Este Búho recuerda la primera vez que llegó a la Redacción de un diario. Era abril de 1986 y un nuevo periódico se ‘cocinaba’, en una gran casona frente al Campo de Marte. Estaba asustado. Un joven Ricardo Uceda, a la sazón jefe de Redacción del diario ‘La Razón’, que hoy yace en el cementerio de papel, me había convocado después de leer unos artículos míos en una revista sanmarquina.
“Trae fotocopias de tus artículos”, me dijo. Llegué a la hora señalada y salió un atolondrado Uceda. “Ahh, ¿tú eres de la revista de San Marcos? Ya, pásame tus notas. Yo las leo y te llamo, chau”. Las tomó, entró a la casona y cerró la puerta. Caía la tarde y caminaba requintando por la avenida 28 de Julio. Había gastado toda mi propina en sacar esas fotocopias para que Uceda hable conmigo un par de minutos.
Me fui a casa triste. Pero a las 7 en punto de la mañana oí los gritos de mi abuelita, que vivía al frente de mi edificio, y ella tenía teléfono: ‘Hijito, corre. Te llama el señor Uceda. Urgente’. Lo llamé. “Flaco, ya tienes trabajo. Te espero a las 9 en punto en el diario. Click”. No se imaginan la emoción que sentí. Inclusive el sueldo me pareció exorbitante para un veinteañero.
Ese día ingresé a ‘La Razón’ y me recibieron el ‘Chema’ Salcedo, hoy un bravo periodista radial, Uceda y un personaje con quien recorrería importantes momentos de mi carrera: el recordado fotógrafo Carlos ‘Chino’ Domínguez. Una vez que ingresé a esa Redacción, nunca más abandoné el periodismo. Increíble. Han pasado 30 años. Pero no siempre fui un privilegiado columnista.
Empecé como un redactor de calle y no la dejé hasta diez años después, cuando pasé a ser editor. Hacer periodismo callejero en la década de los 80 era muy duro. No solo por la terrible crisis económica y moral en que nos sumió el primer gobierno de Alan García. Lo peor de todo era la presencia demencial de las hordas de Sendero Luminoso en la ciudad, pues habían decidido hacer el ‘gran salto estratégico’. Lima empezaba a llenarse de cadáveres. Policías acribillados en mercados y plazas, a sangre fría.
En la universidad no nos habían enseñado medicina forense. No estábamos acostumbrados a ver todos los días muertos desechos por los coches bomba. Después de desayunar, llegabas a la Redacción y de allí a un mercado o banco donde a dos agentes les habían disparado en la cabeza y la sangre les seguía manando. Cubríamos los atentados de madrugada. Muchos jóvenes se retiraron, ‘tiraron la toalla’, se cambiaron a Derecho o preferían otras carreras.
Otros no resistieron esa presión y prefirieron una chamba más tranquila, haciéndole la prensa a algún congresista o ministerio. La plata se devaluaba por la hiperinflación. Los vales de alimentación que nos daba el diario eran rechazados por los concesionarios. Terminábamos en una panadería comiendo pan con jamonada polaca y su gaseosita, la más barata. Recorríamos Huaycán, Villa El Salvador, Villa María del Triunfo, San Juan de Lurigancho.
Recogiendo cadáveres, viendo torres de alta tensión derribadas. Una vez, cuando mataron al almirante AP Gerónimo Cafferata, con mis colegas de Policiales, Tadeo y la ‘China’ Domínguez, llegamos hasta un cuartucho en el cerro El Pino, donde los ‘terrucos’ se habían refugiado. Así arriesgábamos el pellejo para conseguir la información. A veces escribíamos en nuestras viejas máquinas de escribir con velas por los apagones, porque el grupo electrógeno estaba destinado para el área de Producción.
En las comisiones salíamos a llamar por teléfono con nuestras fichas ‘rin’, pues no había celulares. Si queríamos investigar una noticia, nos sumergíamos en el archivo de la Biblioteca Nacional para ver periódicos antiguos. No existía Google ni Wikipedia. Cuando no había movilidad, por escasez de gasolina, nos íbamos en micro. Recuerdo que nunca nos quejábamos pese a las duras condiciones de trabajo. No había Canal N o RPP, así que teníamos que salir a cubrir las noticias y no verlas como hoy, desde una cómoda Redacción.
No digo que el periodismo de antes es mejor que el de hoy. Lo de antes no solo era bohemia, en todo caso, con o sin resaca, los periodistas producían extraordinarias crónicas y reportajes. Se conversaba mucho, ‘face to face’, en un bar o restaurante, en el cine. No había redes, Facebook, éramos más libres y teníamos mucho tiempo para leer. Algo fundamental en nuestra formación. Creo que todo eso nos sirvió muchísimo.
Trome sintetiza todos esos años de trabajo, de periodismo, y por eso es un fenómeno en ventas. Nos enorgullece que lleguen a la Redacción directores y jefes de medios de los principales diarios extranjeros a conocer ‘cuál es el secreto’. Muchos diarios populares se siguen fundando inspirados en Trome. El secreto es el trabajo serio, buscando siempre la verdad.
Y estamos muy pendientes de los avances de la tecnología que ha cambiado de manera radical la forma cómo la gente se informa, pero eso será tema de otra columna. Mientras tanto, aquí laboramos con el mismo fervor y entusiasmo de aquel primer día. ¡Feliz día a todos los periodistas. A los que están y, sobre todo, a los maestros que ya no están con nosotros! Apago el televisor.