Política

José Vásquez, autor de ‘Vivo o muerto’: “Si Alan García no se disparaba ese día, iba a salir enmarrocado”

Periodista publicó ‘Vivo o muerto. ¿Qué pasó el último día de Alan García?’, un libro que responde, 5 años después, esa pregunta que los peruanos aún se hacen: ¿está vivo Alan García?
Este miércoles 17 de abril se cumplen cinco años de la muerte de Alan García | TROME | GEC

El 17 de abril de 2019 la noticia de la muerte de paralizó al Perú. El dos veces presidente de este país había utilizado su revolver Colt calibre Magnum 357, modelo Lawman, para quitarse la vida.

La catarata de información durante las primeras horas del día, sazonadas con fake news, generaron intrigas y preguntas sin resolver en la población. Muchos cuestionaron, incluso, la veracidad sobre la muerte del líder del y si no se trataba, en realidad, de una treta del viejo político para escapar de la justicia.

¿Por qué no se escuchó el letal disparo? ¿Por qué la camioneta que lo trasladó al hospital no tenía rastros de sangre? ¿Por qué su ataúd nunca se abrió? ¿Por qué lo incineraron en vez de enterrarlo? ¿Está vivo Alan García? Preguntas que el periodista responde en su libro ‘Vivo o muerto. ¿Qué pasó el último día de Alan García?’.

Se trata de una minuciosa investigación de 10 meses que permiten a Vásquez reconstruir con detalle las últimas 24 horas de vida de García Pérez y explicar con certeza qué sucedió aquella mañana del 17 de abril de 2019 en el segundo piso de la casa ubicada en la calle Manuel de Freyre de Santander, en Miraflores.

TROME | José Vásquez sobre su libro ‘Vivo o muerto. ¿Qué pasó el último día de Alan García?’. (Video: Jhonny Valle)

ATENCIÓN: al final de la entrevista publicamos el primer capítulo del libro titulado ‘El disparo’. ‘Vivo o muerto. ¿Qué pasó el último día de Alan García?’ está en todas las librerías ‘Estruendomudo’ o puede solicitarlo al número 950-332-070. Empecemos.

Jose, ¿Alan está vivo o está muerto?

Yo creo que, luego de terminar de leer el libro, cada persona podrá sacar una conclusión. Lo que yo hago en esta investigación es exponer todo lo que ocurrió ese 17 de abril de 2019. Es decir, desde el momento en que se conoce que han dado una orden de detención para Alan García, que era casi un trascendido que iba por todos los medios de comunicación, hasta el momento en que lo creman.

¿Por qué se ha creado un halo de misterio en torno a su muerte?

Lo que pasa es que hay una serie de dudas, de incógnitas, de sombras, sobre cada uno de los momentos que marcaron esta diligencia fiscal, que terminó con el deceso de Alan García.

El libro ‘Vivo o muerto. ¿Qué pasó el último día de Alan García?’ fue llevado al cine.

¿Cuáles son esas dudas?

Primero, no se escuchó el disparo que realizó él dentro de su habitación en el segundo piso. Eso yo lo describo en el libro de manera muy pormenorizada.

Mucho se comentó al respecto…

Por ejemplo, Jéssica Roca, reportera de América que estaba en ese momento con su camarógrafo, los agentes de seguridad de la DIVIAC, los que también le daban seguridad a García, no escucharon el disparo. Y eso que estaban ahí, en el contorno de la casa de García.

Entiendo…

Las empleadas que se encontraban a ocho metros de distancia del cuarto de García tampoco escucharon el disparo. Entonces, esas son las grandes incógnitas que no solamente tienen ellos, sino todo el resto de gente que vio la noticia del día.

Hay más duda, como el de la camioneta que salió misteriosamente y no tenía ni siquiera rastros de sangre…

Sale una camioneta, que era la Ford que él siempre usaba, que era de la Universidad San Martín. Claro, tú lo has visto, como todo el mundo en pantallas. Se abre la cochera, sale la camioneta, se pegan los periodistas con cámaras de televisión, fotográficas y no poncha ninguno a García. ¿Dónde estaba García? Y esa pregunta es la que abona esta teoría de que él, posiblemente, haya fugado de la justicia. Porque no se le ve ni en el asiento delantero, no estaba de copiloto, no estaba en el asiento de atrás. ¿Dónde está García?, se pregunta la gente, ¿Cómo salió?

Velatorio del ex presidente Alan Garc’a en el local del Partido Aprista Peruano, En el aula magna de la Casa del Pueblo. FOTOS: VIOLETA AYASTA / EL COMERCIO.

