Este Búho considera que el karma existe. El presidente ruso, el siniestro Vladimir Putin, ha vivido meses exaltado, eufórico, tras la cruenta invasión de sus tropas a Ucrania. Durante meses las tropas rusas bombardearon con misiles objetivos civiles ucranianos, causando alrededor de 25 mil muertos y heridos en la población, incluyendo mil niños. La bestialidad del invasor ocasionó que ocho millones de ucranianos abandonen el país y estén en calidad de refugiados. Parte de este terror se debió a la participación, junto al ejército regular ruso, de los batallones de mercenarios de la ‘empresa’ Wagner. En Rusia está permitido que funcionen compañías dedicadas a conformar ejércitos particulares para ofrecer sus ‘servicios’ en cualquier conflicto que se desarrolle en algún lugar del planeta. La más importante era Wagner, que mantenía contactos con el Ministerio de Justicia y para participar en la invasión ‘contrató’ a miles de antiguos presidiarios y sacaron de las cárceles a otros, presos de preferencia asesinos, psicópatas, violadores, criminales de guerra, pandilleros. Estos ‘soldados’ fueron los responsables de las peores masacres y abusos contra la población civil, sobre todo a mujeres, denunciados por Amnistía Internacional.
Las bajas en el bando soviético se cuentan por veinte mil, de las cuales diez mil fueron mercenarios de Wagner. Yevgeny Prigozhin, el líder de esta tenebrosa organización, pensaba que la guerra iba a durar poco tiempo, pero ha pasado más de un año y cinco meses y la situación sigue en un punto muerto para Rusia. Para el mercenario mayor, ya no le resultaba ‘negocio’ continuar en ‘acción’. El ‘Halcón sin galones’ o el ‘Chef de Putin’, como lo llaman, ese que insultaba a los generales del ejército regular y bendecía las ejecuciones a civiles, se rebeló contra su empleador Vladimir. Hizo ‘abandono de trabajo’ y el sábado lanzó una ofensiva ¡contra Moscú!
Sus mercenarios tomaron fácilmente la ciudad de Rostov del Don y el sábado anunció su marcha a la capital, que estaba a 200 kilómetros. Exigía que sus dos principales rivales, el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, y el principal general de Rusia, Valery Gerasimov, acudieran a reunirse con él en Rostov, una cita que parecía más una siniestra emboscada que una reunión de negociación. Como las autoridades no aceptaron su propuesta, exigió nada menos que la destitución de Shoigu y el reemplazo de toda la cúpula militar. El karma existe. Putin vivió en carne propia el peligro de una invasión a su país de un ejército cuya única bandera es la del euro. Por esta razón, el avión presidencial estaba listo para trasladar al asustado exagente de la KGB a una ciudad segura.
El presidente que odia a los gays solicitó la mediación de su par de Bielorrusia porque lo peor que podía pasarle era que se produjera una guerra civil en medio de una guerra de invasión. Prigozhin sabía que al ofrecerles el Ministerio de Defensa contratos con el ejército regular a sus mercenarios, iba a significar el fin de su batallón. Para esos miles de lacras, ‘estar en planilla’ les iba a dar el estatus de miembros del ejército ruso. Por eso prefirió aceptar la propuesta del asilo político que le ofrecieron en Bielorrusia sin juicios de por medio. Lo mismo para sus seguidores que pretendieron invadir Moscú y así ‘evitar un derramamiento de sangre rusa’. Ayer salió de su escondite y habló por primera vez, señalando que abortaban la misión y sus tropas regresaban a sus campamentos. En un audio, aseguró que con la rebelión no buscaba tomar el poder en Rusia, sino salvar a su empresa de la disolución. “El grupo dejará de existir el 1 de julio a consecuencia de las intrigas de los generales rusos. Pese a que no dimos muestras de agresión, nos atacaron con misiles y luego con helicópteros. Cerca de treinta efectivos de Wagner murieron, algunos resultaron heridos”. Y sostuvo que la gota que colmó el vaso fue un bombardeo con misiles por parte de las fuerzas del ejército de Putin contra un campamento de Wagner en la retaguardia rusa en Ucrania. Los militares ucranianos están con la moral al tope e interpretan esta alucinante confrontación como un signo de descomposición del ejército invasor.
Los observadores internacionales sostienen que, por primera vez desde la ‘era Putin’, el poder del Kremlin ha sido puesto en jaque desde un ejército armado por ciudadanos rusos, así sea un batallón de mercenarios. A pesar de que superó la crisis, Putin nunca olvidará ese largo fin de semana en que no durmió con pijama sino con su terno de mandatario, su banda presidencial en la maleta y los motores del avión presidencial encendidos por si acaso. Apago el televisor.
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