Opinión

‘Lacras en El Callao’

El fotógrafo Gary y la Seño María conversaron sobre la violencia en el Callao.
La delincuencia aumenta en el Callao.

Mi amigo, el fotógrafo Gary, pasó por el restaurante para llevarse su cebiche de pato, con sus yucas sancochadas y arroz blanco graneadito. “María, lo que está pasando en el Callao es de espanto. En lo que va del año han asesinado a 20 personas. Una cifra ultraviolenta. Pero lo que ahora escandaliza es el ataque escalonado contra tres trabajadores portuarios.

Los atentados tenían el mismo ‘modus operandi’, pues los gatilleros iban en moto. La sospecha es que las mafias de narcotraficantes que ‘preñan’ contenedores estarían detrás. ¿Cuándo se jodió el Callao? Es una pregunta que se hacen los chalacos antiguos y de bien.

Nunca me voy a olvidar cuando con el bravo periodista que cubría el primer puerto, el ‘Tío Bar’, entrevistamos al legendario delincuente chalaco que ya estaba anciano, el temible ‘Tío Filo’, en el peligrosísimo ‘Callejón de Nariguete’.

‘Sobrinos -nos dijo el ‘caporal’ del penal El Frontón, invencible en los duelos con sable- en el Callao siempre hubo zonas peligrosas y delincuentes bravos. Pero habían códigos. Una disputa irreconciliable entre dos bandos se decidía con un duelo a muerte entre dos. Los perdedores se llevaban a su muertito y no se avisaba a la policía.

Y sobre todo, sobrinos, nosotros jamás chocábamos con el barrio. Ahora veo a mis bisnietos de catorce años con revólveres y a mis nietos en la cárcel por sicariato. Esa es la más grande cobardía, matar por la espalda, a traición.

El narcotráfico y las extorsiones por el dinero fácil de las obras de construcción mandaron al diablo los códigos y todos se matan entre todos’. María, a las semanas murió ‘Tío Filo’, quien fue personaje de una novela político-policial de un escritor gordo y gringo.

Yo de chibolo me quedaba a dormir en casa de mis primos en La Perla Baja. Jugábamos pelota hasta la medianoche y nos bañábamos en la Mar Brava. A las cinco de la mañana nos íbamos corriendo por calles bravas para llegar a las playas Carpayo y La Arenilla, y los sábados a Cantolao para ver a las bellas chicas en bikini.

Pasábamos por el jirón Loreto y hasta la Siberia, o comíamos pescadito frito en Castilla. Eran zonas medio movidas, pero transitables. No habían pandillas matándose unas a otras o ‘zonas liberadas’. Hoy es imposible asomarse por esas calles.

Se necesita un plan integral con fuerzas combinadas de la Policía y las Fuerzas Armadas para acabar con las lacras. Sí se puede, pero falta un gobierno fuerte y con decisión”. Pucha, qué pena lo del Callao, región de gente alegre y trabajadora, azotada por la temible delincuencia. Me voy, cuídense.



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