Un imaginario popular cree que Alan García está en los Alpes Suizos, en una cabaña en la nieve, ¿qué dirías a eso?

Siempre a personajes que tienen cierta trascendencia, que son muy trascendentales, surgen estos tipos de rumores. De Elvis Presley decían lo mismo, de Michael Jackson, etcétera. Siempre hay esa idea de que puede estar vivo, porque como hay tantas dudas sobre su muerte, de cómo se produjo, se sospecha que habría podido fugar del país a algún sitio.

Pero no fue así, ¿verdad?

Mira, con el libro podrán despejar muchas de las sombras que tienen sobre la muerte de Alan y sacar sus conclusiones. Esta es una investigación periodística. Es un libro de no ficción, donde narro de una manera muy detallada todo lo que pasó ese 17 de abril. A partir de ahí la gente podrá decir por qué no se vio la camioneta, por qué no había sangre o por qué lo cremaron, por qué no abrieron el ataúd de García en el velorio, por qué no lo pusieron en un mausoleo, para que lo vayan a visitar toda la militancia aprista…

Todas esas preguntas sin respuestas generaron intriga…

Exacto. Y eso está respondido en el libro para que cada uno saque su conclusión, yo tengo mi posición sobre si está vivo o muerto, pero creo que el lector está en la libertad de sacar sus propias conclusiones al terminar de leer el libro.

¿Cuál es la teoría más alucinante que has encontrado durante tu investigación?

Se habló de todo. Lo que te puedo decir es que yo encontré peritajes, he revisado videos también, donde se ve al expresidente Alan García. Todos hemos visto el video de García bajando la escalera, cuando llega la policía y le dicen que es una diligencia judicial. No le dicen que es allanamiento o detención, tenían cuidado de decirle eso porque se sabía que García tenía armas en su poder. Entonces el video muestra cuando baja García, de pronto voltea raudamente, baja la mano, se le ve el arma y desaparece, pero el video continúa.

Ahí hay un corte …

No termina así, se deja de grabar, pero luego de unos minutos, cuando se dan cuenta que hubo un disparo, vuelven a grabar para hacer algo que en la policía se llama ‘perennizar la imagen’. Es decir, dejar un registro visual de cómo se encuentra la escena del crimen. Entonces, hay un video donde se observa cómo está ese escenario.

Alan García, grabado por agentes de la Diviac, antes de suicidarse.

¿Ya había planificado quitarse la vida?

Es como aquellas verdades que se conocen, pero se pretenden negar. ¿A qué me refiero? Garcia ya le había dicho a la familia. Además, Carla García en algún momento lo volvió a mencionar, el mismo Federico Danton lo dijo en una entrevista, de que su padre había dicho ‘prefiero la muerte antes que la cárcel’. Él vivía horrorizado de verse expuesto ante los medios de comunicación, esposado, con el chaleco de detenido, como había pasado con otros políticos, como la propia Keiko Fujimori, Ollanta Humala, PPK. Él tenía en la cabeza esa idea de que sería lo más vergonzoso y destruiría su imagen como uno de los principales políticos del país.

El periodista José Vásquez, autor del libro.

Por eso ya tenía la decisión tomada…

Ante eso había dicho a familia, amigos, políticos cercanos a él, que prefería la muerte antes que verse expuesto ante una situación vergonzosa como esa. Por eso digo que era una verdad abierta, pero todos creían que no lo haría. Lo tenía planificado.

¿Es verdad que tenía una colección de armas?

Sí, tenía varias que le regalaron en el tiempo algunas instituciones, algunos amigos. Pero el arma en particular que está en la portada del libro es muy significativa, porque esa arma la tenía desde su primer gobierno, se la dieron en 1986, más o menos, la Marina de Guerra del Perú. Esa arma es el que García usa en el 92 para fugar de su casa cuando iban a detenerlo en el autogolpe de Fujimori. Sale disparando esta arma. Ese mismo revolver es el que se le ve el día que aparece en el video subiendo las escaleras.

¿Crees que, si no hubiera tomado la decisión de quitarse la vida, estaría preso?

Mira, había varias pruebas, indicios, que apuntaban evidentemente a que tenía responsabilidad en estos actos de sobornos vinculados a Odebrecht, por eso es que estaba muy nervioso en esas últimas semanas. Pasaba que el círculo más cercano de García, que parecía casi indestructible, que parecía que nunca iba a delatarlo jamás, comenzó a soltar información distinta. Yo creo que García sí temía que podía terminar preso. Ya había una orden de prisión preliminar.

