Este Búho se emocionó al ver a miles de jóvenes dando el examen en el legendario estadio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Para escaparme de la triste realidad política del país, prefiero ingresar al túnel del tiempo. Debo confesar que terminé el colegio en una época totalmente diferente a la de ahora. Hablo de inicios de los años ochenta. Las universidades nacionales se contaban con los dedos de la mano.
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Las más buscaditas, la San Marcos, de toda la vida; la Villarreal, manejada por los apristas; la UNI de los cerebritos, la Agraria de La Molina, y la del Callao. Y de las privadas, la exclusiva Católica, con sus curas y chicos ‘progres’ e izquierdistas mezclados con liberales a ultranza; la del Pacífico, de buen nivel; la Universidad de Lima, lejana y exclusiva. También la Femenina, la ‘Harvartín’ y la Garcilaso. Y paro de contar. Hoy, este columnista tiene un siglo dividido en dos partes y me pongo a pensar dónde estudiará mi hija.
Postulé y entré a San Marcos. Recuerdo que estudié todos los días de aquel verano. Hice mi cola para pagar mi prospecto de admisión, desde las 3 de la madrugada. En ese tiempo, postulaban cerca de 50 mil estudiantes para 5 mil vacantes. Hoy me doy con la sorpresa que existen universidades ‘truchas’, con nombres que dan risa, que hacen que las secretarias llamen a la casa de los alumnos más indisciplinados y antiacadémicos para que ingresen sin dar examen, solo presentando el DNI.
Realmente dan vergüenza ajena. Nuestra generación la tuvo difícil. No existía el celular ni Internet. Sufrías en verano para llamar a tu hogar o a la casa de un vecino para avisar que te ibas a quedar a estudiar y no llegarías hasta la noche; o para llamar a la enamoradita para saber si iba a llegar. Esperabas horas tu turno. Eso nos daba tiempo de escribir cartas en medio de la cola o leer novelas de Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Rulfo o García Márquez. Esa es una de las diferencias que encontré entre los alumnos de mis tiempos y los de ahora. Mi generación se la pasaba en las bancas o en el estadio leyendo literatura. Además, las huelgas duraban ¡¡hasta seis meses!!
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Hoy, algunos jóvenes que me visitan me cuentan que solo quieren trabajar para comprarse la última generación de iPod. Para ellos, somos prehistóricos cuando les contamos que alguna vez conquistamos a una chica por intermedio de cartas escritas en papel. Hoy es el lenguaje de palabras entrecortadas por el WhatsApp o Twitter, el mejor medio de comunicación. Yo no condeno ni alabo nada. Solo digo que son épocas diferentes y, evidentemente, los productos que arrojaron aquellos tiempos son totalmente distintos, pero no por ello lo de ayer será bueno y lo de hoy, malo.
Miren la generación del cincuenta, que nos dio al sanguinario Abimael Guzmán y al premio Nobel, Vargas Llosa. Este Búho no es radical. Pienso que de todo, de lo de ayer y hoy, se puede sacar algo bueno. El resto es un prejuicio absurdo, porque siempre saldrá algo bueno (y malo) en cada generación por los siglos de los siglos. Apago el televisor.
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