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Cien años de soledad

El Búho dedica su columna a la gran obra literaria, “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez.

Este Búho lamenta que en estos tiempos se hable más del puñetazo deal colombiano que de su monumental obra: ‘Cien años de soledad’ (1967). Acaba de cumplir 56 años. Hubo un antes y un después luego de la publicación, casi por accidente, de esta ‘joya’ editada por la Editorial Sudamericana de Argentina. ‘Gabo’ apostó todas sus fichas a esa novela y se la mandó al artífice del boom latinoamericano, Carlos Barral, quien increíblemente la rechazó, algo de lo que se arrepentiría toda su vida. Decepcionado, o más bien desesperado, porque esperaba que le extendieran un cheque de adelanto y así su familia pudiera sobrevivir en México, la envió a Sudamericana. Gabriel, su esposa, la barranquillera Mercedes Barcha, sus dos hijos, en el DF mexicano vivían en una estrechez absoluta y ella lo apoyó cuando él renunció a ser corresponsal de la agencia cubana de noticias y ella mantuvo con su trabajo a la familia, mientras su esposo se dedicaba a escribir mañana, tarde y noche. ‘Lo cierto es que en los últimos balbuceos de la novela debimos empeñar el secador, el calentador, la batidora y las últimas máquinas que nos quedaban’, contó ‘Gabo’.

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Después de mecanografiar ‘en bruto’ su novela, el escritor contrató a una joven mecanógrafa que había trabajado con los más renombrados poetas, novelistas y guionistas mexicanos, ‘sobre todo por su gran discreción’. Ella se llamaba Esperanza Araiza y le decían ‘La Pera’ (¿sería por su cintura?). El asunto es que ella llevaba los originales limpios y corregidos a casa del escritor. Una tarde marcada por una lluvia a cántaros en todo el DF, al bajar del ‘camión’ (el ómnibus para nosotros), la muchacha resbala en un charco y cien hojas con la futura joya literaria aterrizan en el espeso barro. Los gritos de la muchacha alertan a los pasajeros, que se compadecen de ella, pensando que sería una maestra recogiendo los exámenes finales de sus alumnitos. Compadecidos, todos contribuyeron a recoger las páginas, sin saber que serían cómplices en el proceso de construcción de una novela, que se traduciría en un futuro a más de cuarenta idiomas. ‘La Pera’, con decenas de hojas mojadas, no se amilanó. Parecía saber que de su ingenio dependía que esos papeles casi desechos llevaran a su amigo colombiano al lugar más privilegiado del universo literario.

Llegó a su casa y puso las hojas mojadas en una mesa y las secó con una plancha bien caliente. Mercedes colocó las hojas del original en dos paquetes. Cuando llegó al correo, no le alcanzó el dinero para mandar ambos, así que decidió enviar solo uno, para que el editor de Sudamericana, Francisco Porrúa, lo leyera. Pero con la desesperación envió la parte final de la novela y no el inicio. Lloró a mares al comprobar su error, sin saber que Porrúa había escuchado del propio ‘Gabo’, por teléfono, las primeras páginas de la obra y se había enamorado de la historia de Aureliano Buendía y Macondo.

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Argentina se rindió a la novela “Cien años de soledad”

Al publicarse, Argentina se rindió ante la novela, que agotó sus 8 mil ejemplares en pocas semanas, durante junio de 1967, obligando a la editorial a lanzar diez mil más, que se acabaron más rápido todavía. Ha sido catalogada como una de las mejores novelas de toda la historia. La inauguración de lo ‘real maravilloso’ en la literatura. No me queda más que volver a leer las primeras líneas de ‘Cien años de soledad’: ‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar esa tarde remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo’.

En el siglo pasado, nadie pudo imitar esa delirante historia de Aureliano Buendía y su estirpe, sus legiones de personajes, sus tres generaciones. Personajes inolvidables, como Melquíades o Remedios la bella. Remedios, hija de Arcadio Buendía y Santa Sofía de la Piedad, era la mujer más hermosa del mundo, pero todos los hombres que la pretenden, irremediablemente, encuentran la muerte. Un día, ella asciende increíblemente a los cielos. Este columnista recuerda que devoraba el libro en la soledad del estadio de San Marcos.

El gran ‘Gabo’ escribió así la desaparición de la diosa de Macondo: “Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa. ¿Te sientes mal? -le preguntó. Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima. Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor. Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”. Inolvidable. Apago el televisor.

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