¿Entonces era inminente la cárcel para él?

La detención preliminar estaba ahí. Si ese día García no se disparaba, iba a salir enmarrocado e iba a estar preso por lo menos 10 meses o 1 año como el resto de los políticos, hasta que termine de resolverse su caso. Era un temor enorme que tenía García y que finalmente evitó, se salió con la suya y no se le vio expuesto.

¿Cómo escribir un libro sobre un suicidio sin afectar a la familia?

Es un tema sumamente doloroso, más allá de que sea Alan García, porque finalmente es un suicidio. Lo que yo hago acá es manejar la información sin nada de morbo, es una exposición de hechos, de versiones.

¿Cuál es el dato que más te sorprendió?

Hasta ahora hay algunas dudas que a mí me quedan, imagínate. Hay una duda que tal vez nadie sabe, pero que, a mí, a través de la investigación, me surgió. Las dos empleadas de Alan García señalaron a la Fiscalía que la puerta de la habitación del expresidente tenía la chapa malograda. Decían que no se podía cerrar con seguro desde adentro, que si lo movías se abría. Ese día Garcia entró y puso seguro a la chapa. Y desde afuera, según el testimonio de uno de los comandantes de la DIVIAC, se manipuló la puerta y no se pudo abrir, ¿cómo? ¿Si las empleadas dijeron que estaba malogrado?

Así como esa foto de un hombre vestido de mujer, en el aeropuerto, se difundieron varias fake news….

Hice una revisión de todo eso, varias de esas fotografías eran evidentes que no era Alan García. Claro, comenzó a surgir el rumor de que estaba fugando. Por ejemplo, ese día sí se propagaron fotografías de Alan que eran verídicas y reales, sobre todo las del hospital, donde se le ve tendido en una camilla. Esas fotos sí son reales, sí era Alan García. A partir de ahí, incluso, hay una investigación en la que se ven involucrado personal médico del propio hospital Casimiro Ulloa.

Con la muerte de Alan García, también se viralizaron diversas noticias falsas en redes sociales, como esta foto.

Apristas como Mulder no están de acuerdo con la publicación…

Ha habido una reacción… la intención mía era básicamente despejar las dudas sobre un acontecimiento que ha marcado a nuestro país y que marca no solamente la historia reciente del Perú, sino que va a quedar en los años.

¿Qué significó Alan para la política peruana?

Alan García es uno de los políticos más importantes en nuestro país. Un gran orador, una persona de quien decían ‘no lo escuches tanto porque te va a convencer’. Como figura política ha sido preponderante, dos veces presidente. Odiado por muchos, querido también por muchos. No se podría hablar del Perú, sin mencionar a Alan García.

¿La familia se ha comunicado contigo, han leído tu libro?

Te puedo decir que sí ha leído el libro la familia de Alan García. Me ha pedido que mantenga la reserva. Recibí una llamada de esa persona, que ha leído el libro y le había ayudado a dilucidar todas las dudas que tenía sobre la muerte de Alan.

¿Dejó una fortuna considerable?

Al dispararse, como lo decían los propios fiscales del caso Lava Jato, como luego argumentaron los abogados de García, con su muerte él cortó la investigación para que no se siga el hilo del dinero que consiguió por presuntos actos de corrupción.

PREPARA NUEVO DOCUMENTAL

¿Estas trabajando en un nuevo documental para Latina?

Yo he hecho el documental del mar peruano, salió en diciembre del año pasado, el de la Antártida un poquito antes. Este año nos hemos aventurado en otra nueva experiencia, alucinante, con Latina Noticias, estamos viajando desde la primera semana de abril, por todo el país, a Juliaca, a Puno, a Cusco, es un gran documental, un gran especial, sobre este tubérculo que alimenta a toda la humanidad, nuestra papa. Está presente en todas las mesas. Hay 3 alimentos que son básicos, el maíz, el trigo y la papa.

Es bueno que la señal abierta apueste por contenido más educativo…

A mí me parece importante porque el concepto que tiene este y otros documentales es conocer para querer. Si conoces algo, le aprendes a tener cariño, le das el valor que tiene. Lo que queremos hacer es dar a conocer que hay más sobre este tubérculo.

A continuación, presentamos en exclusiva el primer capítulo del libro ‘Vivo o muerto. ¿Qué pasó el último día de Alan García?’.

