Este Búho leyó un informe especial que publicó el diario Decano sobre la situación de las cárceles en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, México, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay, Venezuela y Perú. Las conclusiones son alarmantes, pero sobre todo el triste récord que ostenta nuestro país. En términos de la capacidad penitenciaria, según el análisis, de todos esos países es el Perú el que exhibe la mayor crisis carcelaria. La sobrepoblación es alarmante. Es decir que si hay 89 mil 877 reos, solo hay espacio para 41 mil 018.
Pero en algunos penales el hacinamiento es brutal, como en el tétrico penal ‘Sarita Colonia’ del Callao. Este columnista nunca olvidará la primera vez que ingresó al penal de Lurigancho, como si fuera una simple visita, pues el inmenso y rubio director periodístico Guillermo Thorndike me había ordenado entrar de incógnito. “Si vas como periodista, las autoridades te ‘pasean’ presentándote un circuito ‘turístico’ por los pabellones de los primarios y te esconden las miserias en ‘La Pampa’ y los horrores en los pabellones de los presos de alta peligrosidad”.
Tenía razón. Con libertad pude pasearme por distintos pabellones. En ‘La Pampa’ observé a cien famélicos desechos humanos que correteaban desesperados con palos y cuchillos a un gato que podía servirles de único festín. En una azotea se encontraban tirados o en cuclillas decenas de sombras funambulescas, consumiendo ‘tabacazos’ de pasta básica. No comían ni dormían. Algunos obligaban a sus hermanas o esposas a que se acuesten con el ‘capo’ para que paguen con sexo su deuda por drogas, si no terminaban muertos. El recordado cura Hubert Lanssiers era mi guía por las zonas más peligrosas. El sacerdote había renunciado a la dirección de un colegio religioso ‘pitucazo’ para servir a los presos más desprotegidos. Esa tarde me dijo una frase impactante: ‘El grado de desarrollo y civilización de un país no se mide por su éxito económico, sino por el estado en que se encuentran sus cárceles’.
Los pabellones de los ‘narcos’y ‘taitas’ tenían televisor a color, huachafos acabados en losetas, cocina, refrigeradora, ventilador. En el ‘Jirón de la Unión’ había restaurantes donde vendían cervezas, arroz con pollo, cebiche y chifa. Los ‘taitas’ explotaban sexualmente a los travestis. El sida mataba a internos como moscas. En ese año 1990 no había celulares. Los contactos con el exterior eran a través de las visitas. La corrupción campeaba con la antigua Guardia Republicana que controlaba la cárcel. Los reclusos se asesinaban a chavetazos y verduguillos. Hoy las cárceles han cambiado. Los ‘capos’ dirigen sus bandas de extorsionadores, sicarios, secuestradores, traficantes de terrenos desde sus celulares y los ‘bloqueadores’ paran sospechosamente malogrados.
El verduguillo es una reliquia, ahora ingresan revólveres y hasta miniuzis a los penales. Los ‘capos’, narcos o asaltantes tienen celulares de alta gama, TV Smart de 90′ y ven Netflix. Muchos se idiotizan fumando ‘crack’, mil veces más adictivo que la pasta. Los ‘taitas’ viven como reyes porque todo se compra con dinero. En Sarita Colonia, ‘Caracol’ hacía ingresar drogas, orquestas de salsa, ‘lolitas’, decenas de cajas de cerveza y consumía cocaína. Para este periodista la corrupción es el mal endémico en nuestras cárceles y aquí la responsabilidad ya no es de los presos, sino de nuestras autoridades. Se necesita una fumigación a todo nivel.
Sobre corrupción carcelaria, recomiendo la excelente serie argentina de Netflix: ‘El marginal’ (cinco temporadas 2016-2022). Todo o casi todo en esta claustrofóbica trama ocurre en la tenebrosa y ultraviolenta prisión de ‘San Onofre’, donde el corrupto director Sergio Antín, en alianza con el ‘Poronga’ (capo) del penal, controla todos los negocios ilícitos que funcionan en el establecimiento, como el tráfico de drogas o la prostitución, además de dejar que el ‘capo’ narcotraficante Borges (un guiño al escritor) salga para hacer algunos ‘trabajitos’ fuera del presidio, como secuestrar a la hija de un poderoso juez corrupto, ¡y todavía la mantiene en cautiverio en una celda del penal! No cuento más porque la realidad a veces es peor que la ficción. Apago el televisor.
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