
Este Búho es un viejo ‘doglover’. Mis mejores textos fueron escritos mientras mi labradora ‘Pancita’ me acompañaba a un costado, respirando hondo, agitada por la edad, a mitad de la madrugada. Yo, en tanto, le sobaba el lomo y meditaba así cada palabra que tecleaba, una tras otra. Hace algunos años murió, ya de viejita. Fue feliz. Y yo también fui feliz con ella. La amé, pero ella me amó más.
El amor que le tenemos a nuestros perros nunca superará el que ellos nos tienen a nosotros. Es un amor injusto. Ha venido a mi mente ‘Pancita’, mi fiel amiga, mientras leía la última publicación de la periodista y escritora Patricia del Río: ‘Jauría’ (Editorial Planeta). Se trata de un libro conmovedor, lleno de ternura, pero también de crudeza. Un libro ambientado en una de las épocas más oscuras de nuestra historia, la del terrorismo.
A través de la historia de diez perritos, Del Río disecciona los años de terror que se vivió en los Andes peruanos, puntualmente en Ayacucho. Entonces, la población se hallaba entre el abuso militar y la criminalidad sanguinaria de Sendero Luminoso.
La periodista recoge una historia que alguna vez le contó Rosalía Tineo, una destacada ceramista ayacuchana, para tejer desde ahí relatos que calan profundamente, pues uno va conociendo la desgracia de la gente desde sus mascotas. En esos años oscuros del terrorismo, familias enteras huían de sus pueblos por la violencia.

Solo las mujeres más viejas, enraizadas a su terruño, se quedaban, y eran ellas las que terminaban cuidando a los ‘chuchos’ huérfanos. En los 80 y 90 era normal, cuenta Del Río, encontrar pueblos vacíos, en donde solo vivía una anciana rodeada de los perros abandonados.
Cada protagonista en el libro da pie a una historia desgarradora, propia de esa temporada insana en nuestro país. Ahí los peluditos aparecen como un rayo de luz, con esa pureza propia, con su amor incondicional. Como un suspiro de vida entre tanta muerte.
Por ejemplo, está la historia de ‘Constante’, un perro que acompaña a su amo en la búsqueda de su hijo desaparecido. Ambos recorren montañas, escarban la tierra, penetran abismos, visitan cuarteles, pero no lo hallan y nadie da razón del muchacho. Derrotado, el viejo se deja morir y ‘Constante’, resignado, vuelve al pueblo a esperar su destino.
“Cuando uno es pobre y se muere, las vacas siguen pastando, las gallinas siguen poniendo huevos y el sol saliendo cada mañana. La vida sigue, pues, y a nadie le importa”, se lee en el libro.
Entre cada historia, la autora adjunta documentos históricos en los que quizás se inspiraron sus cuentos. El libro es corto, pero profundo en su mensaje: uno entiende –y siente- las vidas dinamitadas, las familias separadas, los sueños despedazados.
Tiene razón Del Río cuando dice que hace falta más ficción sobre los tiempos del terrorismo en Perú: Deben ser el cine, la literatura, la pintura o la música puentes para sensibilizar y enfrentar una realidad que nos golpeó fuerte y no debemos olvidar.
Casi al final del libro hay una hermosa reflexión que quiero compartir con ustedes y habla sobre esta degradación social que vivimos y que cada vez es peor. Es una realidad que no solo está en las calles, sino en nuestras instituciones: “Los perros son como la gente, también tienen sus preferidos. Sus amigos y sus enemigos. Pero nunca los he visto destruirse como nosotros”.
En una conversación en su casa, Patricia, ya recuperada de un cáncer agresivo, me dijo: “Búho, el terrorismo es un tema muy duro, una cosa horrenda que nos pasó como país y que nos sigue pasando cuando, por ejemplo, vemos los muertos de Pataz”.
El libro le demoró dos años en escribirlo, es el tercero después de ‘Pecas y Manchas’ y ‘Desde la luna’, un cuento infantil con bellas ilustraciones que disfruté con mis hijos. La periodista decidió dejar esa carrera que había construido durante décadas porque en algún momento se intoxicó de los ataques perversos de colegas, políticos y cualquiera que podía disparar desde las redes sociales. Entonces, se dedicó de lleno a la escritura y lo viene haciendo con destreza; prueba de ello es este hermoso libro que he leído con el corazón estrujado. Apago el televisor.
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