EL DISPARO

El sonido de un disparo con arma de fuego ronda los 160 decibeles, casi la misma cantidad de ruido que provoca el despegue de un avión a corta distancia. Aun así, la reportera Jessica Roca de América Televisión no entendía por qué no escuchó el disparo de Alan García dentro de su vivienda. Ella, junto con su camarógrafo y su chofer, se encontraba a solo unos metros del lugar donde habían permanecido, vigilantes, toda la madrugada. Esa misma interrogante se la hizo Luis Abraham Ballón Camacho, el agente de Seguridad del Estado que ese día custodiaba la puerta de ingreso a la casa del expresidente. Ana Esther Verástegui y Elia Huamán López, empleadas del hogar del líder aprista, también fueron invadidas por una inmensa duda: ¿Qué pasó exactamente para que no oyeran el estallido de una bala? Ellas estaban a solo ocho metros de distancia del cuarto donde el exmandatario fue encontrado al borde de la muerte. Ambas mujeres, que permanecieron todo el día en la casa, tampoco recuerdan haber visto un rastro de sangre en las escaleras o en el pasadizo que conduce a su dormitorio, es más, ni siquiera notaron cuando los agentes de la Diviac (División de Investigación de delitos de Alta Complejidad de la Policía Nacional) se lo llevaron de emergencia al hospital José Casimiro Ulloa. Solo percibieron cuando una de las camionetas salió raudamente de la cochera aquel fatídico 17 de abril del 2019, día en que todo el país, absorto, se enteró a través de los partidarios apristas, de los medios de comunicación y del propio Gobierno, que Alan García había decidido acabar con su vida en medio de una diligencia fiscal por el caso Lava Jato.

Esa madrugada, la reportera Jessica Roca y su equipo fueron los primeros en llegar a la calle Manuel de Freyre Santander 121-131, Miraflores. Era la segunda vez que iban a esperar alguna novedad sobre la situación judicial del expresidente, y es que en los últimos días en los medios periodísticos solo se hablaba de su inminente detención. Los titulares del día anterior parecían cerrar el círculo de las sospechas, pues detallaban, a diferencia de otras ocasiones, que se había entregado dinero a personas muy cercanas a Alan García. Dentro de una espaciosa minivan, la reportera, el camarógrafo y el chofer se encontraban a unos metros de la puerta principal del inmueble. A esa hora todo estaba apacible. Algunos minutos después, desde el asiento del copiloto, adormilada, Jessica observó llegar una camioneta de la que descendió un fotógrafo que se unió a otros tres que también acababan de aparecer en el lugar. Los vio conversar animadamente y gastarse bromas. Tuvo la intención de acercárseles para preguntar si sabían algo, tal vez una volada, algún rumor. Volvió a mirarlos: uno de ellos llevaba una gorrita, el que estaba a su costado tenía lentes y los otros dos estaban vestidos con los tradicionales chalecos de fotógrafos. No logró identificar a nadie. Su camarógrafo tampoco. Decidieron quedarse dentro del carro hasta que algo ocurriera.

Casi al mismo tiempo, al otro lado de la ciudad, una llamada telefónica despertó al suboficial Máximo Araujo Zúñiga. La tarde del 16 de abril el agente de la Diviac ya había sido avisado de que sería requerido para un operativo. Eran las 12:30 de la madrugada cuando el comandante Guillermo Castro Aza le comunicó que se acercara a las cinco de la mañana al paradero Amauta en la Panamericana Sur, cerca del Puente Alipio, en San Juan de Miraflores. El policía estuvo en el lugar poco antes de la hora señala- da. Esperó algunos minutos y, como habían acordado, lo recogieron en una camioneta blanca. El propio comandan- te Castro estaba en el vehículo. Juntos se dirigieron a la cuadra 15 de la avenida Benavides, en Miraflores. Se quedaron alrededor de quince minutos aguardando la llegada del fiscal Amenábar. En ese momento, Araujo aún no sabía con precisión qué operativo se realizaría, no se lo había consultado a su jefe y tampoco se comentó algo al respecto durante el viaje. La camioneta, ya con el representante del Ministerio Público a bordo, continuó su camino, dobló por la avenida Paseo de la República y en breve tiempo llegó a la calle Manuel de Freyre. Solo entonces el suboficial Araujo comprendió que allanarían la casa de Alan García.

