El empeño humano por mantener los alimentos en perfecto estado de conservación llegó a un buen puerto recién en el siglo XIX. La invención de la refrigeradora y de otros aparatos con similares funciones no solo facilitó nuestras vidas, sino que evolucionó los sistemas de produccción, el comercio y hasta la carrera espacial.
La primera refrigeradora artificial fue construida en 1784 por William Cullen, en Glasgow. Funcionaba mediante la evaporización de éter en un recipiente semivacío.
Las primeras generaciones de refrigeradoras usaban amoniaco y dióxido de azufre, que emitían olores desagradables y eran muy venenosos. Se hacía imprescindible sustituirlos por sustancias refrigerantes menos dañinas.
El 1931, el químico Thomas Midgley inventa el freón, líquido refrigerante que se impone en la industria de las refrigeradoras hasta nuestros días.
Las refrigeradoras más comunes utilizan el sencillo sistema de compresión. Un fluido refrigerante se evaporiza en el evaporador colocado dentro del compartimiento refrigerado. Al producirse la evaporación, el líquido toma el calor necesario del interior de ese compartimiento, que se enfría.
En el siguiente paso, el refrigerante (ya en estado gaseoso) pasa a un condensador montado fuera del recinto, donde vuelve a convertirse en líquido. En este proceso se desprende del calor que había tomado antes. Así, el líquido recoge calor del interior del refrigerador y lo expulsa al exterior.