“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba de espaldas, sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y color pardo oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas sí podía aguantar la colcha, que estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación al resto de su cuerpo, se agitaban impotentes”.
Así empieza la novela ‘La metamorfosis’, del checo Franz Kafka, cuya muerte se produjo un día como hoy, hace 100 años.
Quienes la han leído o conocen la historia se habrán preguntado en qué bicho se convirtió Gregorio Samsa. Muchos traductores lo asocian con una cucaracha.
Sin embargo, para el escritor y apasionado de la entomología (estudio de los insectos) Vladimir Nabokov, de la cucaracha solo tiene el color marrón pardusco.
Explica que la cucaracha es plana, con patas grandes, y Gregorio no es plano; es convexo, en vientre y espalda, y sus patas son pequeñas.
Nabokov pensó que esa forma y color, más el lomo duro y las mandíbulas fuertes, son propias de algún escarabajo.
Aunque, por su tamaño, un metro de longitud (más o menos), es tan pesado que sus patas no podrían sostenerlo, ni siquiera podría moverse. Incluso, se cuenta que la criatura abre y cierra los ojos o respira por sus orificios nasales, dos cosas imposibles en los insectos.
En conclusión: ni cucaracha, ni escarabajo. El de Kafka es un escarabajo irreal, semihumano, una creación que expresa sentimientos de soledad y aislamiento.
De Franz Kafka deriva la palabra kafkiano. Kafkiano es un término usado como adjetivo para definir situaciones marcadas por su carácter absurdo, arbitrario, angustioso, extraño, frustrante e incomprensible.
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