Este Búho, en el domingo en que se inicia el ‘aislamiento obligatorio’ de los peruanos, como una medida desesperada en la lucha contra este traicionero coronavirus y su nueva ‘cepa’, mas agresiva y letal, se permite recordar que hubo grandes personalidades que no necesitaron del decreto de un presidente para recluirse en sus casas, para evitar salir a la calle y tener contactos con la gente o los medios de comunicación. Como el legendario actor Marlon Brando, quien incluso se compró una isla en la Polinesia para lograr su cometido.
En el rubro de los escritores, no es tan común esta figura, más bien es al contrario. Pero sí hubo uno que llevó su autoencierro por décadas, a niveles que muchos consideraron que lindaba con la paranoia: el escritor de culto Jerome David Salinger (Nueva York 1919-New Hamshpire 2010), autor de su única y celebre novela, ‘El guardián entre el centeno’ (1951).
A diferencia de otros escritores norteamericanos que hicieron de su escandalosa exposición pública hasta un plus más de sus extraordinarias obras, como Ernest Hemingway, Truman Capote o Norman Mailer, Salinger fue todo lo opuesto, ya que después de lograr el éxito literario y de crítica, en 1967 se convirtió al budismo y se recluyó en una cabaña de madera, en el recóndito bosque de Cornish, en New Hampshire, por 33 años, hasta el día de su muerte. Pero no fue una vida fácil y luchó con uñas y dientes por su privacidad contra el deseo morboso de los ‘paparazzi’ que lo acechaban.
Antes de convertirse en una celebridad, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, cumplió destacada labor incluso en contraespionaje en Alemania, al punto de que se casó con la oftalmóloga germana Sylvia Welter en 1945 y la llevó a vivir a Nueva York, pero a los pocos meses se divorciaron.
En 1951 publica ‘El guardián entre el centeno’, después de haber escrito relatos cortos publicados en revistas. La novela lo transforma en un escritor admirado por millones, sobre todo por los jóvenes, adolescentes rebeldes e inadaptados que se vieron reflejados en el protagonista, Holden Caulfield, muchachito incomprendido y enfadado con el mundo.
Para muchos críticos, con esa novela cambiaría la historia de la literatura norteamericana. Muchos tratarían de imitarlo, pero ese estilo conciso, como son en realidad los adolescentes con respecto a los adultos, logró plasmarlo a la perfección. Esa forma de ser lacónica, parca, hasta de enfado por la nada o por todo. Su obra cumbre ha vendido hasta el momento 65 millones de libros.
Con el éxito comenzó lo que él consideraba ‘un acoso’ de los medios’ y en 1953 huyó de la ‘gran manzana’ para vivir en una cabaña, a la que luego llevaría a su esposa Claire Douglas, con la que tuvo dos hijos, Margaret y Matt, de quien se divorció en 1967, dejando la cabaña para irse a vivir en otra aún más alejada de la civilización. Al principio aprovechaba toda esa tranquilidad y paz para seguir escribiendo sin pausa.
Según reveló su hijo Matt, ‘mi padre escribía de madrugada, en la oscuridad de la noche, cuando todos dormían. Al salir el sol regresaba a la cama y se ponía a leer por horas. No es verdad la fama de intratable y antisocial. A veces bajaba al pueblo y era amigo del carnicero y de un jardinero que sabía más de plantas que él’. La historia del escritor es increíble: Hijo de un inmigrante judío que llegó a ser magnate de la más grande empresa importadora de carne de cerdo de Europa.
A los veinte años, vivía en un palacio en la avenida más exclusiva de Nueva York, Park Avenue. Pero él no quería ser el rey de los hot dogs como anhelaba su padre, quien lo mandó al Viejo Continente a aprender el negocio. Él deseaba ser escritor y se matriculó en un taller, en la Universidad de Columbia. Escribía cuentos cortos que nadie quería publicar, pero su maestro, el editor de la revista ‘Story’, le vio ‘pasta’ y le publicó un cuento.
Así empezó la historia de ‘El chico judío de Park Avenue’, como lo vacilaba el envidioso de Truman Capote en su controvertida obra ‘Plegarias atendidas’. Durante décadas fue acosado por las editoriales, la prensa, la televisión, que le ofrecían tesoros para que escriba o salga en reportajes. Pero él no respondía. Fue ahí donde comenzó el acecho de los ‘paparazzi’ y tuvo que poner trampas de oso y dispararles con su escopeta a los intrusos. Pero no era verdad que no escribía nada.
Vivía con su tercera esposa, Colleen O’Neill, con la que se había casado en 1988 y escribía cartas y correos con amigos, amistades y hasta jovencitas admiradoras con las que tuvo aventuras. Algunas lo terminaron traicionando y revelaron detalles de su encierro. Apago el televisor.