Mientras los sectores políticos del país están polarizados con los ‘mochasueldos’, las restricciones de la colaboración eficaz, los estrambóticos argumentos de los abogados del golpista Pedro Castillo, la defenestración de la exfiscal de la Nación Zoraida Ávalos, la lacra del narcotráfico avanza inexorablemente en el país. Lo peor, ninguna autoridad se pronuncia y muestra preocupación.
La semana pasada, la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida) dio a conocer un informe espeluznante: los sembríos de hoja de coca –el principal insumo para fabricar cocaína– aumentaron el año 2022 en un 18 por ciento. De las 80,681 hectáreas que había en 2021 pasaron a ¡95,008 hectáreas!
Esa cifra se incrementó especialmente en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), la capital de la droga, en donde los narcotraficantes y los rezagos de Sendero Luminoso son los amos y señores.
Lo más preocupante es que han aparecido nuevas zonas que han sido infestadas con ese sembrío, en Loreto y Ucayali, que amenazan con convertirse en los ‘nuevos Vraem’. Los organismos antidrogas ven con especial preocupación el apogeo peligroso de esa planta en Callería, un distrito ubicado en medio del bosque amazónico que se encuentra en el límite con el estado brasileño de Acre.
Como es obvio, el aumento de los cultivos entre los años 2021-2022 tiene sus responsables: el golpista Pedro Castillo, el congresista Guillermo Bermejo y Ricardo Soberón, el exjefe de Devida. Los tres pusieron en marcha una cuestionada política que favorecía abiertamente a los cocaleros ilegales, que son en su mayoría aliados del narcotráfico. Castillo hasta prometió industrializar esta ‘hoja bendita’.
Hay otras entidades, sin embargo, que a lo largo de los años no se han puesto a la altura de la lucha antidrogas. Es el caso de la Superintendencia Nacional de Administración Tributaria (Sunat).
El exministro del Interior y exjefe de Devida, Rubén Vargas, es su principal crítico. “La Sunat tiene la responsabilidad en la lucha contra los insumos químicos, pero decidieron abandonar su tarea y esto trajo como consecuencia la facilidad con la que ingresan los insumos químicos a las zonas cocaleras”, dijo a Perú21.
No le falta razón a Vargas. El control de los insumos químicos es clave. Sin ellos no se puede producir cocaína. De nada valdrían las miles de hectáreas de cultivos de hoja de coca. La lucha contra el tráfico de drogas es transversal, es decir, deben participar varios sectores.
Mientras todo esto ocurre, los narcotraficantes y senderistas continúan asesinando a líderes indígenas, especialmente del Vraem, que se oponen a la expansión de ambos grupos en sus territorios. El último de ellos fue el líder asháninka Santiago Contoricón (58), quien fue ultimado de cinco balazos en abril pasado. Desde el 2002 hasta hoy, sesenta dirigentes han corrido esa misma suerte. El narcotráfico, señores, es la madre de todos los delitos. Nos vemos el otro martes.
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