Hace unos días, tuve la enorme bendición de poder recibir un año más de vida, de gozar de una salud más que aceptable. Pude agradecer, no solo a Dios, sino a la vida misma, por tener gente querida en diversas partes del mundo, regaditos como semillas, que a pesar de las distancias y de sus vidas, se tomaron unos minutos para saludarme.
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Le agradecí a Dios por la familia que tengo, por mantenérmelos con salud y vida (creo que ese es el mejor regalo que pude recibir). Definitivamente, estas fechas nos permiten hacer una introspección en cada una de las etapas de nuestra vida y hacer una especie de repaso por cuanto hemos vivido y aprendido.
En la publicación anterior, ya les daba luces de uno de esos grandes aprendizajes que podrían definir a muchos migrantes en el mundo, y es esa enorme capacidad de superar los obstáculos y adaptarse a una nueva realidad. Esa fuerza y motor llamada resiliencia. Hoy, les quiero compartir algunos aprendizajes que he tenido en todo este proceso migratorio.
1.- Todo cambio tiene un proceso de adaptación
Cambiar de trabajo y empezar uno nuevo requiere, necesariamente, de un tiempo de adaptación. Lo mismo ocurre con el hecho particular de salir de un país que lamentablemente nos ha acostumbrado a que todo funciona al revés, y llegar a otro en donde todo funciona como debe ser.
Obviemos si las leyes son eficientes o no, sencillamente cuando vives en Venezuela nada funciona como debería y es para locos entender cómo funciona la economía o el comercio allá, y eso por mencionar lo económico. Así que ese proceso de adaptación, es algo necesario que asumí estando fuera de suelo llanero, porque estando allá sencillamente todo lo daba por sentado.
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Sentirse desorientado, fuera de lugar, o sentirse desubicado en un país que a pesar de hablar el mismo idioma, a veces es difícil entenderse, es totalmente normal. Solo hay que entender que todo cambio lleva consigo un proceso de adaptación.
2.- Soltar para avanzar
Cuando entendí lo anterior, descubrí que también debía soltar todo lo que me ataba a ese sentimiento melancólico que no me dejaba disfrutar a veces, de lo que sucedía a mi alrededor.
Y es que hay que entender que la mayoría de venezolanos esparcidos por el mundo salimos motivados por razones muy diferentes a la mayoría de migrantes de otros países.
Nosotros salimos por una mera necesidad de escapar de un sistema totalitario que te cierra las posibilidades a vivir dignamente. Desde ese punto, para el migrante venezolano es muy difícil soltar sus raíces, sus querencias. Culturalmente, no estamos acostumbrados a eso.
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De tal manera que esta aventura que ha significado el salir de Venezuela, además de la adaptación a otras culturas, a otras maneras de pensar y de ver la vida en general, me ha enseñado también a soltar ese sentimiento de melancolía que me ocasionaba a veces el tema de Venezuela, y darle paso a mantener un recuerdo presente de alegría que me permitiese disfrutar el presente y el ahora.
Y ese “presente” y ese “ahora” es acá en el Perú. Otro aspecto no menos importante que he puesto en práctica, sobre todo en suelo peruano, es la humildad.
3.- La humildad, el motor para la adaptación
La humildad es una de esas grandes enseñanzas de vida, que si no la aprendes migrando a otros países, no la aprendes jamás.
Resulta chocante ese grupo de compatriotas venezolanos que viven exaltando lo que fueron en Venezuela y subestimando la labor que hacen ahora. Se miran a sí mismos con un aire de superioridad, pero sienten vergüenza de lo les toca vivir ahora.
La humildad radica, justamente, en asumir el reto fuera de tu país, fuera de tu zona de confort, haciendo lo mejor posible a la hora de trabajar. La humildad, según como me la ha enseñado toda esta aventura migratoria, es demostrar con mis acciones, que estoy aquí, haciendo lo que puedo para ayudar a los míos, de manera honrada y sin faltar a mis valores y principios.
4.- Tolerancia, la práctica más difícil de sortear
Y una cosa me lleva a la otra, la humildad me lleva a la tolerancia que, definitivamente, es otra de esas grandes enseñanzas que en este tiempo he tenido. Y de todas, creo que es una de las practicas más difíciles porque significa lidiar con muchas cosas que, ciertamente en Venezuela, no tenia necesidad alguna de afrontar. Como los temas de xenofobia, por ejemplo.
De hecho, yo desconocía esa palabra y la vine a conocer justamente estando afuera. Pero también, la tolerancia radica en lidiar con ciertos estigmas que se han creado a raíz de la migración, y es el hecho de asumir que todas las mujeres venezolanas son “fáciles” o de la “vida alegre”, y pensar equivocadamente que tratando de deslumbrar a una, van a obtener “otros favores”. Ciertamente, en Perú no me ha sucedido. Pero me pasó en Colombia y fue muy, pero muy humillante.
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5.- El valor de la familia
Pero en toda esta experiencia de cosas que he aprendido desde que decidí salir de suelo caribeño, la que más me ha sorprendido es el inmenso valor que se le he dado a la familia. El tener una distancia tan larga, hace que definitivamente valores con una vara muy alta, esos pequeños momentos en que puedes ver reunidos en una videollamada a los tuyos. Y sinceramente, hay que agradecer a tanto adelanto tecnológico que hace posible lo anterior, porque de otra manera sería muy triste la experiencia de salir de Venezuela, y de cualquier otra parte.
De momento, estas son solo algunas lecciones de vida, que me han marcado más como migrante venezolana. Desde luego, cada uno tiene sus propias experiencias, sus propios desafíos.
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