Este Búho, como todo el país, está a la expectativa del partido de la selección por la Copa América ante Canadá, que se jugará hoy en la ciudad de Kansas, la actual gran urbe del medio oeste norteamericano. Pero en 1959 era una capital del estado pequeña en comparación con Nueva York o Chicago. Rodeada de pueblitos habitados por granjeros dueños de centenares de miles de hectáreas de cultivos agrícolas.
Holcomb era uno de ellos, ubicado a seis horas y media de la capital en auto. Era un lugar próspero, donde el ‘diablo perdió el poncho’, habitado por granjeros descendientes de inmigrantes europeos y una porción de mano de obra hispana e india.
Los propietarios de las granjas se encontraban y hacían vida social en el pueblo cuando bajaban a comprar o a los bailes sociales. Había una estación de un tren que casi nunca se detenía, un banco, un colegio primario y secundario, la comisaría y almacenes de comercios básicos. Pero el 15 de noviembre de 1959, el ignoto pueblo se convirtió en tendencia noticiosa a nivel nacional.
Hasta el New York Times publicó la horrenda noticia acontecida en ese pueblito de gente pacífica y trabajadora, en su mayoría de religión protestante. Cuatro miembros de una de las familias más acomodadas del poblado fueron hallados brutalmente asesinados. Las víctimas se apellidaban Clutter: los encontraron maniatados, el padre Herbert (48 años) fue degollado; a su esposa Bonnie (45), su hija Nancy (16) y su hijo Kenyon (15 años) les dispararon en el rostro con escopeta.
El gran novelista Truman Capote leyó la noticia en el Times y no podía explicarse quién o quiénes podían haber cometido algo tan atroz en una zona tranquila alejada de la violencia de las grandes urbes. Le propuso al editor de The New Yorker viajar a Kansas y hacer envíos especiales hasta que se resolviera el caso.
Él acuñó la ingeniosa etiqueta de género ‘no ficción’ a su monumental novela ‘A sangre fría’, que no fue otra cosa que una impresionante investigación de ocho mil páginas reducidas a 320 deslumbrantes hojas del libro sobre esa masacre, trabajo que le duró desde 1959 hasta 1966 en que fue publicada y agotó 300 mil ejemplares en una tirada.
El autor, cosmopolita por naturaleza, vecino ilustre de Manhattan, tuvo que vivir un par de años en un pueblecito de granjeros inhóspito en Kansas, donde ocurrió el asesinato.
Inseguro, temeroso de emprender esta aventura solo, Capote le sugirió a su gran amiga, la también escritora Nelle Harper Lee, quien años después ganaría el premio Pulitzer por su novela ‘Matar a un ruiseñor’, para que lo acompañe, como si fuera una secretaria y una dama de gran trato y delicadeza, que le abrió las puertas cerradas por el candado de la desconfianza de los lugareños, granjeros desconfiados de los hombres de ciudad y, más aún, de un tipo tan ‘delicado’.
El novelista se estremeció cuando se descubrió que solo habían robado 42 dólares, una radio portátil y unos binoculares. Los malditos pensaban que en la residencia había una inexistente caja fuerte con miles de dólares. Dos jóvenes expresidiarios fueron los asesinos. El escritor decidió hacer una novela.
Aprovechó sus contactos con el jefe de la investigación, con el que hizo amistad, su dinero y se convirtió en íntimo amigo de uno de los homicidas, Perry Smith. Era un tipo de madre india y padre blanco. El otro, Richard ‘Dick’ Hickock, era una escoria blanca que confesó que un compañero de celda que había trabajado donde los Clutter le reveló que en la casa había por lo menos diez mil dólares en una caja fuerte, Capote sedujo a Perry, pasaba horas en su celda.
Ingresaba todos los días con un permiso especial. Se llevó el diario del criminal, los dibujos de Perry, visitó a su hermana en una reservación india y hasta consiguió que el famoso fotógrafo Richard Avedon, de la revista Life, ingresara a la prisión para hacer una espectacular sesión de fotos a los asesinos que fue portada.
Todos los mejores periodistas estaban en Kansas y Holcomb, pero Truman ya les sacaba kilómetros de ventaja. Todo era publicidad para su futura novela, de la que ya hablaba todo el país. ‘A sangre fría’ lo catapultó a la posteridad. Hay una leyenda negra. Comenzó a escribirla en 1959 y se publicó en 1966. Dicen que demoró tanto porque quería que su obra terminara con los asesinos ahorcados y estos, con ayuda suya, habían presentado apelaciones y la sentencia se alargaba.
Capote desesperado se alejó a la Costa Azul a terminar de corregir y controlar sus nervios a base de barbitúricos, alcohol y cocaína. A pesar de haber confesado que se había enamorado de Perry, en el fondo deseaba que lo ejecutaran para culminar su novela.
Los convictos no le perdonaron lo que consideraron una traición. Con ese título los estaba llevando a la horca y ya no quisieron hablar con él. Sin embargo, Truman asistió al ahorcamiento de los asesinos el 14 de abril de 1965. Y lo vieron llorar. Confesó, entre lágrimas, que vivir todo ese tiempo con semejante escoria humana le tomó cinco años de terapia psiquiátrica para ‘sacarme la mierda que esos dos me dejaron dentro’. Apago el televisor.
El Búho y una buena película de mafiosos
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