Cuando la abuela murió, todos en la familia se quedaron muy preocupados por el abuelo. Por eso, papá y mamá decidieron llevarlo a su casa.
–Ya lo verás, abuelo. Con nosotros estarás bien. Sara estaba entusiasmada, sin embargo, el abuelo echaba tanto de menos a la abuela que no quería hacer nada.
–Déjame niña. ¡No tengo ganas!, decía malhumorado.
–¿Y si vemos una peli?
–¿Y si vamos al parque?
–¿Y si hacemos crucigramas?
Pero el abuelo solo quería estar todo el día recordando a la abuela. Sara entendió que si pretendía pasar tiempo con él, tenía que ser compartiendo cosas de la abuela. Un domingo le llevó un álbum muy antiguo, que mamá guardaba en su cuarto.
–Abuelo, ¿quieres ver estas fotos? Y así me explicas cada una...
El abuelo se dio cuenta de que en aquellas fotos salía la abuela.
–Fíjate qué jóvenes estamos aquí.
–Están guapísimos. ¿Y aquí?
–Aquí estamos de vacaciones.
Sara y el abuelo lo pasaron bien. Un día, cuando Sara salió del colegio vio a su abuelo esperándola. ¡Me gusta mucho que me vengas a buscar!, le dijo. Desde ese día, el abuelo fue siempre a recoger a Sara al colegio. Por fin entendió que no necesitaba pasarse el día entero sin hacer otra cosa que pensar y hablar de la abuela. Podía hacer muchas cosas y ella siempre estaría ahí, a su lado. Porque la gente que queremos no desaparece nunca.