
Las familias no solo transmiten valores, amor y recuerdos: también heredan silencios, miedos y heridas no resueltas.
Desde la psicología clínica, observamos cómo ciertos patrones emocionales se repiten de generación en generación: madres que repiten la frialdad de sus propias madres, padres ausentes que también fueron hijos ignorados, dinámicas de control, dependencia, culpa o sobreprotección que se normalizan.

Estas heridas familiares muchas veces no se nombran, pero se sienten: en la forma en que amamos, nos vinculamos o nos saboteamos.
Sanarlas no implica señalar culpables, sino reconocer que lo que un día dolió merece ser mirado con conciencia y compasión. Cada persona que decide hacer terapia, poner límites, criar diferente o perdonar desde la comprensión, está cortando una cadena y abriendo una nueva posibilidad.
Las heridas que se heredan también se pueden sanar, y al hacerlo, no solo nos liberamos y también a las generaciones que vendrán.
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