A horas de que llegue a su fin el denominado Título 42, el caos y la desesperación crecen entre miles de migrantes que se arremolinan masivamente en la frontera de México con Estados Unidos para intentar cruzar a este último país. Pero muchos de ellos, la gran mayoría venezolanos y centroamericanos, iniciaron este viaje miles de kilómetros antes, enfrentándose a robos violaciones y a la propia muerte en el camino.
En el difícil trayecto hacia el ‘sueño americano’, los migrantes que salieron de Venezuela y Colombia deben cruzar primero el llamado Tapón de Darién’, una espesa selva en la frontera colombiana con Panamá, que divide en dos la carretera Panamericana, y en la que se sufren diversos peligros.
“Esa experiencia por el Darién es horrible. Allá roban, matan, secuestran, violan. Yo soy una víctima de violación. Eso no se lo deseo a nadie”, explica a EFE emocionada una mujer colombiana de 50 años.
“En el grupo de 50 personas que iba conmigo, violaron a cuatro: violaron a una niña de 14 años, una como de 22, la otra como de 38 y a mí. (Los atacantes) nos dijeron que en cinco minutos había que subir una loma, allá en la loma pedían la plata, celulares (...) Entonces después de haber robado la plata y todo, nos separaron a nosotras cuatro del grupo”, haciendo descender al resto, detalla.
Dos de las víctimas de la violación era venezolanas y una tercera haitiana. La colombiana, desplazada interna en su país después de que las guerrillas la despojaran de sus tierras, aseguró que tras llegar a Bajo Chiquito, la primera población tras abandonar la selva, distinguió allí a tres de los atacantes. No se atrevió a denunciarlos, temerosa de que hubiera más colaboradores entre ellos.
“No se traigan a sus hijos”
Con frecuencia, cuando tienen la oportunidad, los venezolanos se sitúan frente a las cámaras de los medios de comunicación para advertir a sus compatriotas de los peligros de la selva, rogándoles que no cometan sus mismos errores.
El joven Carlos Alberto Sánchez, de 23 años, mira directamente a la cámara, dirigiéndose a los suyos a miles de kilómetros de distancia: “Mi hermano venezolano, lo que le puedo decir de corazón es que no se traigan a sus hijos, si van a venir, vengan solos”.
“Vi con mis propios ojos cuando una niñita se le soltó a su madre (...) se le soltó el canguro y se golpeó con una piedra en la cabecita y se mató. (También) íbamos caminando río abajo, y una haitiana, de unos 36-40 años se ahogó, y el marido más adelante se ahorcó y mató a la niña”, detalla.
Además les robaron, les “secuestraron”. También “a una chama la violaron, llegó al refugio de los indios llorando, que la habían violado”.
A su lado, el panadero Carlos Alberto Suárez, de 35 años, insiste: “La verdad, le digo a todos nuestros hermanos venezolanos que no vale la pena traerse a su familia por ese riesgo”.
Suárez relata el caso de una madre que encontró una tienda de campaña abandonada y la utilizó para guarecer a sus hijas. Las metió dentro, mientras iba al río a por agua. Al regresar, estaban muertas.
“En la carpa había una culebra enrollada y (la madre) no se dio cuenta”, explica el venezolano, que asegura que fue testigo de lo ocurrido, al igual que vio “muchos muertos” por la selva.
EL RÍO BRAVO
Una vez que los migrantes lograron sobrevivir el Darién y luego atravesar todo México, llega el momento de enfrentarse a la frontera natural que forma el río Bravo entre tierras mexicanas y estadounidenses.
Para lograr ese objetivo, los migrantes aplican diferentes tácticas como, por ejemplo, armar estampidas humanas para vulnerar el cerco de seguridad o, lo que es peor, arrojarse al río, poniendo en peligro su integridad física y sus propias vidas.
Incluso, algunos realizan esta acción con niños en sus brazos, lo que hace aún más riesgosa esta práctica. El Título 42, una norma sanitaria que entró en vigor en 2020, durante el gobierno del expresidente Donald Trump y en plena pandemia del COVID-19, permite las expulsiones inmediatas de migrantes en la frontera.
De acuerdo con la información que comparte la agencia EFE, los migrantes se lanzan a las aguas del río Bravo para llegar al suelo estadounidense. A pesar de que algunos no tuvieron suerte y fueron retornados por ese mismo caudal hacia México, otros sí lograron pasar, principalmente porque llevaban consigo a menores de edad.
En las últimas 24 horas, grupos de migrantes, venezolanos en su mayoría, se han internado en el río que divide ambos países y, aunque las autoridades han intentado inhibir la acción, se continúan filtrando familias a lo largo del río.
Esto ocurre ante la incertidumbre que ha traído la entrada en vigor del Título 8, que implica “expulsiones rápidas y masivas de los ciudadanos migrantes que incumplan la normativa estadounidense” de ingreso a ese país.
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