Desde que llegó al poder, alguien le metió en la cabeza al golpista Pedro Castillo que debía crear un organismo similar al Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), de Vladimiro Montesinos, para espiar y chantajear a sus enemigos políticos.Lo comenzó a armar de la manera más ‘chicha’, como lo fue su gobierno. Designó para ello a Jorge Hernández Fernández, alias ‘El Español’. Hernández es pelotero, tenía 35 años y pinta de concursante de ‘Esto es guerra’ con sobrepeso. Pero no sabía nada de inteligencia.
Lo que sí tenía era un ego y un floro monumental. Y, claro, ansias de poder y hacer dinero. Era dueño de una empresa de seguridad. Se dedicaba a dar protección a constructores que eran extorsionados por bandas de delincuentes. Por eso conocía a muchos oficiales de la Policía. Hasta que se le apareció la Virgen cuando le presentaron a Pedro Castillo, quien le dio la tarea de formar un equipo de inteligencia paralela.
No le fue difícil captar a los comandantes generales de la Policía Luis Vera y Raúl Alfaro. Su misión principal, además de espiar, era la de colocar a gente de confianza en las unidades policiales que disponían de millonarios presupuestos para levantarse en peso las licitaciones y contrataciones.
También manejó a un ministro obsecuente, Dimitri Senmache, quien acudía a su casa a consultarle los cambios y ascensos. ¡Qué vergüenza!
‘El Español’ era un inexperto en estas lides. Armaba reuniones de trabajo y fiestas (en una de ellas fue fotografiado) con sus generales y oficiales de confianza, quienes llegaban con sus escoltas, secretarios y seguridad. Fueron ellos los que avisaron a la Fiscalía Contra la Corrupción del Poder. Los fiscales le infiltraron a un ‘agente especial’, el exmarino Carlos Barba.
Si solo hubiera entrado a Google, Hernández hubiese descubierto que Barba era un conocido hombre de inteligencia, quien hace varios años fue involucrado en la presunta venta de información reservada de su institución.
‘El Español’ terminó como el ‘Superagente 86′
‘El Español’, quien pretendía emular a Montesinos, terminó como Maxwell Smart, el torpe y jocoso ‘Superagente 86′. El mismo día que fue detenido, se asustó, cantó todo y salió en libertad. Ahora brinda entrevistas y cuenta historias bastante dudosas.
La red que tejió Hernández debe ser desarticulada de raíz. La acción de la Policía y la Fiscalía ha sido notable, pero también se le ha dado una innecesaria espectacularidad. Abrir la puerta del despacho del exjefe de la Policía, Raúl Alfaro, a punta de combazos, y luego difundir las imágenes, resulta una barbaridad. La llave la tenía el oficial de turno.
También resulta exagerada la tesis fiscal, según la cual el grupo de Hernández planeaba atentar contra la vida de la fiscal de la Nación y el jefe del grupo policial que lo investiga.
Señores, menos espectáculo, más efectividad para que los casos no se caigan en el Poder Judicial. Nos vemos el otro martes.
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