“En mi barrio de San Juan de Lurigancho nadie daba un sol por mí, nadie me tenía fe, creían que me iría por el mal camino”. Habla Ricardo Tarazona, MOCRO, uno de los mejores tatuadores del Perú, el artista a quien hoy futbolistas de talla internacional, estrellas de la televisión y de la música buscan para dibujarse en la piel. Esta es su historia.
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En 1999 era cobrador de combi, de la ruta Montenegro – Lince, cuando anunció en casa que dejaría su chamba para dedicarse de manera exclusiva al arte del tatuaje. Antes lavó autos. Antes peló pollos. Pero nunca había hecho un dibujo con agujas sobre la dermis.
Lo único que tenía entonces era una máquina rudimentaria, artesanal, comprada a 35 soles. Y su talento de dibujante. ¡Ah, y 16 años!
Cuando reveló en casa que quería dedicarse a este oficio, su padre enfureció y le preguntó con desprecio: “¿te vas a dedicar a esa cochinada?”. En cambio, su madre, con una sonrisa de resignación, le dio los 35 soles con los que MOCRO se compró, precisamente, aquella primera máquina que trazaría el inicio de su historia.
Más de 20 años después, por su estudio en el Centro de Lima han pasado deportistas de la talla de Luis Advíncula, Miguel Trauco, Gabriel Costa. O figuras de la música como César Vega, Josimar Fidel, Estrella Torres. O personajes de la farándula como Melissa Klug, Ivanna Yturbe, Jossmery Toledo.
Si antes por un tatuaje cobraba 3 o 4 soles, hoy lo mínimo es 100 por un trazo que no debería demorar más de 15 minutos. Sigamos con su relato.
DE COBRADOR DE COMBI A TATUADOR INTERNACIONAL
“Yo dibujo desde que tengo uso de razón. Yo tenía un hermano, que falleció en abril del 99, que me inculcó lo del dibujo. Me regalaba colores, lápices. Siempre me motivaba. Mi pasatiempo era salir a la esquina del barrio, barrer la vereda y me tiraba a dibujar. En el colegio siempre dibujaba. Cuando dejaban trabajos escolares, me recurseaba. Me decían para hacer los dibujos, los periódicos murales. Cobraba 2 soles, y lo más difíciles 5 soles”, recuerda MOCRO.
Estudiaba en el turno de la tarde de un colegio nacional. En paralelo, trabajaba como cobrador de combi de la ruta Montenegro – Lince. Desde las 6 hasta las 11 de la mañana. Al día ganaba 50 soles.
Una tarde, durante un recorrido, observó un bello tatuaje en el brazo de un pasajero. Ahora no recuerda qué dibujo era, pero sí recuerda con exactitud lo que sintió: sorpresa, deslumbramiento, fascinación, todas las emociones que genera ese descubrimiento de la vocación. Desde entones supo a qué se dedicaría el resto de su vida.
“En mi barrio había un pata que era amigo de mi papá. Él tatuaba a gente del barrio. Un día fui y le dije que me tatúe. No quería porque yo era menor y además él era amigo de mi papá. No quería. Yo le pagué de más y aceptó tatuarme. Me hizo un corazón con el nombre de mi mamá Rosa. Tenía 14 años. Ahora tengo 38, por cumplir 39. Este tatuaje tiene 25 años”, relata y se golpea el hombro, sobre la imagen.
A ese mismo hombre le pidió que le enseñara a tatuar, que lo instruyera en ese oficio que se convertiría en algunos años más en su sustento de vida. Pero no ocurrió lo que esperaba.
“Le dije que me enseñe a tatuar. Y me dijo que ya, pero me iba a cobrar. Le iba a pagar de poco en poco. Todos los días me pedía plata. ‘Cuando venga a tatuarse alguien te voy a llamar para que veas cómo se hace’, me dijo. Todos los días le daba 10 soles. Un día estábamos en el barrio y llegaron dos militares. Él me mandó a comprar papel higiénico y aguja de coser ropa. Fui a la tienda. Regresé alegre, pero la puerta estaba cerrada. Por una ventanita me pide el papel y las agujas, y yo le pido que me deje entrar para ver cómo se tatúa, para aprender, como acordamos, porque le estaba pagando. Me cerró la puerta en la cara”, recuerda con desilusión.
Nunca nadie le enseñó a tatuar. Nunca tuvo un maestro, ni siquiera un guía. Nadie le dijo “así se coge una aguja” o “así se recarga la tinta”. Se hizo solo. Con la piel de sus amigos de barrio. Probando, fallando y aprendiendo.
“Cuando tenía 16 años fui a la casa de un pata a tomar, no sabía que él tatuaba, lo conocía años. Me dijo para hacerme un tatuaje. Y sacó su máquina y me dibujó un Bob Marley en la espalda, feazo. Me dijo, ‘te vendo mi máquina’. Me ofreció una máquina artesanal, una de la cárcel. Me dijo 35 soles. Ese rato no tenía plata porque había gastado tomando”, evoca. Su mamá apareció en su ayuda.
