Por: Miguel Ramírez/Periodista de investigación*
Hasta ayer, los candidatos presidenciales Pedro Castillo y Keiko Fujimori se disputaban ardorosamente los votos rurales y del extranjero. Nada está dicho, aunque el postulante de Perú Libre tiene una ligera ventaja.
Gane quien gane, la decisión ciudadana tiene que respetarse. Ahora queda dejar a un lado los odios y ataques, llamar a la serenidad y apoyar al ganador o ganadora.
El probable triunfo de Castillo, sin embargo, nos depararía tiempos difíciles, por sus propuestas electorales: estatizar, nacionalizar empresas, cambiar a la mala la Constitución, tomar el control de los medios, entre otras amenazas.
Pero, además, por la influencia que tiene sobre su persona el sentenciado por corrupción Vladimir Cerrón, dueño de PL, su mentor y quien lo puso de candidato presidencial.
Este columnista nunca se comió el cuento de que ambos estaban distanciados, como querían hacer creer Castillo y sus allegados. “Al señor Cerrón no lo van a ver ni como portero en ninguna de las instituciones del Estado”, dijo en un momento.
Pero el domingo, Cerrón reapareció muy campante. Cuando le preguntaron por qué estuvo escondido, dijo que había estado muy ocupado dirigiendo la campaña de Castillo en Lima. Luego se mandó un rollo contra la ‘oligarquía’ limeña.
De ser declarado ganador, lo primero que tendrá que hacer Castillo es un deslinde claro y público con Vladimir Cerrón. ¿Podrá hacerlo o tendrá temor de caer en desgracia o que le saquen a la luz algún secreto desconocido?
Cerrón es un dirigente astuto, tiene una amplia y dilatada experiencia política, se declara ‘marxista, leninista, mariateguista’, maneja contactos con líderes de gobiernos nefastos como Venezuela y Cuba, y no ha ocultado su objetivo de implantar una ‘dictadura del proletariado’ en el país.
Castillo tendrá que entender, asimismo, que lo más importante que necesita el país es luchar contra la pandemia y la reactivación económica, más allá de su planteamiento inconstitucional de convocar a una asamblea constituyente para reformar la Constitución.
De ganar Keiko, la situación también se torna incierta por su carácter autoritario y el pasado controvertido de varios integrantes de su entorno. Si triunfa, la vida le dará una oportunidad para resarcirse con el país por las tropelías y abusos que cometió en 2016 con su poderosa bancada de congresistas, que sumieron al país en hondas e innecesarias crisis políticas.
El país ha quedado partido en dos, la zona andina (siempre olvidada) y la urbana. Pero las elecciones ya acabaron. La vida continúa. Aunque suene retórico decirlo, por todo lo que ha pasado, ahora se necesita tender puentes, buscar consensos, coincidencias, mirar hacia adelante.
Como bien dice el lúcido politólogo Alberto Vergara: “El 28 de julio todos tenemos que seguir aquí. Nadie va a ser expulsado, nadie va a ser detenido, nadie va a ser reprimido. Tenemos que encontrar un sitio para convivir todos en este país”.
Nos vemos el otro martes.
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