Este Búho se siente golpeado con el tristemente célebre ‘Niño Costero’. De joven reportero, he cubierto desastres como erupción de volcanes, terremotos, inundaciones e incendios como el de Mesa Redonda, pero nada como este devastador fenómeno. Cuando me enteré de que también golpeó al norte chico, pensé en Puerto Supe, el lugar donde nació la gran poeta Blanca Varela. La naturaleza no se ensañó con ese puerto, pero sí con Huarmey. Me enorgullezco de haber escrito sobre ella, no solo porque la admiro como poeta, sino como una de las personalidades femeninas más importantes del Perú moderno. Sin embargo, pese a que su obra ha sido prolongada y elogiada por premios Nobel de la talla del mexicano Octavio Paz y nuestro Mario Vargas Llosa, pienso que todavía su figura no es reconocida como debería ser en nuestro país. Blanca creció bajo la protección de su madre y su abuela, que si bien no estudiaron en la universidad, eran mujeres ‘sui generis’ y muy enteradas del movimento intelectual, pero sobre todo, dotadas de un sentido común femenino del cual bebió Blanca, y ella misma lo reconoció en una reveladora conversación con la poeta y antropóloga Rosina Valcárcel y a Yolanda Pantin, de donde extraemos pensamientos muy íntimos pertenecientes a una dama que no era muy afecta a revelar ciertos aspectos de su vida familiar: ‘El hecho de haber sido criada en un hogar de mujeres influyó en mi capacidad de observar el mundo (...) el entorno (...) indudablemente la presencia de mujeres afinó en mí esa capacidad de mirar. Somos por naturaleza muy observadoras’. Su primer libro, ‘Ese puerto existe’ (1959), es considerado de culto. La leyenda cuenta que lo escribió de un tirón cuando vivía en París con su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo. Nadie imaginaba que entre los días de bohemia juvenil de los artistas latinoamericanos como Fernando, Octavio Paz o Vargas Llosa, la esposa del pintor escribía un libro de poesía. No se lo contó a nadie: ‘¡Pero ese puerto existe, Octavio!, le dijo al mexicano quien, con la genialidad que lo caracterizaba, le respondió: ‘¡¡Allí está, Blanca!! Ese es el título: Ese puerto existe’. ‘En esta costa soy el que despierta/ entre el follaje de alas pardas,/ el que ocupa esa rama vacía,/ el que quiere ver la noche./ Aquí en la costa tengo raíces, manos imperfectas,/ un lecho ardiente en donde lloro a solas’. (Puerto Supe).
De su matrimonio con el pintor Fernando de Szyszlo tuvo dos hijos, Vicente y Lorenzo. Con él viajó, cuando eran jóvenes y recién casados, al París idílico de Hemingway, Picasso, Sartre, Henry Miller y Octavio Paz, pero confesó que vivir allí con el pintor no le resultó fácil: ‘Yo siempre he tenido el problema de la supervivencia. Me casé con un pintor que no tenía plata. Teníamos que trabajar, teníamos que ir adelante. No poseía dinero ni fortuna familiar, había nacido cuando la familia ya se había ido al suelo. Estaban viviendo muy modestamente con cierto estilo, que no era lo real’, confesó. Ella era muy crítica consigo misma y se lo dijo a su entrevistadora: ‘Te hago una confesión. A mí no me gusta mi poesía, pero es la única que puedo escribir. Es una poesía honesta, no podría haber escrito de otra manera. Mi apreciación del mundo es el de un mundo difícil, duro, a veces hermoso’. Las fotos de la poeta jovencita desnudan una belleza singular, sobre todo en la mirada. ‘Yo era una mujer muy seductora. A veces me miraba en el espejo y me encantaba ese brillo de la mirada (...) cuando era joven iba a las fiestas, me fijaba en el hombre más guapo de la reunión y ¿puedes creelo? Enseguida estaba a mi lado y me invitaba a bailar. Pero siempre resultaban tan aburridos...’. Paralelamente a su oficio de poeta, Blanca trabajaba como editora de revistas. Colaboró en la fenecida ‘Oiga’. También era parte del Comité de Redacción de la notable revista ‘Amaru’ (1967-1971), que dirigía el poeta Emilio Adolfo Westphalen. Pero lo suyo era la poesía: ‘No sé si te amo o te aborrezco/ como si hubieras muerto antes de tiempo/ o estuvieras naciendo poco a poco/ penosamente de la nada siempre./ Porque es terrible comenzar nombrándote/ desde el principio ciego de las cosas/ con colores con letras y con aire./ Violeta rojo azul amarillo naranja/ melancólicamente/ esperanzadamente/ absurdamente/ eternamente. (…) Mas luego retrocedes, te agazapas/ y saltas al vacío/ y me dejas al filo del océano/ sin sirenas en torno/ nada más que el inmundo el bellísimo azul/ el inclemente azul/ el deseo’ (fragmento de ‘Valses’, uno de sus más emblemáticos poemas). Apago el televisor.
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