POR: FERNANDO ‘VOCHA’ DÁVILA
Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Ekaterimburgo, el calorcito abrazador de Moscú pasó al olvido. Entramos a un frío helado que era inversamente proporcional al calor humano del taxista Seriozha. Un gordito blancón, pícnico, risueño, que me recibió con una afirmación alentadora para mí: “Hola, hablo español”. Fue entonces que me entusiasmé y me dije: “Fuera traductor de Google”. Adiós a las manos tratando de describir un instante.
Obviamente le hice la consulta: “¿Estudiaste el idioma porque suponías que vendrían muchos peruanos al Mundial?”. Y mientras manejaba, me narró su historia: “He decidido aprender español porque pienso irme a España con mi familia, para que mis hijos estudien allá”. Me generó intriga y no lo interrumpí. “Amigo, el nivel académico en mi país ya no es el mismo. Tengo 47 años, soy de la Unión Soviética y me gradué de economista, pero desde que llegó la Perestroika, nada ha sido igual”.
Descubrí en sus ojos mucha nostalgia y me animé a preguntarle: ¿Eres comunista? Me respondió de inmediato: “Sí, mi país era otro, teníamos buena educación y no nos faltaba comida. Soy profesional, pero debo sumar ingresos trabajando de taxista. La pobreza en el país ha aumentado”. Me mostró varios monumentos de la ciudad y aclaró que no le gustaba el futbol, sino el hockey. Cuando llegué a mi destino, me ayudó a sacar el equipaje de la maletera y me apretó la mano: “Chau, perruano”. No todos están con Putin en estas tierras.
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