Este Búho recordaba ayer que en su niñez no podía haber celebración de Fiestas Patrias si nuestros padres no nos llevaban al circo. Para nosotros era ingresar a un mundo de ensueño. Muchos artistas hablaban idiomas, dialectos desconocidos, había muchos gitanos de varios países.
Te introducías por sus carros dormitorio y también te encontrabas con mujeres barbudas, enanos, alucinantes payasos, domadores de pulgas, fortachones gigantes, hombres sin brazos que lanzaban puñales con la boca y pies a una hermosa joven en bikini -por eso el espectáculo era para chicos y grandes-, pues pululaban esbeltas y hermosas damitas que oficiaban de trapecistas.
Otras se inmolaban para ser ‘cortadas’ en dos partes ante los gritos asombrados del público. Parte de este mundo lo leería de chibolo en el tierno cuento ‘El vuelo de los cóndores’ de Abraham Valdelomar, con el entrañable personaje de ‘Miss Orquídea’.
Años después el cine homenajearía el mundo bajo la carpa en un peliculón como ‘Big Fish’, del contemporáneo y genial Tim Burton. Pero como ya lo dije, la verdadera atracción era el turno de ver al gran domador arriesgar la vida poniendo su cabeza en las fauces del león, haciendo bailar a látigo limpio a tigres de Bengala y osos gigantes.
Nos resultaba increíble ver a esas fieras que hasta sentíamos sus olores, pues estaban allí en nuestras narices y no a 50 metros y enjaulados como en los zoológicos. Pero con el avance de los derechos humanos en el mundo, le llegó su turno a los espectáculos que utilizaban fieras salvajes.
Las inspecciones demostraron que esos animales eran tratados de la manera cruel. Estaban condenados a pasar su cautiverio en reducidas jaulas, que les ocasionaban problemas en los huesos y les hacían perder movilidad y reflejos. Además, los dopaban, les cortaban las garras y hasta los colmillos con tenazas para proteger al domador.
Desnudada la farsa y prohibida la presentación de fieras salvajes, el circo clásico fue herido de muerte. Hoy las grandes atracciones ya no son los arriesgados domadores y sus fieras, ni los trapecistas, las motos voladoras y los eternos payasos, muy de capa caída por culpa de la película ‘It’ basada en una obra del inmenso Stephen King.
Hoy se lucen los domadores de caballos, de perros y otros animalitos domésticos. Las atracciones de estos ‘circos’ son las figuras ‘mediáticas’ de la tele, que hacen caja extra en Fiestas Patrias. Total, como dijera la ‘potoncita’ Mónica Adaro: ‘Business son business’ (negocios son negocios).
Pero ayer les contaba la historia de cuando hace años un circo mexicano instaló su carpa frente a Plaza San Miguel. Tenía varios leones y tigres. Sospechosamente, de la noche a la mañana, todos los perros vagos y de familia empezaron a desaparecer de Pando. Sendos afiches con las fotos de esas mascotas misteriosamente desaparecidas adornaban paredes y negocios de la avenida Universitaria, en San Miguel.
La denuncia llegó a los canales e incluso en la página de mascotas de El Comercio. Pero el misterio no se develó hasta que el ‘negro Javier’ casi sufre un infarto. El popular ‘Señales de humo’ salía totalmente zampado de ‘El Solitario’, el bar donde chupaba con sus patas de la Católica.
Ya llegaba a su casa y no aguantó el miccionar cerquita a la carpa del circo mexicano, por donde estaba su contenedor de desperdicios. Su grito de horror despertó a los leones del Parque de las Leyendas. Entre el cerro de desperdicios sobresalían las cabezas de los perros desesperadamente buscados: ‘Bandido’, ‘Merlín’, ‘Chester’, ‘Manu’, ‘Spony’ y ‘Paquito’, la mascota de su vecino, entre otras cabezas de perros vagos. Habían servido de festín de las fieras enjauladas del circo. Indignante. Apago el televisor.
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