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El espía que surgió del frío

En esta ocasión, el Búho le dedica su columna al maestro de la novela de espionaje John le Carré, con motivo de su sensible partida.
John Le Carré (Poole 1931-Cornualles 2020)

Este Búho se sorprendió con una noticia el fin de semana. ¡Murió el escritor John Le Carré! Muchos jóvenes no lo conocen, como yo, cuando a los dieciséis años era ‘cachimbo’ sanmarquino. Una veinteañera amiga de ciclo superior, Arlene Medina, me dijo: ‘A ti que te gusta ver películas de James Bond, mejor lee una novela de un espía de verdad’ y me regaló ‘El espía que surgió del frío’ (1963), del inglés John Le Carré (Poole 1931-Cornualles 2020).

David Cornwell -verdadero nombre del escritor- fue el responsable de que las novelas de espías ya nunca sean iguales y quien dejó al James Bond de Ian Fleming como un personaje artificial y falso, cuyas proezas no se las creía nadie.

En cambio, en esta novela de Le Carré, el protagonista, el espía Alec Leamas, es un hombre común, corriente y sombrío, que no puede olvidar que vio cómo a un colega suyo lo acribillaron cuando intentaba cruzar el Muro de Berlín por los soldados de la entonces Alemania Oriental comunista.

Son los años de la llamada ‘Guerra fría’ en que se produce un conflicto soterrado entre los servicios secretos de ‘occidente’ (la CIA, el M16 inglés) y los del bloque detrás de la ‘Cortina de hierro’ (la Stasi alemana oriental o la KGB soviética). A Alec lo quieren despachar del servicio activo para darle un puesto como burócrata de escritorio, pero se resiste, exige una oportunidad, su razón de ser fue el sucio trabajo luchando en las sombras para defender ‘la libertad’.

Por ello han muerto o están detenidos en mazmorras muchos de sus amigos. No se cree un superhombre, sino todo lo contrario. A su amante, antes de hacer que la maten, le confesaba que los espías tienen mala catadura, son ‘maricas, sádicos, borrachos. Gente que juega a cowboys y pieles rojas para iluminar sus putrefactas vidas’.

Y era todavía más sincero, pues decía que tanto los malos, o sea los comunistas, como los buenos, los occidentales, son en el fondo iguales de traicioneros. ‘Como en un chiquero cuando se pelean dos cerdos, al final los dos salen oliendo a mierda’.

Por eso pegó la novela que batió récords de ventas y también la aclamada película dirigida por Martin Ritt en 1965 y protagonizada por un extraordinario Richard Burton. A su personaje, Leamas, los servicios secretos británicos le dan una última oportunidad para no mandarlo a un escritorio. Debe infiltrarse en los servicios secretos de Alemania Oriental y trabajar para el archienemigo, pero para ello debe renegar públicamente de su organización, de sus jefes, de sí mismo.

Entonces interpreta el papel de un despedido y resentido con su organización, la pega de perdedor alcohólico. Quiere venganza y sus rivales alemanes pisan el palito y logra ingresar a trabajar con la cúpula secreta comunista. Allí Alec se dará cuenta de que no es protagonista de ninguna gesta heroica, que solo es un peón desechable.

Los comentarios favorables a la novela no se hicieron esperar. Legendarias luminarias de los libros sobre espionaje la alabaron. El mítico Graham Greene (‘El americano impasible’) se expresó así del libro: ‘Es la mejor novela de espionaje que he leído nunca’.

La vida del autor también es de novela. Nació en 1931, hijo de un estafador inglés. Cuando se entera del indigno ‘oficio’ de su padre, fuga a los 16 años a Suiza e ingresa a la Universidad de Berna.

Allí lo ‘capta’ el M-16 para que se infiltre entre los círculos de estudiantes marxistas en la universidad. Fue la etapa más cuestionable y nunca quiso revelar los ‘trabajos’ específicos que realizó, pero al final de su vida confesó que lo que hizo aquellos años ‘lo obsesionó por el resto de su vida’.

Completó su carrera en Oxford y luego se desempeñó como profesor. Al iniciarse la ‘Guerra fría’ y con una Berlín dividida, lo mandan como ‘diplomático’ a Bonn y Hamburgo en Alemania. En sus ratos libres escribe dos novelas de corte policial y espionaje, pero no tuvieron repercusión.

Todo cambió con ‘El espía que surgió del frío’. El boom editorial lo obligó a renunciar al cuerpo diplomático y a su trabajo como agente. Su personaje, el cínico George Smiley, siempre en lucha con otro temible agente del contraespionaje comunista, ‘Karla’, se hizo famoso.

Para Smiley, ‘un espía es alguien que evitando cualquier reacción espontánea debe eludir las emociones de la amistad y la lealtad’. En su última novela, ‘El legado de los espías’ (2017), un viejo y retirado Smiley recibe la visita de su atribulado adjunto de tantas batallas clandestinas, Peter Guillam, algo menos viejo, quien le pide cuentas por las muertes de agentes amigos en tantas décadas de crímenes y traición.

Smiley, viejo zorro, trata de calmar a su antiguo calichín: ‘Nunca fuimos despiadados, teníamos una piedad más amplia, quizá mal dirigida y, sin duda, inútil’. Cínico hasta la sepultura, el célebre Smiley, o perdón John Le Carré, está hoy con algunos de sus colegas espías de la ‘Guerra fría’ en algún lugar, menos en el cielo. Apago el televisor.

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