Nunca he entendido por qué se generaliza y se le da tanta “pantalla” a los aspectos negativos (que son pocos) y no se exalta lo positivo que significa para un país recibir a refugiados y migrantes extranjeros en general.
Para 2019, la encuestadora Ipsos publicó que un 67% de encuestados veía de manera negativa la migración llanera y solo un 23% estaba de acuerdo. En el artículo no se especificaba el universo de personas que fueron consultadas. Pero, a decir verdad, no tiene mayor importancia porque lo llamativo de esto son los resultados.
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Para quienes perciben de manera negativa este fenómeno social, habría que colocarlos en los zapatos del “otro” y preguntarles ¿qué haría usted? El desplazamiento humano debido a circunstancias políticas y sociales no es novedad. Este fenómeno ha ocurrido desde hace centenares de décadas en diferentes partes del mundo. Ahora mismo, mientras usted lee esto, en otros continentes sucede exactamente lo mismo por diversas razones.
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Pero, ¿por qué se ha hecho tan difícil generar una cultura de empatía hacía el que llega buscando una mejor vida en un país ajeno?
Me resulta curioso y preocupante la falta de políticas comunicacionales o campañas de tolerancia, de inclusión y respeto hacía las personas que siendo de diferentes partes, son integrantes de nuestra sociedad, de nuestra comunidad.
Por ejemplo, yo nací aquí, en Lima, Perú. Tengo raíces peruanas muy fuertes, pero si me escuchan hablar notarán que mi acento es diferente, es venezolano y, a veces, amanezco con el acento colombiano a millón. Pero, ¿eso me hace menos peruana? ¿Eso le daría derecho a alguien a subestimarme o sentirse afectado porque tengo un acento que da a entender que mi origen es de otra parte?
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Siempre he tenido la fe y convicción, de que los valores deben venir de casa, pero también es responsabilidad del Estado, el reforzar los valores positivos y generar espacios de educación y convivencia ciudadana.
ESTE TAMBIÉN ES MI PAÍS
Una vez, cuando tenía muy poco tiempo de haber llegado nuevamente al Perú; una señora aparentemente incomoda porque me subí al bus y le aparté una silla a una amiga que venía justo detrás de mí. Me vio, y sin más me soltó “eso es allá, en su país, que pueden hacer lo que les da la gana”. Yo le quedé mirando y solo atiné a decirle “señora, este también es mi país”.
Pero me llama la atención esa frase: “eso es allá, en su país, que pueden hacer lo que les da la gana”. ¿Realmente es así? Yo diría que no. Hay diferencias culturales, pero eso no significa que haya una anarquía de valores en un lugar, y el otro sea un ejemplo a seguir.
De hecho, es muy poco lo que uno hace en un país donde las autoridades no velan por tu seguridad y menos aún, por tu integridad, en donde el dinero es agua, en donde reina la inseguridad, la escases de medicamentos básicos, la inoperancia o ineficiencia de servicios como agua, luz, gas, internet, etc; y eso le sumas el estrés continuo de tener una economía fuera de toda lógica con una moneda oficial ( el bolívar) devaluadísima y otra moneda no oficial (el dólar estadounidense) en un alza imparable y permanente.
De manera, que soltar una frase así es realmente muy absurdo, porque en Venezuela, precisamente, ahora mismo, no se puede hacer “lo que a uno le da gana”.
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Tal vez, la señora en cuestión se quería sentar a mi lado y yo no la dejé. Quizá ella ha tenido experiencias negativas con otros paisanos míos, pero yo no le hice nada malo como para que ella reaccionará así. En todo caso, hay que preguntarse ¿Qué tan negativo significa cohabitar en un mismo país con personas que vienen de otras partes a quedarse por un buen tiempo?
Para mí, y estoy segura de que muchos lo consideran así, ha sido muy positivo. Ha significado una fusión de sabores en un país catalogado como una de las grandes mecas gastronómicas. Pero no solo en la comida, sino en la cultura popular, ver a unos y a otros comiéndose una arepa con chicharrón, o un cevichito con harto picante, es realmente digno de elogio.
Ver familias vene-peruanas establecerse y cultivar en sus hogares una y otra cultura, es aplaudible. Ver a un venezolano aprender quechua o a un peruano entender perfectamente la jerga venezolana es enriquecedora.
Y eso es lo invalorable, lo que no va a salir en una tele o una primera plana de periódico: esa inmensa mayoría de aspectos positivos que trascienden. El cultivo de amistades interculturales, el sentirse motivado a “echarle bolas” porque “mi pana, el venezolano que ves ahí chambeando duro en lo que sea, es un abogado en su país o un doctor, y me ha dicho que me debo ponerme a estudiar para salir hacia adelante”
Eso es lo rescatable de las migraciones, además de la activación económica que genera al país, el incremento en oferta y demanda que eso significa. Un ejemplo a eso es la noticia reciente sobre la llegada al Perú de una de las marcas globales más significativas como lo es Alimentos Polar y lo que eso significa en cuanto a puestos de trabajo, oportunidades de competencia en un momento en que las economías están estancadas y las fuentes de trabajo escasas.
Así que el fenómeno de las migraciones tiene numerosos beneficios que deben ser reconocidos y socializados, y de esa manera generar una cultura de inclusión, de apertura y solidaridad que permita involucrarnos los unos con los otros y fomentar el intercambio cultural como algo positivo y necesario para el progreso de toda nación. Debemos buscar cambiar el discurso que tiene el “este no es tu país” por uno que enarbole el “este también es tu país, bienvenido”.
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