El fotógrafo Gary llegó al restaurante por un sabroso cau-cau, arroz blanco, rocotito molido y su jarra de cebada heladita. “María, después de tiempo me encontré con mi viejo amigo, ‘Cigarrito’, un periodista de los antiguos, un ‘tigre’ en la sección política. Está más flaco que antes. Más delgado que un cigarro Pall Mall. Esa chapa se la puso el recordado fotógrafo Carlos ‘Chino’ Domínguez. Su cara está llena de arrugas y su ojos rojos de la resaca. ‘Gary, vengo del cementerio donde le llevé unas flores a mi eterno compañero de jornadas Jorge ‘Negro’ Salazar, el mítico escritor de crónicas policiales’.
El ‘Negro’ era un hombre cultísimo, sibarita y mujeriego. Recuerdo que nos encontrábamos en el ‘Juanito’ de Barranco con su novia de aquella época, una bella chibola llamada Sabeth, con ojos de gato. Allí me dijo: ‘Gary, eres un periodista joven con mucho futuro, te regalo mi novela’. ‘La medianoche del japonés’ me la devoré en dos noches. En realidad podríamos calificarla dentro del género ‘no ficción’ porque se basaba en un hecho real. En el año 1944 se produjo una masacre en una casa que quedaba en Chacra Colorada, Breña. Antes Lima terminaba justamente en Chacra Colorada, lo que ahora es el bypass de Tingo María, y era una acequia muy grande. Allí, los mocosos se bañaban y las señoras lavaban ropa.
En esa zona de gente pobre se produjo el asesinato de siete personas: dos parejas de esposos de nacionalidad japonesa y sus tres hijos pequeños. Los mataron a punta de garrotazos de madera. La escena del crimen era devastadora, con sangre por todos lados. El periodista de La Crónica, Ismael Ortega, fue uno de los primeros en llegar a la casa y se quedó con la boca abierta. En todo ese conglomerado de casas precarias, nadie sabía que esa vivienda de mil metros cuadrados y de altos muros albergaba un palacio. Tenía jardines y un estanque con peces de colores. La vajilla era de porcelana y los muebles de cedro. Todo era lujoso, como si fuera una casa de San Isidro. La policía detuvo a dos sospechosos.
Kie Naíto y Mamoru Shimizu, este último, hermano de una de las víctimas. En tiempo récord, la policía, después de hacerle un interrogatorio ‘científico’, consiguió la confesión de Mamoru. Al toque lo enjuiciaron y lo encerraron en el Panóptico (la antigua prisión de Lima) por treinta años.
Pero el periodista Ortega no creía que Mamoru fuera el asesino. Una sola persona no podía matar a otras siete a garrotazos. De eso trata la novela de Salazar. Además hay historias paralelas, como la de los pilotos norteamericanos que van a lanzar la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Uno de ellos termina desequilibrado. Con su matrimonio destruido, se vuelve un asaltante y termina en un manicomio. También Salazar descubre que la temible Yakuza, la mafia japonesa, estuvo detrás del crimen y que Mamoru fue solo un ‘chivo expiatorio’”. Pucha, ese señor ‘Cigarrito’ es buena gente y cuenta buenas historias, pero por su mala cabeza no guardó pan para mayo y para pidiendo menú fiado. Me voy, cuídense.