Dos hechos abominables relacionados al narcotráfico y al crimen organizado han azotado a Ecuador y Bolivia: el asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio y la escandalosa fuga del país andino del narcotraficante uruguayo Sebastián Marset.
Villavicencio, quien fue asesinado de tres balazos que le perforaron la cabeza, fue un valiente periodista de investigación que luego se volvió activista político. No solo se enfrentó al expresidente Rafael Correa y su corrupto gobierno. También denunció a ‘Fito’, jefe de ‘Los Choneros’, uno de los más poderosos narcotraficantes de ese país, vinculado con el sanguinario cártel mexicano de Sinaloa, que en su momento lideró el tristemente famoso ‘Chapo’ Guzmán.
Esa banda, al igual que otras relacionadas con cárteles mexicanos, opera con total impunidad. Cuando Correa llegó al poder (2007-2017) pactó con esas organizaciones, tomó el Poder Judicial y la Policía. Los llenó de jueces y policías corruptos que protegen a los mafiosos. Allí empezó el calvario de los ecuatorianos.
Ecuador no es un país cocalero. Es un corredor de los narcos para trasladar su mercancía y lavar su dinero, pues es uno de los pocos países de la región cuyo sistema está dolarizado.
La violencia ha alcanzado ribetes jamás vistos. En el año 2019 se registraron 1088 muertes y en el año 2022 subieron a 4761. Según las autoridades, ¡el 80 % de esos crímenes estuvieron vinculados al narcotráfico!
Pocos han hablado, sin embargo, de otro suceso escandaloso que sacude hoy a Bolivia. Es el caso del poderoso narcotraficante uruguayo Sebastián Marset (32), líder de la organización llamada ‘Primer Cártel Uruguayo’ (PCU). Marset era intensamente buscado por la DEA y acusado de ser el autor intelectual del asesinato del fiscal de Paraguay, Marcelo Pecci, quien el año pasado fue acribillado a balazos en Colombia cuando vacacionaba con su esposa.
Desde el año 2022, Marset vivía plácidamente y con lujos inimaginables en Bolivia con una identidad brasileña falsa. Era un ‘narco pelotero’ empedernido que hasta tenía un equipo de segunda división. Jugaba con la camiseta número 10. Y otras veces con la 29, “porque me trae suerte”.
De acuerdo a lo que se conoce, hace unos meses agentes antidrogas estadounidenses lo ubicaron junto con su cónyuge en la localidad de Santa Cruz, ubicada en la frontera de Brasil y Paraguay. Una vez que lo identificaron plenamente dieron aviso a las autoridades para que procedieran a su arresto. Cuando todos esperaban su captura, logró escapar. Se hizo humo. Desde la clandestinidad envía videos amenazando “abrir mi boquita” para denunciar a todos sus socios del gobierno.
En su fuga están comprometidos el jefe de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN) y los servicios de inteligencia. Tan grande es el escándalo que la propia DEA ha prohibido a sus agentes intercambiar información con esas instituciones.
América Latina, incluido Perú, está bajo el fuego del narcotráfico. Nos vemos el otro martes.
*Los artículos firmados y/o de opinión son de exclusiva responsabilidad de sus autores.
MÁS INFORMACIÓN:
Contenido GEC