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Mario Benedetti, un maestro de maestros [VIDEO]

Nuestro columnista habla del uruguayoMario Benedetti.

Este Búho se pregunta, ¿qué pueden tener en común el estadio de San Marcos con una callecita de coloridos balcones cerca a las churrasquerías del puerto de Montevideo? Para mí, dos cosas, y ambas tienen que ver con el inmenso escritor y poeta uruguayo : En el monumental coloso universitario devoré en una tarde su magistral novela ‘La tregua’ (1960). Y años después, gracias a mi chamba como periodista deportivo, pude degustar de la mano de Silvina, mi musa charrúa, no solo las exquisitas parrillas uruguayas con vista al inmenso Río de la Plata, sino que ella me llevó a conocer la casa del poeta nacido en Tacuarembó. Uruguay es un país de gente muy educada y culta. Hasta las señoras que te limpiaban la habitación del hotel te hablaban de poetas, escritores o cantantes. Los varones no solo se refieren a su selección, Peñarol o Nacional, también conversan de política, cine o literatura. Benedetti es producto de esa sociedad tan similar y tan distinta a los efusivos y atropelladores porteños argentinos. Don Mario es como Martín Santomé, el entrañable personaje de su novela ‘La tregua’. Al viejo Martín le faltan pocos días para jubilarse después de tristes décadas de oficinista. No sabe qué será de él cuando ya no tenga que salir con sus pasos tristes todos los días rumbo al trabajo. Quince años atrás había enviudado y crio solo a sus hijos, porque no tuvo las agallas y el tesón para conquistar a otra mujer. Los lectores asistimos a sus pensamientos, descarnados, irónicos, a través de su diario íntimo. Allí, por ejemplo, describe a sus muchachos. “Ninguno se parece a mí. En primer lugar, todos tienen más energía que yo. Esteban es el más huraño. Todavía no sé a quién dirige ese resentimiento, pero lo cierto es que parece resentido. Creo que me tiene respeto, pero nunca se sabe. Jaime es quizás mi preferido, aunque casi nunca puedo entenderme con él. Me parece sensible e inteligente, pero no me parece fundamentalmente honesto. Es evidente que hay una barrera entre él y yo. A veces creo que me odia. A veces creo que me admira. Blanca tiene al menos algo de común conmigo: también es una triste con vocación alegre”.

Pero todo el mundo cuadriculado del señor Santomé se convulsiona cuando inicia una relación sentimental con Laura Avellaneda, quien tiene la misma edad que su hija Blanca. Esta le hace la guerra a su novia y a él, porque es posesiva y no acepta que Laura ocupe toda la mente de su padre. Pero cuando por fin logra que su hija comprenda y acepte a su joven pareja, Laura muere. Benedetti, reconocido poeta a nivel mundial, se consolidó en el mundo de la narrativa con esta corta, pero contundente novela. Luego le seguirían otras, como ‘Gracias por el fuego’ (1965) y la alucinante ‘El cumpleaños de Juan Ángel’ (1971), escrita en verso. Son legendarios sus poemas de amor. Según él, todos fueron inspirados y dedicados a su esposa Luz López, con quien estuvo casado ¡¡60 años!! “Para estar total, completa, absolutamente enamorado, hay que tener plena conciencia de que uno también es querido, que uno también inspira amor”, escribe en ‘Gracias por el fuego’. El uruguayo tiene una Carretera Panamericana en poemas de amor. Hagamos una para en ‘Viceversa’: “Tengo miedo de verte/necesidad de verte/esperanza de verte/desazones de verte//tengo ganas de hallarte/preocupación de hallarte/certidumbe de hallarte/pobres dudas de hallarte//tengo urgencia de oírte/alegría de oírte/buena suerte de oírte/y temores de oírte//o sea/resumiendo/estoy jodido/y radiante/quizá más lo primero/que lo segundo/y también/ viceversa”. El maestro, que también ejerció en paralelo un militante compromiso político por el que vivió muchos años en el exilio -durante la dictadura militar, radicó un tiempo en Lima- murió en el año 2009. Pero vive en el Olimpo de las letras. Escribo estas líneas escuchando el exquisito CD de Joan Manuel Serrat, ‘El sur también existe’, quien musicalizó eternos poemas del uruguayo, y brindo con una copa de vino, en honor al vate. ¡Salud, maestro! Apago el televisor.

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