Este Búho lee en las redes que acaba de fallecer el almirante Luis Giampietri, muy recordado por su papel durante la prolongada toma de rehenes por parte del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru en la residencia del embajador de Japón en Lima, Morihisa Aoki. Incluso me entero que se estaría preparando una película sobre este tema. Recuerdo esa acción terrorista como si fuera ayer. En ese tiempo este columnista era jefe de la sección Deportes de un diario local. Era un 17 de diciembre de 1996. Ocho de la noche. En eso, todos los televisores retumbaron con un: ‘¡¡Flash, flash, flash!! ¡¡Terroristas acaban de tomar la residencia del embajador japonés y tienen 800 rehenes!! ¡¡Está la mamá del presidente Fujimori!!’.
Todos los canales desplegaban sus coberturas desde ese ‘búnker’ en que se había convertido la residencia nipona, en San Isidro. A mis jóvenes lectores debo brindarles un panorama general, una visión macro de lo que sucedía en la coyuntura política del país. Cuatro años antes se había logrado capturar a Abimael Guzmán y Elena Iparraguirre, y también a la mayoría de la cúpula senderista, con excepción de ‘Feliciano’. El país había encontrado una relativa calma, que comparada con los terribles años de barbarie senderista en Lima, que tuvo como colofón el demencial y salvaje atentado en Tarata, Miraflores, hicieron que la ciudadanía le diera una espectacular aceptación a la gestión del ‘Chino’. Los terroristas del MRTA eran jóvenes de la selva central, al mando de Néstor Cerpa Cartolini. Pero vuelvo a la toma de la residencia. Un político, en medio de los balazos al techo, misma escena de ‘Duro de matar’, logró escapar por una ventanita que daba al baño. Fernando Andrade, hermano del entonces alcalde de Lima, Alberto Andrade, se quitó la ropa y desnudo fugó corriendo al estilo Usain Bolt. Al final, los terroristas soltaron a las mujeres y a quienes consideraban que no ‘estaban vinculados al gobierno’.
Se quedaban los ‘peces gordos’, como el canciller Francisco Tudela y el propio Luis Giampietri. Las peticiones de los secuestradores eran imposibles de cumplir. Liberación de los 465 presos emerretistas, incluida la estadounidense Lori Berenson y la esposa de Cerpa. La eliminación de ‘la política económica neoliberal’ y el recorte de la cooperación económica entre Japón y Perú. Por último, mejores condiciones en el sistema carcelario. Fujimori dio una imagen de que ‘quería negociar’ con los secuestradores. Fidel Castro se había ofrecido a recibir al avión con los secuestradores y darles asilo político. El ‘Chino’ viajó a Londres para ‘conversar’ con especialistas en solucionar ‘situaciones límites’, mientras en el local de las Fuerzas Operativas Especiales del Ejército, al mando del general Augusto Jaime Patiño, se ensayaba un rescate de rehenes que buscaba tener las menores bajas. Desde la sierra ya había llegado un contingente de ‘topos’, mineros encargados de hacer un túnel por donde ingresarían los comandos ‘Chavín de Huántar’, en honor a las claustrofóbicas ruinas de la milenaria cultura Chavín. Los emerretistas estaban desmoralizados. Habían pasado demasiado tiempo en la residencia y el ansiado viaje a Cuba no se cristalizaba. El viejo Cerpa no podía controlarlos. Se dedicaban a jugar partidos de fulbito todas las tardes. El ex arzobispo Juan Luis Cipriani se había encargado de introducir una guitarra con micrófonos, por donde el almirante Giampietri se podía comunicar con el exterior. Es así que un 22 de abril de 1997 y cuando los inexpertos subversivos jugaban su ‘pichanguita’, una terrible explosión hizo volar por los aires a varios de ellos. Todo sucedió en contados segundos. Los valerosos miembros del comando ‘Chavín de Huántar’ arriesgaban su pellejo para salvar a los rehenes. El saldo del rescate arrojó catorce emerretistas muertos, además de dos militares: el teniente coronel Juan Valer, ‘Chizito’, y el teniente Raúl Jiménez. Solo un rehén murió en el impecable rescate, el vocal supremo Carlos Giusti. Apago el televisor.
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