“Fui a pedirle a mi mamá, que tenía un puesto de verduras en el mercado, le dije a mi mamá que me preste la plata o que me compre la máquina. Yo le dije que quería ser tatuador, que iba a vivir de eso y que iba a ganar plata. Mi papá se molestó, dijo ‘¿te vas a dedicar a esa cochinada?’. Mi mamá se rio y me dio la plata. Me fui donde mi amigo y me vendió la máquina. Era una máquina con un transformador, me dio agujas y tintas”, señala en su estudio del Centro de Lima, mientras le hace un retrato a un viejo amigo que acaba de llegar de Estados Unidos.
Máquina en mano, pero sin saber ni siquiera cómo agarrarla, mientras regresaba a casa, esa misma tarde, se encontró con un ‘brother’ del barrio. Le mostró su adquisición. Le advirtió que pronto aprendería a tatuar, que aún no sabía. A pesar de eso, su amigo le pidió que le tatuara, en el momento, ahí mismo, de una vez.
“Eso fue el 5 de diciembre de 1999. Yo le dije que recién iba a empezar a tatuar. Me pidió que le tatuara y yo le dije que no sabía. Me insistió. Me dijo que me achoraba, que no quería tatuar al barrio. Me preguntó cuánto le iba a cobrar, en ese entonces 20 soles era plata y le dije que le iba a cobrar esa cantidad. Y aceptó. Eran las 7 de la noche. Fuimos a su casa a tatuarlo. Le pasé el diseño en el brazo. Entonces le hice una rayita de un milímetro o un poquito más y paré. Me quedé mirando el brazo. Él me pidió que siga. Yo estaba asustado porque nunca había tatuado. Avanzamos de a poquitos. En mi mente estaba en llamar al que no me quiso enseñar a tatuar, para que él termine. Yo le dije que, a la firme, no sabía tatuar y que iba a llamar a otra persona para que acabe el trabajo. Y él respondió que lo haga nomás, que si la cagaba, la cagaba, porque si no nunca iba a aprender. Me demoré como siete horas en ese tatuaje, mi primer tatuaje”.
- ¿Qué dibujo era?
Un diablo con un trinche. Me demoré hartísimo. Para ser el primero, no me quedó mal. Al otro día, fueron a buscarme patas del barrio. Se habían pasado la voz. Todos los días tatuaba. Tatuaba, después cobraba en la combi. Y un día tomé la decisión de dedicarme al tatuaje enteramente. Dejé de cobrar. Mi papá se molestó. Yo de cobrador ganaba 50 soles diario, tatuando cobraba 3, 4 o 5 soles, si era grande el dibujo, 10 o 20.
TATUADOR, UNA CARRERA QUE DESPEGA
Desde entonces, MOCRO no paró de tatuar. Pero además del talento, reconoce que tuvo suerte. En su camino, un camino difícil, con adversidades, con limitaciones económicas, con desconocimientos, tuvo personas que para él son como ‘ángeles’. Uno de ellos fue el reconocido tatuador peruano Kike Patiño, a quien conoció en una convención.
“Me acuerdo de que estaba paseando por la convención. En el evento había uno que era considerado el mejor tatuador del Perú. Me fui a verlo. Se llamaba Kike Patiño. Él estaba tatuando y me metí entre la gente para estar adelantito. Yo estaba con mi cigarro y él me dijo, me pidió, que me vaya a fumar a otro lado. Yo le pregunté por qué. Me dijo que el humo le jodía. Yo le dije que a mí no. Como que me achoré. Me miró y se molestó. Se paró y se fue. Regresó, siguió tatuando y al ratito aparecieron dos seguridades del evento. Me dijeron que salga a fumar a los jardines o me iban a botar del evento. Yo me fui”.
Ese fue el primer encuentro con quien considera uno de sus mayores impulsadores, consejeros y guías. Incluso, fue padrino del local en donde ahora realizamos esta entrevista.
Se hicieron amigos por Messenger después de aquel incidente. Un día Patiño, en un acto desprendimiento, le obsequió implementos profesionales para su oficio: fuentes, pedales, tubos, agujas, libros, tintas. “No pares de tatuar”, le dijo.
EL TATUADOR DE LAS ESTRELLAS
Su fama se disparó desde que empezó a ganar concursos nacionales e internacionales. El primero fue en Los Olivos, en 2011, donde ganó 5 premios. Entonces lo contactaron de diversos países. Ecuador, Chile, Colombia, Argentina y hasta Alemania. Decidió por Ecuador. Luego se mudó a Chile, en donde también ganó premios por su talento. Finalmente se mudó a Lima, en donde ahora tiene su estudio propio.
Entre sus clientes habituales están César Vega, el salsero chalaco. Luego Josimar Fidel, Suu Rabanal, Estrella Torres. Melissa Klug, la modelo Ivana Yturbe, Xoana González, Jossmery Toledo. Finalmente, los mundialistas Luis Advíncula y Miguel Trauco. Y casi todos los jugadores de Sporting Cristal.