Desde la vereda, a unas cuadras de distancia, Luis Abraham Ballón Camacho vio aparecer el carro blanco de la Diviac. Estaba terminando de limpiar su auto, aprovechando que faltaban poco menos de cuarenta minutos para ter- minar su servicio de vigilancia en la casa del expresidente. El agente de Seguridad del Estado notó que el vehículo se estacionó en la misma fachada de la vivienda que custodiaba. Vio descender a cuatro personas con chalecos negros y a un hombre con terno. Se les acercó de inmediato. Luego de presentarse, preguntó por el motivo de su presencia. El comandante Castro Aza, a cargo del operativo, respondió que se trataba de un allanamiento y le exigió abrir la puerta del domicilio. Ballón, sorprendido por la noticia, contestó que no tenía acceso y les advirtió que debía informar de esta situación al jefe de guardia, el superior John Robert Alfaro Castillo, quien se encontraba de servicio en el interior del predio. La comunicación entre ambos policías fue breve. El suboficial le dijo a su jefe que había llegado la Fiscalía para allanar la casa. A unos pasos de él, los agentes de la Diviac y el titular del Ministerio Público continuaron con su labor. El comandante y el fiscal Henry Amenábar Almonte, en ese momento, acordaron tocar el timbre del intercomunicador para, de una vez, iniciar la diligencia y ganar tiempo.

Dentro de la casa, recostada todavía en su cama en uno de los cuartos de servicio, Ana Esther Verástegui sintió el timbre retumbar en sus oídos. Era un ruido incesante e incómodo. Sospechó que algo extraño ocurría. Nunca antes había escuchado sonar el timbre de esa manera. Se levantó y bajó a prisa al primer piso. En la cocina cogió el auricular y preguntó quién era. Desde el otro lado del intercomunicador, el fiscal, que ya estaba impaciente, se limitó a comunicarle que se trataba de un allanamiento. Ana Esther solo volvió a preguntar quién era. Henry Amenábar le dio su nombre, pero la señora Verástegui asegura haber escucha- do que el apellido de esta persona era Pachas. Como acostumbraba hacer cuando alguien se anunciaba, le solicitó al fiscal que esperara un momento. Por el mismo medio, inmediatamente, llamó a la habitación del expresidente, quien acababa de despertar con todo el alboroto.

«Buenos días, doctor. Dicen que han venido a allanar la casa». Fueron solo unos segundos, pero Ana Esther tuvo la sensación de que pasaron largos minutos hasta que su jefe respondiera. «Hágalos pasar, que yo bajo en un momento para atenderlos». Ni bien colgó el auricular, la empleada del hogar se dirigió a la habitación de Elia Huamán López, quien todavía, a esa hora de la madrugada y a pesar del ruido, dormía plácidamente en el otro cuatro de ser- vicio, en el segundo piso. La puerta sonó un par de veces. Elia se levantó con flojera de la cama. Escuchó que desde el otro lado su compañera le indicaba que saliera a abrir a unas personas que habían venido a allanar la casa. En ese instante, el timbre volvió a sonar. Aún con pijama, la mujer bajó a la cocina. Salió al patio y entreabrió la puerta principal de la casa. Afuera el fiscal Amenábar y los agentes de la Diviac continuaban esperando, preguntándose si debían usar la fuerza para ingresar.

Ya afuera de su vehículo, Jessica y su camarógrafo habían empezado a registrar en video todo este movimiento. Incluso le habían consultado al doctor Amenábar si, como lo intuían, se trataba de un allanamiento con orden de detención preliminar. El fiscal, por supuesto, se limitó a decir que más adelante se informaría a la prensa sobre lo acontecido. Con sorpresa, la reportera notó que en el equipo de la Diviac estaba uno de los supuestos fotógrafos que observó llegar esa misma madrugada: Larry Sejuro Berlanga. Vestía también un chaleco, aunque esta vez era de la policía. El suboficial había estado esperando la orden para asegurar la vivienda. Desde una distancia media, Jessica vio al fiscal caminar hacia la puerta y se le acercó tanto como pudo. Trataba de captar la conversación que el letrado representante del Ministerio Público estaba a punto de tener. Henry Amenábar empezó a charlar con Elia Huamán. Le comunicó que venían a cumplir con una orden judicial de allanamiento y le preguntó cuál era su nombre. La empleada se limitó a dejarlos pasar. Ni bien estuvieron dentro, ella salió con rapidez hacia la cochera. Se paró un rato al lado de una de las camionetas y luego se dirigió a su cuarto. El comandante Castro Aza ordenó a su equipo identificar las posibles rutas de escape. A estas alturas de la diligencia, los cuatro agentes que entraron al inmueble estaban prevenidos de que Alan García contaba con al menos ocho armas de fuego.

