Este Búho escribe esta columna con rabia e indignación. Se me vienen a la mente muchas imágenes sobre el Centro de Lima. Lo que está pasando con la delincuencia ya es demasiado. Es realmente increíble que miserables hampones ingresen con sus motos al núcleo de la capital, como si estuvieran en sus guaridas.
Esa incursión para robar ocasionó que una humilde trabajadora de limpieza muriera de un balazo en la cabeza. Un hecho así nunca lo vi a pocas cuadras de Palacio de Gobierno y en pleno Jirón de la Unión, que no es el del entrañable Abraham Valdelomar y su Palais Concert, pero que en este siglo se ha convertido en el ‘Boulevard de Asia’ de los humildes, en ‘Las Ramblas’ barcelonesas de los de Barrios Altos o el Rímac, en la ‘Quinta Avenida’ neoyorquina de gente llegada de la periferia de la ciudad.
La delincuencia en el país ya lo ha desbordado todo. Se ha salido de control. Nadie está seguro en ningún distrito, ni siquiera en el otrora pacífico San Isidro. Ya no me sorprendería que los maleantes se metan a robar al cercano Banco Central de Reserva. Rosa Mamani Apaza, una puneña de 44 años que trabajaba desde hace dos décadas en la empresa que le brinda servicios de limpieza a la Municipalidad de Lima, era madre de dos hijos de once y catorce años. Como mujer responsable, salía de su casa en las zonas altas de Collique a las 4:45 de la madrugada para llegar puntual a su trabajo y dejar limpio el Centro Histórico.
No la mataron de un disparo casual en una discoteca o en la madrugada saliendo de una fiesta. No. La señora estaba con su escoba y su recogedor trabajando y tal vez pensando en que ese día 29 le iban a depositar su quincena ganada honradamente con el sudor de su frente y esperaba comprar a sus hijos ropa, libros o salir a comer en familia su pollito a la brasa. Una bala asesina de malditos ‘marcas’ o asaltantes de joyerías, que son la misma porquería, acabó con su vida, sus sueños y los de su familia. ¿Es justo esto?
Según estadísticas, más del setenta por ciento de delincuentes que captura la policía en flagrancia son hampones, no solo reincidentes en delitos tan graves como robo agravado u homicidio, sino que están ‘con arresto domiciliario’ o ‘comparecencia’. Entonces, ¿a quién podemos responsabilizar en primer lugar de que estos malditos se encuentren en impune libertad para matar? Pues a las ‘manzanas podridas’ que hay en el Poder Judicial y el Ministerio Público, porque no se puede pensar otra cosa, ya que estos malos funcionarios desbaratan todos los esfuerzos de los policías que arriesgan su integridad para capturar, muchas veces a balazos, a peligrosos delincuentes que son incorregibles e irrecuperables para la sociedad.
Es indignante ver cómo avezados delincuentes condenados por graves delitos, purgan pena solo tres o cuatro años y salen de ‘Lurigancho’ o ‘Sarita Colonia’ más temerarios que antes. En Estados Unidos, la justicia tiene como prioridad ‘la defensa de la sociedad’, entendida como la protección al ciudadano honrado y respetuoso de la leyes. Por eso es que a los delincuentes y psicópatas los sepultan en cárceles de máxima seguridad. Y si son asesinos, les dan mínimo treinta años sin libertad condicional ni ‘beneficios’. Allá, un hombre que quita la vida a otro se muere en prisión y si logra salir, será viejo y ya no es un peligro para nadie.
Aquí, asesinos y jefes de banda entran y salen de la cárcel como si fuera su casa. Observen el ejemplo de ‘Caracol’, por años lideró a su banda de asesinos, narcotraficantes y asaltantes desde su lujosa prisión, donde dominaba el tráfico de drogas. Solo cuando le picó el ‘bichito’ de salir, el propio INPE le extendió certificados de ‘buena conducta’ y de ‘haber trabajado en talleres’. Increíble. Este columnista no tiene miedo a ser ‘políticamente incorrecto’.
Estoy de acuerdo con la pena de muerte para asesinos violadores de niños, y cadena perpetua para asesinos de policías, jueces y fiscales, además de que se amplíe la pena a los criminales en bandas, homicidas en asaltos y sicarios. Que se privaticen las cárceles, que los concesionarios hagan trabajar obligatoriamente a los reclusos y que estos no vivan, como ahora, en celdas que parecen habitaciones de hotel cinco estrellas con televisores LED, restaurantes, bares y celulares. El Estado debe ponerse los pantalones. Apago el televisor.