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Martín Adán, uno de los poetas favoritos de El Búho

El Búho escribe sobre el gran poetaMartín Adán.

Este Búho no puede ocultar que tiene al gran como uno de sus poetas favoritos. Cuando caminaba con mi amiga Tatiana Berger, en 1980, por el patio de Letras de la Universidad de San Marcos, nos preguntábamos por dónde andaría en esos momentos el poeta más impredecible del parnaso literario peruano. Con decirles que en los datos generales de su célebre tesis, ‘De lo barroco en el Perú’ (1938), el poeta consignó como su dirección el hospital psiquiátrico ‘Larco Herrera’, en la avenida Del Ejército, Magdalena. En ese tiempo vivía ahí por decisión propia y debido a las crisis emocionales que sufría producto del alcoholismo. Su nombre real era Ramón Rafael de la Fuente Benavides. Hijo de una familia acomodada, tuvo su primera experiencia negativa cuando sus padres se separaron, pues se fue a vivir a la casa barranquina de su tía Tarcila, una mujer de carácter castrense que lo reprimió durante muchos años. La producción poética de Martín Adán comenzó muy temprano, desde su ingreso al Colegio Alemán, donde conoció a quien sería su guía en el mundo literario, el escritor Luis Alberto Sánchez. Ahí el poeta empieza a escribir su obra más célebre y reconocida: ‘La casa de cartón’. Lanza un adelanto en la revista ‘Amauta’, que dirigía José Carlos Mariátegui, con quien conversaba de literatura. A sus 20 años, poco después de publicar dicha obra (1928), logra el reconocimiento en el mundo literario. Una fama de la que huye. Era casi imposible entrevistarlo. “Mis experiencias con los periodistas no han sido muy agradables. Sus fantasías son más grandes que las mías y lastiman a seres que sufren y piensan”, le dijo a la reportera Delia Sánchez en 1984. En 1932, después de abandonar la Universidad Mayor de San Marcos por las constantes huelgas y agitaciones políticas, viajó a Arequipa porque su tío, el presidente Oscar R. Benavides, lo nombró gerente del Banco Agrario. El joven Rafael no esperaba que la rancia ‘pituquería’ arequipeña le iba a declarar la guerra. ‘Será usted sobrino del presidente, pero qué sabe de gerenciar un banco’, le dijeron dos empresarios. El vate los miró a los ojos y les replicó: ‘Señores, con todo respeto, yo he venido a hacerlos cojudos’.

Pero solo duró tres meses en ese puesto. En Arequipa, el poeta se abandona a la bebida y comienza una vida bohemia. También conoce a quien sería su gran amigo, José Luis Bustamante y Rivero, futuro presidente del Perú. Con él compartiría una de las anécdotas más sorprendentes: De regreso a Lima, en 1937, aproximadamente, el escritor es convocado por Bustamante y Rivero (entonces mandatario) a Palacio de Gobierno. Conmovido por su frágil situación, le pide que escriba sus discursos y a cambio podría vivir en la casa presidencial y ganaría el sueldo que desee. Martín Adán, fiel a sus principios, pues vivía únicamente de y para la poesía, rechaza el trabajo y regresa al ‘Larco Herrera’. Dicen sus biógrafos que se mantenía a duras penas con sus rentas y algunas ganancias que le daba la publicación de ‘La casa de cartón’. Amaba la soledad. Se le veía solo en los bares del Centro de Lima. Solía escribir sus poemas en servilletas. Su amigo Juan Mejía Baca se encargaba de recolectar las creaciones del escritor de bar en bar. En esos años agitados, Martín Adán logró escribir ‘Travesía de extramares’ (1950). Pero hay un poemario imprescindible en su obra, que se dio a conocer fruto del azar. Es el inmenso ‘Escrito a ciegas’ (1961), que lo escribió en circunstancias especiales cuando se ahondaba su naufragio por la bebida. En ese contexto, le llega una carta de una licenciada de Literatura argentina, que decía que trabajaba para Jorge Luis Borges, un escritor idolatrado por Adán. La carta es el pedido de una fan de su poesía, Celia Paschero, por conocerlo más y pedirle datos de su vida para publicarlos en el diario La Nación de Argentina. Eso cautivó al poeta, que le respondió tan contundentemente que, tal vez, le regaló lo mejor de toda su poesía, sino leamos: ‘¿Quieres tú saber de mi vida? / Yo solo sé de mi paso / De mi peso, / De mi tristeza y de mi zapato. / ¿Por qué preguntas quién soy, / A dónde voy...? porque sabes harto / Lo del poeta, el duro / Y sensible volumen de mi ser humano, / Que es un cuerpo y vocación, / Sin embargo. Si nací, lo recuerda el Año / Aquel de quien no me acuerdo, / Porque vivo, porque me mato. / Mi Ángel no es el de la Guarda. Mi Ángel es el del Hartazgo y Retazo, / Que me lleva sin término, / Tropezando, siempre tropezando, / En esta sombra deslumbrante / Que es la vida, y su engaño y su encanto’. Apago el televisor.

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