Opinión

El gran Milan Kundera

El Búho recordó cómo conoció la obra del gran escritor Milan Kundera

Quienes conocen a este Búho saben que desde sus épocas de estudiante sanmarquino era admirador de un escritor de la entonces Checoslovaquia: (Brno, 1929). Hoy, ese estado comunista ya no existe, pero en 1979 sus jerarcas le quitaron la nacionalidad al escritor, quien desde 1975 se convirtió en un exiliado con residencia en París, donde años después el presidente Francois Mitterrand le otorgó la nacionalidad francesa.

Pero las infamias nunca triunfan. Mientras el muro de Berlín se derrumbó como un castillo de naipes, al igual que todos los satélites de la Unión Soviética, la Checoslovaquia de los ‘comisarios’ que degradaron y humillaron a Kundera también se fue por el desagüe y desapareció. Después de cuarenta años, en boca del embajador de la República Checa en París, se le pidió perdón y le devolvieron la ciudadanía al autor de ‘La broma’ (1967), ‘El libro de la risa y el olvido’ (1980) y, la monumental, ‘La insoportable levedad del ser’ (1984).

Nadie sabe el efecto que causó en él las humillaciones recibidas en su patria. Lo cierto es que al llegar a París adoptó el francés como lengua literaria y se negó a revisar las traducciones al checo de sus obras posteriores escritas en el exilio. No solo eso, al estilo del norteamericano J.D. Salinger, se volvió en un escritor casi invisible durante treinta años, sin dar entrevistas, ni hacer apariciones en público.

Solo rompió su silencio en 1980, cuando le concedió una entrevista deliciosa a otro grande, el escritor norteamericano Philip Roth. Cuando el embajador checo le entregó el certificado que le devolvía la ciudadanía tomó el documento, sonrió y solo dijo: ‘Gracias’. Lo acompañaba su fiel esposa Vera.

Pero vayamos al recuerdo de mi encuentro con sus libros en los años maravillosos en San Marcos, cuando no entraba a clases de Estadística por leer en un rincón apartado su libro clásico: ‘La insoportable levedad del ser’. Me impactó, porque en ese momento este Búho era un jovencito enamorado del amor, pero que todavía, creo, no lo había experimentado en realidad.

Y mis lecturas de Vargas Llosa, Kafka o Borges no me hablaban de ese sentimiento, como sí lo hizo Kundera. Solo hoy, tío y con el corazón lleno de cicatrices, este columnista puede comprender ese sentimiento como lo entendió él, en su personaje de Tomás. El checo conmocionó al mundo con la historia de un tipo que ama a su esposa, pero no puede controlar un desquiciante deseo de poseer a otras mujeres o tener una amante más intelectual que su pareja.

La esposa, Teresa, puede ser más guapa, pero se siente inferior y traicionada. Se sabe engañada, pero no puede dejar de amar e idolatrar a su marido, un tipo culto, de mundo, que se ‘dignó’ a escogerla como esposa a ella, de un nivel cultural muy inferior a él. Lo ama, porque tuvo la piedad de sacarla de un hogar con una madre manipuladora, que hizo todo lo posible para que de niña odie a su padre, que era un hombre bueno.

Kundera vivió en carne propia la recordada ‘Primavera de Praga’ en 1968, cuando el socialismo checoslovaco le dio la espalda al comunismo estalinista. Duró lo que dura una estación como la primavera, pues los tanques rusos invadieron el país y lo sometieron a sangre y fuego para condenarlo a ser otra vez un satélite de Moscú. Kundera había sido militante del partido, pero fue expulsado por intentar discrepar y cuando con voz libertaria se opuso a la dictadura de los invasores fue humillado y despedido de su trabajo en la universidad. Además, sus libros fueron prohibidos en las bibliotecas públicas.

Fue obligado a huir a Francia para salvar el pellejo. Por eso, sus personajes, como Tomás, que en este caso es un cirujano, son totalmente críticos del totalitarismo, sin ser liberales ni derechistas. Para los dogmáticos comisarios del partido, sus obras ‘eran reaccionarias’. Cuando leía ‘La insoportable levedad del ser’, en una San Marcos más roja que el rojo pasión, me preguntaba ¿por qué el amor podía ser tabú tras la ‘Cortina de Hierro’?

Kundera escribía en el libro lo que yo suscribo ahora: ‘El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores’. El checo siempre es candidato al Premio Nobel, su contribución a las letras universales consiste en que escribe sobre personajes que, ante todo, antepusieron el amor o el sentido del humor en sociedades cerradas, acríticas y aburridas.

Cuando por fin se dignó a declarar a los medios, estuvo acompañado de su esposa Vera Hrabankova, treinta años menor que él. Los chistes, el humor, están impregnados en la obra del maestro. ‘¿Cómo visitan los rusos a sus amigos? En tanque’, decía. Por esta humorada, en 1968, el escritor Jan Kalima fue condenado a dos años de trabajos forzados en un campo de concentración. A los jóvenes y a los no tanto les recomiendo de todo corazón ‘La broma’ o ‘La insoportable levedad del ser’, retratos de la vida y azares de hombres de carne, hueso, cerebro y sentimiento. Apago el televisor.


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