Por: Fernando ‘Vocha’ Dávila
El fútbol es como la vida, la cancha es como tu barrio, un vestuario es como tu casa, donde esos compañeros que se cambian frente a ti se convierten en tu familia. Omar ‘Caramelo’ Zegarra siempre ha tenido esas cosas claras y se ha manejado con los códigos que aprendió desde que dio sus primeros pasos en las calles de la Unidad Modelo del Callao, cerquita de la Mar Brava. Una fábrica que vomita por su chimenea ‘palomillas’, al por mayor, que luego tiene que elegir puertas entre el bien y el mal. El jugador del Sport Boys, Alianza Lima y Sporting Cristal cuenta como escogió una de ellas y la cruzo junto a su gran amor la pelotita.
Fue mi debut en Sport Boys. Concentramos en un hotel de Miraflores y mi compañero fue el brasileño Marquinho.
Sí, y bajamos a las 8 de la noche a cenar. Regresamos a la habitación, me acomodé a ver televisión y ¿sabes qué hizo?
Apagó todo, me miró y me dijo: ‘Se acabó el cine, es hora de dormir’. Y todo quedó a oscuras.
Fueron 600 soles. Lo recibí y todo fue para mi viejita.
Que aprendan los nuevos futbolistas. Siempre deben entregarle a la mamá la primera ganancia.
Nos pagaba el señor Juan Espinoza, conocido como ‘Chamachi’. Se iba con su maletita negra hasta la oficina del presidente Antonio Cuba.
Tenía como 70 años. Siempre llegaba cuando nos estábamos duchando y si entraba silbando, sabíamos que llegaba con buenas noticias.
Nadie podía creer que ese señor llevaba en esa maleta más de 100 mil soles.
Cuando estuve en Alianza Atlético de Sullana lo tuve a Lander Aleman.
Pagaba puntual, pero si perdías, te aguantaba el pago.
Una vez perdimos en el Callao 5 a 0, se vino a gritarnos y su frase fue: ‘Ustedes son unos mercenarios’. Nos quedamos callados porque había sido una derrota terrible.
Un Toyota Tercel negro, que tenía más problemas que maletín de abogado.
Se paraba en cada esquina y llegaba al entrenamiento empujando el auto.
Ramón Mifflin. Cuando dirigió al Boys, sabía que ganaba 600 lucas y cuando jugaba bien, se me acercaba y me regalaba 100 ‘cocos’.
Habían días, al finalizar los entrenamientos, en los que me gritaba: ‘Omar, llévate a comer a estos pezuñentos’. Y me daba plata.
Paolo de la Haza, el chato Corcuera y Donny Neyra.
William Chiroque. No hablaba, pero jugaba harto. Se fue a la selección a la Copa América de Argentina, la rompió y los comentaristas extranjeros lo llamaban la joven revelación del fútbol peruano y ya tenía 34 años.
Antes, a mirar las chicas más bonitas, ahora a brindar y pasarla bien.
Las chiquillas miran y eso que ya subí al piso 4.
La gente grita: ‘Vamos a pararnos, somos del Callao’.
No importa, pero algo llevan para casa.
Sigue de frente y los miras grueso y les dices: ‘¿Qué fue primo?’ y sigues de frente. Nunca muestres temor.
Es tu hermana. Hay que tener códigos
Trabajo en la Región Callao como cazatalentos de niños chalacos.
Como ya no soy jugador profesional, ‘El Bombardero’ ya no me chanca, ja, ja, ja.
En el diario salían mis primeras entrevistas de jugador profesional, por eso me da gusto volverlos a ver.
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