Este Búho se debe a sus lectores. Me escriben jóvenes universitarios para que siga escribiendo de Alan García luego de revelarse que Miguel Atala era su testaferro y le pagó en varias armadas, durante muchos años, más de un millón de dólares en coimas y sobornos de Odebrecht.
Este columnista prefiere ingresar al túnel del tiempo. Para ello voy a utilizar un término acuñado por el filósofo post estructuralista, nacido en la Argelia francesa, Jacques Derrida: la deconstrucción. ¿Era Alan un ser humano conflictuado y con problemas de depresión? Hay varios indicios que apuntan a ello. Se dice que debía tomar litio para estabilizar su capacidad emocional y que durante los años 80, tras la muerte del jefe y fundador del Apra, Víctor Raúl Haya de la Torre, estuvo internado en una clínica psiquiátrica para recuperarse de esa inmensa pérdida. Víctor Raúl había sido como un padre para él, un maestro. Fue él quien lo guió y preparó para que asuma las riendas del partido primero y luego del país. Haya, al final de su vida, llegó a la conclusión de que él, por rivalidades políticas y edad, ya no podía ejecutar su proyecto de vida, como era ser presidente de la República. Siempre quedó en la puerta del horno.
Con el correr de los años y a medida que se iba convirtiendo en el jefe del principal y más importante partido de la historia republicana, y más precisamente luego de ser elegido mandatario del país, el ego de Alan Gabriel Ludwig se sobredimensionó.
‘Tiene un ego colosal’, dijo de él, en el año 2006, J. Curtis Struble, quien por entonces era embajador de Estados Unidos en Lima, en un reporte a sus superiores en Washington. Este documento fue difundido por el portal Wikileaks (el mismo del recientemente detenido Julian Assange) en el 2010. Si así fuera cierto, alguien como García jamás habría permitido que lo humillen públicamente, como hubiera pasado si era detenido, enmarrocado y confinado a una fría celda, como pasó con Keiko Fujimori, Ollanta Humala y hasta Pedro Pablo Kuczynski.
‘A mí no me vienen con esa mierda’, dicen que dijo cuando los policías de la División de Investigaciones de Alta Complejidad (Diviac) llegaron a su casa de Miraflores y le pidieron que baje las escaleras para entregarle el documento judicial que ordenaba su detención preliminar por diez días. Dos minutos después se voló la cabeza con el revólver Colt que le regaló la Marina de Guerra del Perú hace unos años.
Amoroso padre, tuvo seis hijos en tres mujeres diferentes, el último Federico Danton, de apenas 14 años. Todos lo recuerdan con amor y dicen de él que siempre estuvo con ellos aconsejándolos y dándoles el tiempo que debía, pese a sus múltiples e importantes ocupaciones. También fue un demócrata. Entregó el poder las dos veces que logró terminar su gestión y animó las últimas elecciones del Perú. Su mancha negra, aquella que lo persiguió durante treinta años, fueron las acusaciones de corrupción. Por el tren eléctrico, los aviones Mirage, los depósitos en el banco BCCI, la carretera Interoceánica. Nunca fue condenado. Algunos de los procesos que se le iniciaron, o fueron dados como prescritos o los ganó él. Con su muerte, todas las investigaciones que le inició el equipo especial Lava Jato han fenecido. Como él mismo decía, será la historia la que lo juzgue. La terrenal ya no lo podrá hacer. Ahora, tras lo revelado por Miguel Atala se abre una nueva historia. No hay que olvidar que el exfuncionario de Petroperú reveló que el millón trescientos mil dólares que le entregó la corrupta Odebrecht y depositó en la banca privada de Andorra, era para García. Es más, el mismo líder aprista le dijo que era su plata. Además, el dinero se lo iba entregando en armadas de 20 mil o 30 mil dólares. Se lo llevaba a sus casas de Las Casuarinas y Miraflores, a ¡¡Palacio de Gobierno!! y hasta al instituto donde enseñaba. Hay muchas más páginas por escribir en esta historia y que la verdad se abra paso.
Es una pena que en nuestro país campee la corrupción y que haya carcomido todos los estamentos. Señores, la política fue creada para servir y no para servirse de ella. Pobre mi Perú. Esto tiene que acabar de una vez.
Apago el televisor.