“Los peloteros normalmente se hacen tatuajes de su familia o temas religiosos. En cambio, los cantantes se hacen notas musicales, o imágenes relacionados a su arte”, explica.
JIRÓN DE LA UNIÓN, EL MERCADO DE LOS TATUAJES
Como la mayoría de tatuadores, MOCRO también trabajó en Jirón de la Unión. No fue por mucho tiempo. Pero hace una crítica, pues considera que hoy se impone el dinero al arte. No es que esté mal, pero asegura que sus colegas, por hacer más cantidad de tatuajes, descuidan el acabado final.
— ¿Qué opinión tienes de los tatuadores de Jirón?
Ahí han empezado varios artistas buenos que ahora triunfan en el extranjero, pero eso ya fue hace años. Actualmente en Jirón de la Unión hay más tatuadores comerciales que artistas. Tratan de hacer la mayor cantidad de tatuajes al día para que puedan generar más ingresos y te cobran... si te dicen 500 y tú le dices 200, te lo hacen. Y te lo hacen al toque, apurado, para que venga otro y otro.
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— ¿Eso está mal?
Es malo, porque lo ven desde el lado comercial. Y es lo que está pasando ahorita con el tatuaje. Hay muchas personas que quieren ser tatuadores porque piensan que van a ganar al toque dinero fácil. Esto sí te genera ingresos, pero tienes que entregar buenos trabajos. Yo a la semana trabajaré cuatro veces o cinco. Trato de no saturarme, pero trato de entregar calidad.
NO SE TATÚEN EL NOMBRE DE SUS PAREJAS
Además de trabajar retratos y diseños personalizados, otra de las especialidades de MOCRO es borrar tatuajes de parejas separadas. Cuenta que hay semanas en las que se dedica únicamente a tapar tatuajes. Por eso, recomienda o, mejor dicho, aconseja a sus clientes que no se tatúen el nombre de sus parejas, porque ‘trae mala suerte’.
— Cuando un cliente viene a tatuarse el nombre de su pareja, ¿qué le dices?
Normalmente les digo que deben pensarlo bien. Trae mala suerte. Te haces el nombre de la pareja y terminan. La mayoría de los tatuadores profesionales te dirán que no te tatúes el nombre de tu pareja.
— ¿Es constante que vengan a borrarse los nombres?
Semanal vienen tres veces. Hay semanas que no viene ni uno, pero hay otras que todos los días te las pasas borrando.
— El amor no es para siempre, pero el tatuaje sí, ¿verdad?
Sí, por eso debes tener en cuenta qué es lo que te quieres hacer.
— ¿Qué debe considerar uno si se va a hacer un tatuaje por primera vez?
Considerar la calidad del artista, y estar bien seguro. Los primeros tatuajes que uno se hace son significativos, en honor a un familiar, digamos. Después se te vuelve como una adicción. El tatuaje te haces uno y te quieres hacer otro. Siempre los primeros tatuajes son simbólicos y después ya te despertaste un día y soñaste con un pato y te tatúas el pato. No debería ser así. Cada tatuaje debe tener una historia, un motivo.
— ¿Aún hay prejuicios sobre las personas tatuadas?
Ahora no se ve mucho eso, anteriormente sí. Las personas te veían tatuado y decían que eras delincuente. Hasta la misma policía te paraba y te pedía documentos. Ahora no mucho. Yo que he viajado, en Chile he tatuado a varios policías. Y todavía el brazo completo. Allá hasta arete tienen. El tatuaje no te hace mala persona. Un tatuaje no te hace delincuente y un traje no te hace decente. Las personas deben de tomar el tatuaje como un arte. Pero también hay tatuajes, hay tatuajes que se ven a simple vista que son de personas de mal vivir.
— ¿Los tatuajes de lágrimas significan que la persona mató a alguien?
Hay tatuajes que, en distintos países, tienen otros significados. Por ejemplo, en Perú y la mayoría de los países, tatuarse una lágrima significa que has matado a una persona. En Rusia, si te tatúan una lágrima significa que te han violado. En Brasil, si tienes el tatuaje de un payaso, significa que has matado a un policía. Hay tatuajes que sí tienen significados. En algunos países, tatuarse una telaraña significa que estás atrapado en las drogas.
— ¿Qué es lo más loco que te han pedido que tatúes?
Hay varias cosas. En Chile tatué en la vagina esta frase: ‘tu desenfreno es mi locura’. Me acuerdo de que un pata, cuando yo recién empezaba, quería que le dibuje una mosca en la cabeza del pene. No aguantó. Le hice un puntito y se fue corriendo.
Su barrio es San Juan de Lurigancho. Gracias a su arte ha logrado construir su casa, comprarse un auto, dar trabajo a otros colegas. Ha viajado por todo el país y al extranjero. En un par de meses realizará una gira europea. Y pensar que cuando anunció que sería tatuador, nadie daba un sol por él.
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