Este Búho volvió a ser testigo y vivió en carne propia el sonido de la furia de un pueblo hastiado, harto de soportar a una mal llamada ‘clase política’ abusiva, insensible y corrupta. Con históricas marchas y ‘cacerolazos’ logró en seis días la renuncia del ‘presidente usurpador’ Manuel Merino de Lama.
La calle botó a un politicastro aventurero de unas ambiciones estratosféricas, a los que políticos con intereses particulares, como los de Alianza para el Progreso, Unión por el Perú, Podemos y Acción Popular, le ‘comieron el cerebro’ y llevaron al país a un clima de guerra que terminó con dos jóvenes estudiantes -héroes- asesinados por las balas de la represión policial. Fue lo que desencadenó su renuncia y salida de Palacio por la puerta falsa y el repudio de todo el país.
Esta situación, donde la presión de la protesta callejera saca a un presidente, la viví en el año 2000, cuando Alberto Fujimori, no contento con robarle al erario nacional, junto a Vladimiro Montesinos perpetró un fraude electoral contra el legítimo ganador de la elección, Alejandro Toledo.
Esto dio lugar a la ‘Marcha de los cuatro suyos’ que terminó con la fuga del dictador. Fueron varios días de jornadas violentas donde los esbirros de Montesinos, infiltrados en la marcha, llegaron a incendiar el edificio del Banco de la Nación del jirón Lampa, con el fin de responsabilizar a los manifestantes, y murieron seis trabajadores.
Fueron días intensos que viví como periodista y ciudadano. Lo que se vivió en el 2020, en esta histórica y también trágica semana, fue algo muy distinto. Acá se ha visto un nivel de compromiso de la población de todas los estratos sociales saliendo a las calles pese a que vivimos terribles tiempos de pandemia.
Y fue la juventud que contribuyó con su volumen y beligerancia. ‘Se metieron con la generación equivocada’, ‘¡que se vayan todos!’. Tampoco defendían al vacado presidente Vizcarra. Una de las consignas más coreadas era: ‘Vizcarra, no es por ti, es por mí país’.
Las redes sociales fueron determinantes para organizar la protesta, por esa vía se informaban de los ‘puntos’ de encuentro. Los jóvenes que en su mayoría conforman las llamadas generaciones ‘TikTok’, ‘Z’ o ‘Bicentenario’ fueron claros en repudiar a toda la clase política, sin distinción, como sucedió en el Cusco, donde pifiaron a Verónika Mendoza, y en Lima, donde Julio Guzmán pasó el roche de su vida al igual que George Forsyth.
Hay una indignación acumulada que incendió un país convertido en una reseca pradera por décadas, en que los partidos se presentaban a las elecciones a pedir el voto del pueblo, para terminar gobernando de espaldas a los ciudadanos y cometiendo los más vergonzantes actos de corrupción.
En algún momento, la condenable situación de los últimos presidentes encarcelados y hasta suicidados involucrados en casos de corrupción (Fujimori, Toledo, García, Ollanta, PPK y posiblemente Vizcarra) tenía que explotarle en la cara al sinvergüenza de turno, en este caso a Merino Lama, quien no actuó solo.
No olviden a los 105 congresistas que votaron a favor de la vacancia, como los de Alianza para el Progreso, Frente Amplio, Podemos, Acción Popular y Unión por el Perú. Francamente era indignante ver anoche a la toledista Carmen Omonte pedir la salida de Merino. Al igual que Acuña y Keiko. ¡Si ellos lo pusieron!
Todos estos políticos son tan igual de culpables que Merino, la policía, el premier Ántero Flores-Aráoz y el gabinete que acompañó al presidente renunciado en su espurio paso por Palacio de Gobierno. Minimizaban las marchas con estupideces como ‘que salen a la calle porque estaban hartos de estar encerrados por la pandemia’.
Esos insultos a la inteligencia y a la dignidad del pueblo avivaron la hoguera de la rebeldía y la sed de justicia. Como las ratas, se bajaron del barco ni bien se produjeron los asesinatos de Jack Pintado Sánchez (22) e Inti Sotelo Camargo (24). No olviden estos nombres, son dos jóvenes que trágicamente ofrendaron su vida por protestar para que en nuestro país se respete la democracia, se destierren la corrupción, el abuso y la prepotencia de la política cotidiana. Apago el televisor.