Una cámara de Panorama ingresó en exclusiva al penal Ancón II, conocido popularmente como Piedras Gordas II, y registró una imagen que estremeció a más de uno: José Luis Astuhuamán Estacio, alias ‘Papita’, el asesino de la pequeña Romina, volvió a aparecer frente a las cámaras después de más de una década de silencio. Apoyado en un bastón y con 63 años encima, el hombre que marcó para siempre la historia criminal del país fue hallado en plena requisa del Grupo de Operaciones Especiales (Goes) del INPE.
El operativo se realizó en horas de la tarde, cuando los agentes retiraron a los internos de sus celdas para revisar minuciosamente cada ambiente del penal. Entre los objetos incautados había celulares, cables eléctricos, cargadores y cuadernos con nombres y números telefónicos, indicios de posibles redes de extorsión que aún operan desde los penales.
Entre los prisiones, había algunos bastante conocidos, como Jorge ‘Coco’ Glenni, el asesino del estilista Marco Antonio en 2009, quien prefirió evitar las cámaras. Pero hubo uno que sí rompió su largo silencio. Con 63 años y un bastón que lo sostiene, José Luis Astuhuamán Estacio es quien en 2010 disparó contra la familia de la recordada niña Romina en un asalto a sus abuelos cambistas en la Vía Expresa.
“Todavía me queda buen tiempo… Estoy con cadena (perpetua)”, respondió ‘Papita’ cuando la periodista le preguntó cuánto le faltaba para cumplir su condena. Dijo tener “15 años preso”, mientras sostenía que “todavía falta hacer su revisión”.
“¿Vas a morir en prisión?“, le preguntaron. ”Nooooo”, respondió con seguridad. Pero el expediente judicial es claro: su sentencia recién podrá revisarse en el año 2045.
El rostro de Astuhuamán, endurecido por el tiempo, sigue siendo el mismo símbolo del crimen sin perdón que conmocionó al país. Detrás de esas rejas, su nombre continúa asociado al dolor de una familia que perdió a una niña inocente en plena Vía Expresa.
El domingo 8 de agosto de 2010, la vida de Romina Cornejo, de solo tres años, se cruzó con la maldad de dos delincuentes: José Luis Astuhuamán Estacio, ‘Papita’, y Miguel Freddy Sandonáz Rojas, alias ‘Gordo Pedro’. Ambos atacaron el vehículo donde la niña viajaba con sus abuelos cambistas, para robarles dos mil dólares.
Durante el asalto, ‘Papita’ disparó y una bala impactó en el cuello de Romina. La herida la dejó cuadripléjica y su caso conmovió al Perú entero. Los delincuentes fueron capturados y, en 2011, la Primera Sala Penal con Reos en Cárcel los condenó a cadena perpetua por robo agravado con lesiones graves.
La Corte Suprema ratificó la sentencia en 2013 y ordenó además que ambos paguen una reparación civil de 250 mil soles a favor de la menor. Sin embargo, el destino de Romina fue irreversible. Años después, en 2016, falleció en Estados Unidos tras una larga lucha por su vida.
Desde entonces, el nombre de ‘Papita’ quedó grabado como sinónimo de crueldad y como el rostro de una época en la que los asaltos armados segaban vidas inocentes en Lima. Hoy, quince años después, el mismo hombre reaparece envejecido, pero con la misma condena que lo acompañará hasta su último día.
Durante la requisa en Ancón II, las autoridades encontraron celulares ocultos en pisos, paredes y hasta en estructuras metálicas. También hallaron cargadores, cables eléctricos y cuadernos con apuntes de contactos y montos, presuntas pruebas de actividades ilícitas dentro del penal.
El operativo fue encabezado por Iván Paredes, jefe del INPE, junto a representantes del Ministerio Público. Las autoridades confirmaron que, tras el reciente apagón ordenado por el Ejecutivo, estos equipos electrónicos ya no podrán usarse para extorsionar desde prisión.
Pero las medidas no se limitarán a los reclusos. El Gobierno anunció que los agentes penitenciarios también serán sometidos a pruebas de polígrafo, ante sospechas de complicidad en el ingreso de drogas y objetos prohibidos. “Queremos un sistema penitenciario transparente”, declararon las autoridades tras el operativo.
Mientras tanto, ‘Papita’ continúa su vida tras las rejas. Camina con lentitud, sostiene su bastón, y aún repite que espera una revisión de su condena. Pero su destino está sellado. El asesino de Romina cumplirá su cadena perpetua en el mismo lugar donde el tiempo parece detenido: entre los muros de Ancón II, donde el silencio de los reclusos pesa más que las cadenas que los sujetan.
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