Con una cámara de mano, desde hacía unos segundos la suboficial y técnico de primera Gloria Andrade Arteaga había empezado a grabar todo lo que ocurría. Su trabajo era perennizar la operación policial. Cerca del estaciona- miento, el mayor Freddy Ali Ordinola Castillo encontró al superior John Alfaro Castillo saliendo de una habitación contigua. El sorprendido suboficial que acababa de recibir la llamada de su colega de Seguridad del Estado, encargado de la vigilancia externa, confirmó lo que hace menos de dos minutos había escuchado por el celular. Estaba en marcha la orden de allanamiento. Ordinola le preguntó a Alfaro si el expresidente se encontraba en la casa, y él respondió afirmativamente. Alfaro Castillo recuerda que, desde ese instante, sospechó que esta diligencia judicial ocultaba otro motivo, pero prefirió quedarse callado por el momento. Acompañó al oficial de la Diviac al primer patio, donde estaban otros tres agentes uniformados con chale- cos negros y pantalones beige. Observó que un hombre con terno y papeles en la mano esperaba, desconcertado, que alguien los atendiera y le permitiera el ingreso a la casa. El superior Alfaro, desde que se advirtió la llegada de este equipo de la Policía, estuvo en constante comunicación con el jefe de escolta, el comandante Iván Gallardo, al que le informaba cada ocurrencia. Por un mensaje de WhatsApp le comentó, entonces, lo que creía iba a ocurrir, más allá del allanamiento. Gallardo, preocupado, le respondió que ya estaba cambiándose y le ordenó cuidar al exmandatario.

Ana Verástegui, en ese instante, abrió la puerta de la sala. Había tenido, como nunca, que cambiarse muy rápido para bajar de inmediato. Llevaba puesto un pantalón corto, un polo rojo y sandalias. Con la puerta entreabierta, la empleada del hogar invitó cordialmente a todos a pasar al hall de la casa y les indicó que esperaran un momento al doctor García, a quien ya le había comunicado del allanamiento. Dejó la puerta abierta para que ingresaran y, antes de continuar con sus quehaceres en la cocina, se fue al baño a terminar de alistarse. Mientras esperaban, el comandante Castro Aza fue a verificar posibles rutas de escape por el costado de la piscina. A su vez, el mayor Ordinola volvió a dirigirse a la cochera, por donde se encontraba una puerta de salida posterior. Frente al jardín principal del inmueble vio un enorme balcón que daba acceso a dos habitaciones. Hacer esta inspección le tomó apenas dos minutos. Regresó al hall y se puso al lado de su jefe, quien también había terminado de recorrer otro sector de la casa. Entonces escucharon que una puerta del segundo piso se abrió. Sintieron las pisadas de alguien avanzar en dirección a las escaleras. El fiscal y los cuatro policías de la Diviac levantaron la mirada. La suboficial Gloria Andrade Arteaga continuaba grabando.

Al principio, ninguno reconoció a la persona que se había quedado parada de imprevisto en el primer descanso, a mitad de las escaleras. Era un hombre corpulento que vestía polo, pantalón y zapatillas negras, llevaba también un reloj pulsera en la muñeca izquierda. Por su estatura no se le podía ver completamente el rostro, además había poca luz en el ambiente. Alan García, en el breve tiempo que tuvo, aprovechó para cambiarse. No cabía en él la idea de ser encontrado en pijama, con short y bividí. Recién cuan- do el expresidente se agachó y colocó una de sus manos en el pasamano de la escalera fue reconocido por el fiscal, quien procedió a presentarse. Le solicitó bajar para notificarle de la acción judicial que venía a cumplir. Aparentemente tranquilo, García preguntó si era una detención preliminar. Amenábar insistió en que se trataba de una medida de allana- miento. El exmandatario, sin inmutarse, volvió a preguntar si era la preliminar. El fiscal, que quería evitar algún inconveniente o altercado, prefirió no responder esta interrogante y nuevamente le pidió que bajara. En ese instante, el comandante Castro intervino y señaló que no era una detención, sino que venían a acatar una resolución judicial y que necesitaban que firmara los documentos que traían. El líder aprista preguntó por tercera vez si era la preliminar. En esta ocasión no esperó una respuesta. Se irguió de inmediato, levantó la cabeza y subió un solo peldaño. Estaba como a seis escalones o cuatro metros de distancia del fiscal y de los agentes de la Diviac. Castro, que era el policía que estaba más próximo al exmandatario, fue el primero en seguirlo. Al darse cuenta, García volteó ligeramente y, ni bien confirmó que iban tras él, aceleró el paso. Sacó el arma que llevaba en la cintura y se apresuró en ingresar a su dormitorio. Le puso seguro a la puerta. Se le escuchó decir que llamaría a su abogado. Hasta ese momento ni los agentes de la Diviac ni el fiscal Amenábar se habían dado cuenta ni sospechaban que el expresidente llevaba un revólver en la mano. La técnico Andrade, que se encontraba detrás del mayor Ordinola, iba grabando ya varios minutos cuando se encontró, al igual que sus jefes, con la puerta del cuarto cerrada. Registró en video a los oficiales de pie frente a este inconveniente que retrasaba el operativo. Pocos segundos después apagó la cámara para ayudar con el despliegue de seguridad y prevención de una posible fuga.

