
Con el crecimiento, los niños adquieren habilidades que les permiten ser más independientes y llegar cada vez más lejos en el horizonte. Pero estas conquistas implican mayores riesgos para los pequeños y también para sus padres, que se la pasan en todo momento evitando que se maten.
Y es que parecen no tenerle miedo a nada. En un descuido, los encuentras trepados en las barandas de las escaleras, colgados de la ventana, subiéndose a una mesa o jugando con los cuchillos. Son una preocupación constante.

Aventurero
Normalmente, a partir de los dos o tres años un niño se vuelve un aventurero y se da cuenta de que tiene un mayor margen de acción. Eso lo hace actuar de manera arriesgada, sin medir las consecuencias.
El papel de los padres es promover independencia, pero al mismo tiempo observar qué hacen los chicos, manteniéndose siempre dispuestos a protegerlos de peligros que no puedan manejar. Es un equilibrio difícil de mantener, pero hay que esforzarse, advierten los expertos.
Hablar con ellos sobre las consecuencias de sus acciones y orientarlos para que hagan las cosas mejor, los ayudará a darse cuenta del peligro que acarrea comportarse con imprudencia.
Datito
Promover el miedo con historias exageradas equivale a rodear al niño de letreros de advertencia e invitarlos a la inacción. Solo mantente alerta y actúa cuando tengas que hacerlo.
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