Este Búho lee sobre la miniserie ‘Griselda’, la más reciente producción de Netflix basada en la vida de la narcotraficante Griselda Blanco. Me llama la atención la historia de esta colombiana que se adelantó a Pablo Escobar y construyó un imperio de la cocaína en los años 70.
La mujer residió en un barrio humilde de Antioquía durante su adolescencia, pero la necesidad y la codicia la convirtieron en una narcotraficante que continuaría sus días en Miami. Según datos de la DEA, el cártel Blanco se volvió muy poderoso en Colombia antes de que aparecieran los cárteles de Cali y Medellín. Recordemos que este último estaba liderado por Pablo Escobar.
Ingreso al ‘túnel del tiempo’ para recordar aquel viaje que realicé hace un lustro a la hermosa ciudad del artista Fernando Botero. El motivo de aquella travesía fue una entrevista al temible sicario John Jairo Velásquez Vásquez, alias ‘Popeye’, mano derecha de quien fue considerado el narcotraficante más grande de la historia.
Después de intensas coordinaciones, el asesino a sueldo accedió a dar declaraciones en exclusiva para un medio peruano y escogió a Trome para hacer sus más oscuras confesiones. Al llegar a Medellín quedé impactado. A pesar de haber sufrido una masacre hace apenas dos décadas a causa de la insania de Escobar, ante mis ojazos se presentaba una ciudad imponente, moderna, inclusiva y que –aunque los índices de delincuencia todavía eran considerables- estaba encaminada a ser cada día mejor.
Me sorprendió su sistema de transporte público, que cuenta con un tren que conecta la ciudad de extremo a extremo, ese teleférico que une la periferia paisa con un inmenso bosque a donde acuden todos los estratos sociales los fines de semana; aquel tranvía usado por oficinistas y obreros y, por supuesto, sus bien cuidados circuitos de ciclovías.
Un buen amigo me explicó que uno de los motivos por el cual Medellín se había convertido en un modelo latinoamericano era por la buena gestión de sus alcaldes. ‘Debemos reconocer que nuestros alcaldes han trabajado muy bien. Aquí el índice de corrupción es bajo’, dijo mientras paseábamos por el parque Botero. En aquella ciudad moderna y de gente muy amable me recibió ‘Popeye’, ya no con un fusil bajo el brazo, sino con el libro que acababa de escribir, ‘Sobreviviendo a Pablo’, que luego se convertiría en un de las series más vistas de Netflix, en donde contaba hazañas de su desquiciada y turbulenta vida en torno a su ‘patrón’, sus más de 250 asesinatos, las bacanales que organizaban en la hacienda Nápoles y los vínculos de Escobar con el Perú, desde Sendero Luminoso hasta Vladimiro Montesinos.
En esas largas conversaciones de varios días, ‘Popeye’, quien se autoproclamaba ‘la memoria histórica del cártel de Medellín’, me contó que en distintos puntos de la ciudad, sobre todo en esa selva espesa que la rodeaba, su jefe había enterrado cilindros y cilindros de dólares en billetes de cien, pero el detalle fue que el gobierno de Estados Unidos, al saber de estas fortunas ilegales, descontinuó la producción de estos billetes y los declaró inservibles. Por eso la cuantiosa suma de dólares que encontró Nicolás Escobar es inútil y por su deteriorado estado los billetes no sirven ni como reliquia.
Además de conocer de primera mano el sangriento pasado de Medellín, pude saborear su gastronomía, representada por esa suculenta y bien servida bandeja paisa, y conocer también su sociedad, representada por esas hermosas y amables muchachitas que, con alegría y disposición, siempre están prestas a guiar a los despistados turistas. ‘Mor, no deje de visitar el parque Lleras para que se tome un gustito y la pase rico’, aconsejaban. No olvidaré jamás esa última conversación que sostuve con ‘Popeye’ frente a la tumba de su ‘patrón’. ‘En Medellín hay más tumbas que edificios’, dijo a sangre fría, orgulloso de sus crímenes.
Aunque juraba estar alejado de la vida mafiosa, sus últimos años los pasó en la cárcel por estar relacionado con el cártel ‘La Oficina de Envigado’. Allí, aquejado por un terrible cáncer, dejó de existir. En el infierno, junto a su amado Pablo Escobar, ambos criminales deben estar pagando cada gota de sangre que derramaron en una de las ciudades más hermosas de Latinoamérica. Una urbe que, gracias a su gente y sus autoridades, resurgió y se convirtió en un ejemplo para la región. Apago el televisor.