Luego de tocar dos veces la puerta, el comandante Guillermo Castro Aza, a cargo de esta operación policial, decidió coger la manija para comprobar si tenía puesto el seguro. Al no conseguir abrirla, tocó de nuevo, somera- mente. Le solicitó a Alan García que los dejara pasar. Desde adentro, una vez más el expresidente insistió que prime- ro llamaría a su abogado. Sentado sobre su cama (modelo queen) el líder aprista agarró su celular personal y marcó el número de su secretario. Eran las 6:26 de la mañana cuan- do Ricardo Pinedo Caldas contestó la llamada. El exmandatario le comunicó que había llegado un fiscal que decía tener una orden de allanamiento. Pinedo, con el respeto y formalidad habitual, le respondió: «Bueno, señor, era algo predecible. Que inicien el procedimiento de una vez. En este momento me comunico con los abogados, notifico a los medios y me dirijo a su domicilio». La conversación de- moró apenas cuarenta segundos. Pinedo recuerda que durante este breve tiempo no notó nada extraño. El tono de voz de su jefe y amigo era el de siempre, no había nada particular, ni mostraba un ánimo diferente, además no le dijo dónde se encontraba ni adelantó cuáles eran sus planes. Aunque Pinedo sabía que el expresidente tenía varias pis- tolas guardadas en el clóset y un revólver dispuesto en uno de los cajones de su mesa de noche, no sospechó que en ese mismo instante Alan García sostenía una de las armas en la mano derecha. Los agentes de la Diviac también conocían por Sucamec (Superintendencia Nacional de Control de Servicios de Seguridad, Armas, Municiones y Explosivos de Uso Civil) de la existencia de este armamento. Debían actuar, por orden de sus superiores, con mucho cuidado.

García le escribió por WhatsApp a su jefe de escolta, el comandante Iván Gallardo. Le comentó sobre la medida judicial y preguntó qué más sabía sobre esta disposición. Le interesaba comprobar si también había una orden de detención. El oficial estaba a punto de salir de su casa cuando recibió el mensaje. Aunque quiso advertirle de la hipótesis que manejaba el superior Alfaro, prefirió no alterarlo más, solo le comentó que era un allanamiento y que en menos de diez minutos estaría allá.

El comandante Castro, tras esperar un momento, volvió a tocar la puerta, pero no obtuvo respuesta. Ordenó a sus agentes identificar las zonas de escape. El mayor Ordinola entró al cuarto contiguo, a la habitación de Federico Danton, que estaba con la puerta abierta. Solo debía fijarse si por ese lugar se podía llegar al dormitorio del expresidente, pues tal y como se lo había advertido su superior, debían evitar alterar al exmandatario. En ese momento, aún de pie al final de las escaleras, Castro llamó al coronel Harvey Colchado, jefe de la Diviac, para informarle de la situación. Recibió la indicación de ejecutar la detención. Recién allí se dispuso a traer un ariete o un torito para forzar la entrada. Bajó los primeros escalones y se encontró con el superior de seguridad John Alfaro, quien acababa de comunicarse una vez más con el comandante Gallardo. El suboficial le pasó el celular. Castro, por cortesía, recibió la llamada del jefe del equipo de seguridad de García y le comunicó sobre la medida judicial que estaban cumpliendo, le recomendó que no llamara a la prensa.

