatario centroamericano decidió hacerse cargo del tema y ejecutó una serie de acciones que han convertido a su país en uno de los más seguros del continente, cuando antes era de los más peligrosos del mundo debido a Las Maras.
La receta está dada: Hay que hacer cárceles de máxima seguridad (en nuestro país debería ser en zonas alejadas como Challapalca), dotar a la Policía de mejor armamento y equipos, darle una mejor preparación, que el Ministerio Público y Poder Judicial no suelten a los delincuentes tan fácilmente y, más bien, les impongan las más duras condenas.
Hay que respetar los derechos humanos de todos, pero especialmente de policías y peruanos de bien, no anteponer los derechos de los delincuentes”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.
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