Hurtado Miller y Alberto Fujimori
Hurtado Miller y Alberto Fujimori

Este Búho chequea la versión digital de diarios argentinos como La Nación o Clarín que informan sobre las durísimas medidas económicas de ‘shock’ del ministro de Economía Luis Caputo, que anunciara el presidente Javier Milei durante su campaña.

El ‘ajuste’ era la única solución a la ruina económica dejada por el corrupto régimen peronista. El pueblo estaba avisado de lo que venía y votó por una solución dolorosa, pero que eliminará con el tiempo ese escalofriante ¡mil por ciento de inflación! que dejó el cleptómano gobierno de Alberto Fernández y la senadora Cristina Kirchner. Muy distinta a la situación que vivió el Perú en 1990. El desastroso gobierno de Alan García se iba dejando una inflación de 7 mil por ciento y un país ‘inelegible’ ante los organismos financieros internacionales.

El ‘inti’ valía menos que papel higiénico usado. El candidato liberal del Fredemo, Mario Vargas Llosa, como Milei, anunció que era necesario un ajuste económico, el llamado ‘shock’, pero tenía asegurado un millonario programa de ayuda social. Alberto Fujimori, el otro candidato, prometió que su gobierno no iba a hacer ningún ‘shock’. Pero era una tremenda mentira. Finalmente ganó la presidencia. A los pocos días de instalarse en Palacio de Gobierno, el 8 de agosto de 1990, los hogares peruanos fueron testigos del anuncio del ‘Fujishock’, por boca de su ministro de Economía, Juan Carlos Hurtado Miller. Al día siguiente todos los productos de la canasta familiar se elevaron estratosféricamente, así como el precio de los combustibles, sosteniendo que era necesario para resolver la profunda crisis económica en la que estaba sumergido el Perú, pero irresponsablemente no tenían ningún plan de contingencia social como sí lo tenía previsto Vargas Llosa.

Este no era un simple ‘paquetazo’ como el de Alan García en 1988. “(…) Es así que la lata de leche evaporada que hoy costaba en la calle 120 mil intis, costará a partir de mañana 330 mil intis. El kilo de azúcar blanca que solo se conseguía a 150 mil intis, costará a partir de mañana 300 mil intis. El pan francés que esta tarde costaba 9 mil intis, costará a partir de mañana 25 mil intis, el galón de gasolina de 84 octanos se elevó 32.1 veces y la de 95 octanos 26.8 veces, un aumento de entre 2 mil 600 y el 3 mil 200 por ciento. El kerosene 32 veces y el gas 27.3 veces (…) Que Dios nos ayude”, finalizó en aquella oportunidad Hurtado Miller.

TODO CAMBIÓ

Recuerdo que el anuncio del ‘Fujishock’ lo escuché por radio en la casa de mi pata, el entonces poeta maldito Roger Santiváñez, en su alucinante cuarto en su casa de Villacampa del Rímac. Trabajábamos juntos en ‘Página Libre’. Brindamos con amargura esa noche nebulosa. Me quité de madrugada y felizmente el taxista no sabía del mensaje y me cobró normal. Pero al día siguiente los pasajes habían subido diez veces más. No me alcanzaba y tuvieron que mandar la camioneta del diario a recogerme. La plata de la caja chica se había reducido a la mínima expresión. Solo salieron a la calle los reporteros de las comisiones más importantes. El resto a seguir por radio y televisión. A la hora de almuerzo fuimos al restaurante como de costumbre, donde pagábamos con vales de alimentación. El administrador, que le tenía bronca a los periodistas porque uno lo había ‘partido’ con su agraciada cajera, nos dijo: ‘Métanse esos vales por el cu..., paguen en efectivo o se van’. El menú había subido cinco veces más. Si costaba cinco ahora valía 25.

Los del diario mandaron comprar panes y jamonada, plátanos y chicha en sobre ese día. Y los días siguientes, la señora que hacía la limpieza se tranformó en cocinera y preparaba el almuerzo en unos ollones comunes para todo el personal en el gran jardín de la casa sanisidrina. Y pensar que los primeros meses mandaban a comprar todas las noches veinte pollos a la brasa en el ‘Dallas’ de San Isidro para los que se quedaban al cierre de la edición. Recuerdo que por la tarde mi gran amiga fotógrafa, María Eugenia, que estaba embarazada de su primer hijo, me dijo para ir al mercado de Lince. Estaba deprimida. Pasamos por Wong de Dos de Mayo y militares estaban en el techo con metralletas esperando repeler algún intento de saqueo. ‘Amigo, tengo miedo de que mi hijo nazca en este país, en esta situación terrible’, me decía a punto de llorar. ‘Mira, acá tengo cincuenta soles con los que ayer podíamos darnos unos gustitos; ahora solo alcanza para un menú y el pasaje. ¡¡Cómo vamos a vivir así!! Caminábamos pensativos y vimos un bonito local que decía ‘jarra de cerveza a 10 soles’. ‘Mira, ese señor está vendiendo con precio antiguo. ‘Pasen -nos dijo-, no soy abusivo, esta cerveza la compré con el precio anterior y no la voy a subir, la gente está demasiado golpeada’.

Me dieron ganas de besarle la mano y mi amiga pidió una jarra y después otra y otra, desahogándonos, riéndonos, olvidándonos por un momento de esa nube negra que se cernía sobre el país. En realidad los peruanos debimos ser de una raza distinta para soportar ese mazazo a las precarias economías familiares y la insania terrorista de Sendero Luminoso. Apago el televisor.

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