Gallardo, ya angustiado por no estar en la vivienda en ese mismo momento, contestó que él no era el más indicado para hacerlo y le informó que iba en camino. Habían pasado casi dos minutos desde que García se había en- cerrado en su habitación. Luego de devolver el teléfono, el comandante Castro Aza continuó bajando las gradas, avanzó dos peldaños y un sonido duro y seco se escuchó desde la habitación. El mayor Ordinola, que ya había llegado al balcón por el cuarto del costado, pensó que habían disparado contra él, así que retrocedió para protegerse. El oficial, sin embargo, comprobó que el vidrio de la mampara que tenía al frente estaba intacto. A ocho metros de distancia, separadas por las paredes de las habitaciones y las escaleras, las empleadas Ana Esther Verástegui y Elia Huamán no escucharon el disparo del líder aprista con su viejo revólver Colt calibre Magnum 357. Ellas estaban en la cocina alistándose para preparar el desayuno, entre el ruido de los utensilios y el caño del lavatorio. En la puerta principal del predio, el agente de seguridad Luis Abraham tampoco escuchó nada, al igual que Jessica Roca y su equipo. Un agente de la Diviac, encargado de la seguridad en exteriores, y varios fotógrafos tampoco advirtieron ruidos extraños. A esa hora del día, todos aguardaban alguna novedad en la calle Manuel de Freyre Santander. Aparentemente, la mañana estaba tranquila, no se escuchaba el bullicio de los carros ni de las bocinas.

El balazo se produjo pasadas las 6:28 de la mañana. Solo seis personas que estaban en el perímetro más cerca- no, es decir, a unos siete metros de la habitación, incluido el fiscal Henry Amenábar, escucharon la detonación. Fue un disparo a corta distancia, denominado por la pericia balística como a boca de jarro. El expresidente reafirmó la decisión de acabar con su vida justo después de haber conversado con Roxanne Cheesman, su pareja y madre del menor de sus hijos. Hablaron brevemente, no se diría que lo suficiente como para despedirse para siempre. Le recordó cuánto la amaba y le pidió que cuidara a Federico Danton. Cuando terminó la llamada, Alan García dejó el celular sobre su mesa de noche. Dentro de su dormitorio y en absoluta soledad, el exmandatario, con su metro no- venta de estatura y con 69 años de edad, se puso de pie junto a la cama. A partir de las descripciones periciales es posible reconstruir lo ocurrido en ese momento. Su rostro fue iluminado por un halo de luz, tenue, que ingresaba por una cortina entreabierta en el lado derecho de la mampara. Estaba de espaldas a la puerta de la habitación. Levantó el brazo derecho, colocó la gélida arma sobre su sien y apretó el gatillo. El sonido fue como el golpe seco de un martillazo en un tablón de madera. Si no generó una gran onda expansiva ni alcanzó el estruendo de unos fuegos artificia- les o del despegue de un avión, fue debido a la proximidad del cañón con la cabeza del expresidente, que sirvió de amortiguador. Además, la prominente mano del líder aprista contuvo en cierta medida el ruido que se generó en el tambor del revólver. La dimensión del estallido se redujo considerablemente. Las pericias determinaron que fue un disparo de contacto que dejó un tatuaje balístico. El cue- ro cabelludo de García terminó carbonizado y ennegrecido por los gases calientes de la combustión y por el humo que se genera al activar la bala. Se encontraron, además, restos de sangre dentro del cañón del revólver, por lo que se corroboró que el disparo fue pegado a la sien, con herida de entrada y salida.

Los estudios concluyeron que el proyectil que dejó moribundo al expresidente perforó su cráneo de derecha a izquierda, de adelante hacia atrás, e hizo un ligero recorrido de abajo hacia arriba para luego impactar contra la pared lateral, ubicada frente a la cama. Dejó una marca casi circular de color plomizo, huella que es compatible con el material del cual está fabricado el proyectil que montaba el cartucho hallado en el arma de García. Este pequeño orificio quedó a pocos centímetros por encima del tele- visor, exactamente a dos metros con diez centímetros del piso. Por la velocidad, el proyectil rebotó, cayendo al suelo, donde horas más tarde fue encontrado por los agentes de homicidios de la Dirincri (Dirección de Investigación Criminal). Estaba junto a la mesa de noche, al otro extremo de la habitación, que está próximo a la puerta.

El cuerpo de Alan García, al recibir el balazo, fue em- pujado desde la parte superior hacia su lado izquierdo, giró prácticamente 180 grados en sentido antihorario, al tiempo que, debilitado por la herida, se fue desplomando. La caída de alguna manera fue amortiguada por la cama. Primero, su cabeza golpeó el colchón y se fue acomodando a uno de los lados, entre la cabecera y el velador. A pesar de que sus brazos y piernas se distendieron, el líder aprista todavía mantenía empuñado su viejo revólver Colt calibre Magnum 357, un arma que había llegado a su vida en la década de 1980 y que, más de treinta años después, terminaba con ella.

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