Este Búho estaba jovencito cuando en 1983 agarró su mochila y ‘caleteando’, tirando dedo y durmiendo en camiones, llegó con su mancha de sanmarquinos a Piura. Fue en pleno fenómeno de El Niño, justo en el primer gobierno de Fernando Belaunde. Las lluvias torrenciales eran impresionantes.
Cuando salimos en la mañana, parecía que la ciudad había sufrido un terremoto. La mayoría de las casas hechas de adobe no habían resistido aquel tremendo diluvio de una semana. Las calles parecían la ciudad italiana de Venecia. Para nosotros, los limeños, que hacíamos alharaca cuando una garúa nos ‘escupía’ desde el cielo, esas tormentas con rayos y truenos nos sacaron totalmente del cuadro.
Preferimos irnos a la costa, a Colán, un apacible balneario de hermosos ranchos de madera frente al mar. Llegamos y los pescadores estaban nerviosos. ‘Chibolos, no hubieran venido, con este oleaje hay que ser Aquamán para meterse al agua. Nosotros no podemos salir a pescar’. Hubo una noche en la que no podíamos dormir y de repente un pescador tumbó la puerta y nos gritó: ‘¿No sienten que el agua está golpeando su casa?’ Efectivamente, la marea había subido y la casa empezaba a inundarse. ‘Parece que va a haber un tsunami. Suban a la iglesia que está en el cerro’, nos dijeron.
Nos encerramos con decenas de familias y solo se escuchaban ruidos infernales, no solo de olas, sino de choques, como si fueran autos o como si tiraran piedras del cielo a las casas. Cuando salimos de la iglesia, no podía creer lo que veían mis ojos. Las embarcaciones de los pescadores habían volado y se habían estrellado en los techos de algunas casas, las olas gigantes habían destruido las mejores residencias de la primera línea.
Habíamos sido testigos de El Niño ‘más terrible’. Nos informaron que este fenómeno cíclico es producido por el calentamiento de las aguas de la costa norte y que trae consigo lluvias torrenciales. Años después, como periodista, cubrí el devastador fenómeno de El Niño de 1997-98. Después de veinte años, arriesgué el pellejo, cubriendo las mortales avalanchas de barro causadas por el Niño Costero del 2017 en la quebrada de Punta Hermosa y en Chosica.
El Ciclón Yaku
Hoy aparece el desgraciado ciclón Yaku, después de seis años del destructor Niño Costero, causando terribles daños materiales y pérdidas de vidas humanas en la costa norte del país. Desde Tumbes, Piura, Lambayeque y La Libertad. Lo más indignante es que pese a las promesas de los encargados de la Reconstrucción con Cambios y los gobiernos regionales para implementar acciones, construcción de defensas, prevención y evacuación de pobladores en las zonas de quebradas desde hace seis años, poco se avanzó, se invirtió y los escenarios de la tragedia son los mismos.
Tras el diluvio, el agua, el lodo, los ríos inundando las viviendas, destruyendo puentes, causando apagones. En Trujillo tres quebradas rebalsaron la ciudad. No hay agua potable hasta por lo menos cinco días, porque se dañó el canal de Chavimochic. La mayoría de colegios están inundados. Si ya antes de este desastre natural muchos colegios estaban en malas condiciones para el inicio de clases, imagínense ahora.
Hay ocho mil damnificados en Trujillo. En Huancabamba, Piura, setenta mil personas quedaron aisladas por el derrumbe de la carretera que une la ciudad con el pueblo de Canchaque. Mientras, en Lambayeque, los desbordes de los ríos Motupe y Lambayeque han inundado barrios enteros.
Según Defensa Civil, en todo el país hay más de 12 mil damnificados y 45 mil afectados. La presidenta recorrió las zonas afectadas y anunció la entrega de un bono de 500 soles para quienes perdieron sus viviendas. Pero esto recién empieza. Boluarte puede decir que ella recién llegó a la presidencia, pero fue parte del gobierno mediocre e indolente de Pedro Castilllo, que se dedicó a robar las arcas del Estado en vez de impulsar las políticas públicas para prevenir los desastres naturales.
El país debe entender que en estos momentos las violentas protestas políticas deben dar paso a un sensato respiro al Gobierno para que se dedique ‘con zapato y todo’ a aplacar el sufrimiento y brindar ayuda a nuestros hermanos del norte. Apago el televisor.