Este Búho caminaba hacia la casa de mi madre en y en eso, por el parque Kennedy, escuché fuertemente el Himno Nacional y la voz de un maestro de ceremonias que anunciaba el inicio del homenaje a las víctimas del coche bomba colocado por contra un edificio multifamiliar en la calle Tarata, el 16 de julio de 1992. Sentí remordimientos. ¡Cómo podía haber olvidado esa fecha! y apuré el paso. En esa noche de terror murieron 25 personas, 5 desaparecieron con la descomunal explosión y 155 quedaron heridas, algunas con secuelas incurables, como ceguera o pérdida de alguna extremidad.

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Justamente en la ceremonia del domingo estaba presente la ahora señora Vanessa Quiroga Carvajal, quien se convirtiera en la ‘niña héroe’ y símbolo de la resistencia ciudadana contra la barbarie. Vanessita tenía dos añitos aquella noche desgraciada. Jugaba a pocos metros de la carretilla de su madre, que vendía ropa, souvenirs. Su mamá solo recordaba que vio a su hijita jugando con una muñeca sentada en la vereda, mientras los pocos empleados caminaban apurados a retornar a sus hogares. Después solo sintió un ruido que le reventó los tímpanos y la hizo volar varios metros. La señora Gladys Carvajal declaró que entre la polvareda, la oscuridad, escuchó los gritos de personas: ¡la niña está herida, policía! Al acercarse vio a su hijita cargada por un buen samaritano con ropa manchada de sangre, polvo que lo convertía en un ser fantasmal. Su pequeña lloraba, estaba viva, no había soltado la muñeca, pero algo faltaba... había perdido su piernecita. La providencia hizo que un vecino doctor le aplicara un torniquete y la salvaron de una hemorragia fatal.

El recuento de los daños detallaba que los senderistas habían lanzado, contra un edificio donde vivían familias miraflorinas de clase media, un automóvil con 400 kilos de dinamita mezclada con anfo. El impacto destruyó el edificio. La desgracia no fue mayor porque a la hora del atentado ya no había tanta gente en la calle y en las viviendas decenas de estudiantes aún no regresaban a sus domicilios. Las víctimas mortales eran de todas las edades. La más joven, de la edad de Vanessa, dos años, y la más anciana de 78.

Así fue el atentado terrorista en la calle Tarata, hace 28 años
La noche del 16 de julio de 1992 un comando de Sendero Luminoso hizo estallar un "coche bomba” en la calle Tarata del distrito limeño de Miraflores.

Vanessa Quiroga Carvajal sufrió bullying porque le faltaba una pierna

Recuerdo a Vanessa cargada en los brazos del alcalde criollón, el entrañable burgomaestre de Lima, Alberto Andrade Carmona. El infortunio de la niña no terminó con el atentado. Gracias al alcalde, a ‘la niña símbolo’ le dieron una beca completa para estudiar en un exclusivo colegio de monjas miraflorino. Ella revelaría en una entrevista en RPP, varios lustros después, que su paso por ese colegio fue un verdadero calvario. No solo por las diferencias sociales y económicas con sus compañeras, sino que tuvo que soportar el ‘bullying’. A los dos años de estar allí ya no pudo más y le rogó a su madre que la cambiara a otro colegio. Lamentablemente, en otros planteles de Villa María del Triunfo le siguieron haciendo ‘bullying’, ya no por pobre ni mestiza, sino por ser ‘coja’. Cambió siete veces de colegio.

En ese tiempo, en el no había una conciencia ni un conocimiento de este fenómeno. Ni la colocación de la prótesis la salvó de tener complejos. Su autoestima estaba bajísima. Cuando se probó una minifalda y se miró en el espejo rompió a llorar creyendo que por su prótesis nadie podría enamorarse de ella. Su mamá, una mujer fuerte ante las adversidades, que nunca la trató como a una minusválida, le dio ese día una gran lección cuando la escuchó decir entre lágrimas que nadie se fijaría en ella. “Tienes razón —le dijo—, nadie te va a querer nunca, porque primero debes amarte tú”. Desde ese día se miraba al espejo y se decía en voz alta: ‘soy bonita’, ‘te quiero mucho’. Al terminar el colegio continuó estudiando en un instituto y ayudaba a su madre en el puesto que le dieron cuando reabrió Tarata.

Pero Vanessa tenía planes más ambiciosos. Ahorró todo lo que pudo y con su madre pusieron una pequeña tienda de ropa en el centro de Lima. Pero ella no paró, decidió estudiar en la universidad Ingeniería Económica. Terminó la carrera e ingresó a trabajar en un banco. Allí se especializó en el área de créditos para emprendedores. Hoy es una mujer felizmente casada, tiene dos hijas, de ocho y cuatro años. Da charlas a nivel nacional e internacional a jóvenes emprendedores, pero nunca pierde la oportunidad de relatarles a los jóvenes la terrible realidad que vivimos en el pasado, debido a la insania terrorista de Sendero Luminoso. Es una acérrima defensora de la paz y sigue siendo un símbolo no solo de Tarata, sino del Perú, que no se dejó vencer por la barbarie violentista. Apago el televisor.

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