Este Búho, tal como lo mencionó ayer, desconfía de los políticos. Pienso que cuanto más aceptación o popularidad tiene un político hay que mirarlo con mayor desconfianza, no hay que perderlo de vista. Nadie duda de la calidad académica del nuevo presidente Francisco Sagasti. Tampoco hay duda de su experiencia laboral dentro y fuera de nuestro país. Y hay que resaltar su enorme sensibilidad con el arte, por eso sorprendió que durante su discurso presidencial del último martes leyera unos versos del poema ‘Considerando en frío, imparcialmente’, de nuestro vate más universal: César Vallejo. Incluso, en un momento Sagasti, conmovido por la profundidad del poema, se quiebra, contiene el llanto.
“Examinando, en fin,/ sus encontradas piezas, su retrete,/ su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo.../ Comprendiendo/ que él sabe que le quiero, / que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente... / Considerando sus documentos generales / y mirando con lentes aquel certificado/ que prueba que nació muy pequeñito.../ le hago una seña,/ viene,/ y le doy un abrazo, emocionado. / Emocionado...”, recitó el Mandatario y en cuestión de minutos el poeta trujillano se volvió tendencia en redes sociales.
Pienso que no hay mejor momento para revalorizar a Vallejo, para ponerlo en vitrina y difundirlo entre la ‘generación Tik Tok’. Por eso ingreso al túnel del tiempo y recuerdo ese memorable viaje que realicé a Santiago de Chuco, tierra de Vallejo, en donde vivió su infancia y adolescencia, en donde se enamoró de la famosa ‘Rita de junco y capulí’. Fue en 2017, junto al fotógrafo Kelvin García emprendimos la memorable aventura de visitar el terruño del hombre que ocupa un lugar en el olimpo de los más grandes poetas de todos los tiempos. Después de tres horas de viaje desde Trujillo, por una autopista serpenteante, custodiada por árboles de eucaliptos e inundada por una neblina espesa, Santiago de Chuco se nos presentó como una comunidad andina típica: casas de adobe y quincha, techos de tejas y calles angostas. Sin embargo, en la entrada, una escultura da cuenta de la magnitud de su importancia, la de César Vallejo, bajo un arco donde se lee: ‘Capital de la poesía’. A medida que fuimos recorriendo el pueblo, nos dimos cuenta de que las calles llevan nombres como Paco Yunque, Los Heraldos Negros, Poemas Humanos, Tungsteno o Trilce. Incluso, en el corazón del cementerio comunal, existe una réplica exacta de la tumba de Vallejo, originalmente ubicada en Montparnasse, Francia. Pero sin duda, el plato de fondo fue la visita que hicimos a la casa del poeta, que se ha convertido en un museo. Allí vivió hasta los 12 años. Tal vez la etapa más feliz de su vida. La casa fue construida con adobe y el techo aún conserva algunas tejas de la época.
El pozo de agua y la cocina se mantienen intactas, también el poyo (la banca), al que se refiere en su poema ‘A mi hermano Miguel’: “Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,/ donde nos haces una falta sin fondo./ Me acuerdo que jugábamos esta hora,/ y que mamá nos acariciaba: ‘Pero hijos…’/ Ahora yo me escondo,/ como antes, /todas estas oraciones vespertinas, y espero que tú no des conmigo./ Por la sala, el zaguán, los corredores./ Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo”. En el jardín de la casa crecía un hermoso árbol de capulí, verde y frondoso, a punto de florecer. Fue sembrado la fecha en que la familia leyó por primera vez ‘Idilio muerto’: “Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí”.
Según sus biógrafos, César Vallejo escribió ese poema inspirado en una de sus sobrinas, de quien estaba profundamente enamorado. Ya no quedaba nadie en la casa de César Vallejo. La última pariente que la habitó fue su sobrina Otilia Vallejo Gamboa, hija de Víctor Clemente, quien habría sido la famosa ‘Rita’, sí, de ‘Idilio muerto’. Ella falleció en 1985. Posteriormente, la casa fue alquilada, hasta la fecha de su restauración y conversión a museo.
Según los encargados, muchos textos de Vallejo, escritos a mano, se perdieron. Incluso, algunos fueron cambiados por botellas de cerveza. Llegar a la ‘Capital de la poesía’ es una travesía larga y agotadora, por eso tal vez el turismo no ha tenido el impacto que debería tener. Pero bien vale la pena visitarlo, pues uno siente al poeta en cada rincón, en cada persona. Para los admiradores de Vallejo, es un destino imprescindible, seguro ya veremos a Sagasti visitando ese hermoso pueblo. Apago el televisor.