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César Vallejo también fue feliz, bohemio y bailarín [VIDEO]

Nuestro columnista habla hoy del gran César Vallejo.

Este Búho asiste con emoción al 125 aniversario del nacimiento del poeta peruano más notable de todos los tiempos: . Mis lectores saben que respeto y admiro a los poetas. Pero mi sentimiento por Vallejo es algo que no tiene nombre, algo más profundo y puro. Esa imagen apesadumbrada y melancólica que se le atribuye, me parece injusta. Por eso hoy les hablaré mas bien del lado ‘B’ de ese santiaguino alegre, bromista y fiestero que en realidad fue.

Vallejo nació en el seno de una familia pobre y numerosa. Fue el último de once hermanos. Desde sus inicios en el colegio demostró grandes dotes para los estudios. Sus libretas de notas dan cuenta de sus altas calificaciones, tanto en primaria como secundaria. El inquieto César Vallejo ejerció trabajos tan disímiles como fundamentales para su pensamiento crítico, que luego se vio reflejado en su producción literaria.

A los 18 años trabajó en la mina de Quiruvilca, donde presenció el salvajismo ejercido contra los indios. Esa experiencia le sirvió para ambientar su libro ‘Tungsteno’, publicado en España en 1931. También fue preceptor en Cerro de Pasco, cajero en una azucarera, corresponsal de prensa y profesor en el colegio Guadalupe. En ese trajín, en 1919, publica ‘Los heraldos negros’, un poemario vanguardista que rompe el molde tradicional y genera comentarios positivos.

Cuando perdió su puesto de maestro en el colegio Guadalupe, regresó a su pueblo natal, donde se festejaba la fiesta de Santiago. Aquella celebración, debido a una acalorada discusión política, terminó en un saqueo. Vallejo fue acusado de ser el autor intelectual. Es capturado y encerrado en la cárcel de Trujillo. Allí pasó cuatro meses. Ese tiempo le sirvió para moldear un fajo de sonetos que llevó consigo y que se convirtió en su poemario ‘Trilce’.

La primera edición era de apenas 200 ejemplares y la crítica fue lapidaria. Nadie entendía la visión vanguardista del vate. Al no encontrarle pruebas que lo incriminen como el autor intelectual del saqueo en Santiago de Chuco y ante la presión de diversos intelectuales, fue liberado. Este proceso legal definió el rumbo de su vida, pues lo impulsó a viajar a Europa en 1923, de donde nunca más regresó.

Pero su vida en Perú no estuvo plagada únicamente de desventuras. Coincidían sus amigos del ‘Grupo Norte’ en que el flaco y orejón Vallejo era un hombre conversador, atento y galante con las chicas. Nada tímido, sino juguetón y sarcástico. En 1923, después de vender sus pertenencias, pedir préstamos y cobrar deudas pendientes, Vallejo viajó a París, donde inició una nueva vida. Es cierto, los primeros años pasó grandes dificultades, pues no hablaba el idioma, no tenía trabajo fijo y apenas cobraba por los artículos que enviaba a un pequeño diario peruano. Durmió en parques, pasando frío y hambre. Allá el poeta cultivó amistad con grandes literatos como Vicente Huidobro, Alejo Carpentier o Pablo Neruda.

Su vida, aunque austera, también tuvo buenas épocas. Colaboró con diversos medios peruanos y sudamericanos. Ganó una beca importante que luego rechazó. Relata el escritor Juan Domingo Córdova en su libro ‘César Vallejo del Perú profundo y sacrificado’ que el poeta, junto a su esposa Georgette, se alojaban en hoteles de dos o tres estrellas, solían visitar teatros, conciertos, conferencias y museos de manera constante. Nunca faltó el vino. Tuvo una vida nocturna muy activa y cuando se encendía, arrastraba a sus amigos de café en café hasta las primeras luces del día. Gustaba bailar en el ‘Gypsy’ o en ‘Les Noctambules’.

Su vasta producción en poesía, narrativa y ensayo se valoraron después de su muerte. ‘Los heraldos negros’, ‘Poemas humanos’, ‘España, aparta de mí este cáliz’, entre otros, son títulos indispensables en la literatura nacional y mundial y traspasaron la barrera del espacio, del idioma y del tiempo.

En sus últimos años de vida, Vallejo tenía la intención de regresar a Perú, fundar una revista y volver a su querido Santiago de Chuco, pero la muerte lo sorprendió en París, un día de aguacero, el 15 de abril de 1938. “Me moriré en París con aguacero, /un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París —y no me corro— /tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”. Este Búho quiso recordar al poeta alegre que vivió intensamente. Al hombre bohemio, bailarín y amante del huaino, al coquetón y atrevido. Al Vallejo que un día dijo: ‘Saber más es ser más libres’. Y la libertad es felicidad. Apago el televisor.

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