El Chato Matta llegó al restaurante por su escabeche de bonito con su huevo duro y aceituna. “María, llegó a visitarme mi sobrino, el flaco Toñito. ‘Tío, en las redes inundan los anuncios invitándote a ‘privaditos’ y ‘fiestas Covid’, en locales secretos y en playas. Pero tú sabes, tío, que yo no celebro el Día de los enamorados por lo que me pasó, un fatídico 14 de febrero del año pasado, con mi enamorada Adelita’.
Cómo no me voy a acordar, si yo tuve una participación decisiva en ese terrible episodio, que volvió a mi sobrino un muchacho amargado y resentido. Pero sobre todo, desconfiado en el amor. No siempre fue así. Era un chico enamorado de la vida.
Para él solo existía Adelita, su espectacular enamorada. Cuando la llevó a su casa, el día de las bodas de plata de sus padres, que se celebró con un tremendo rumbón, la guapa jovencita se comportó como una chica muy seriecita que no tomaba licor: ‘Por favor, agua mineral, un cafecito que tengo frío’, se excusaba.
Cuando la saqué a bailar medio que se palteó. ‘Señor Matta, disculpe, pero no sé bailar muy bien, así nomás no voy a fiestas’. Al día siguiente todos estaban felices con Adelita. ‘Esa chica es ideal para que se case con mi Toñito’, sentenció su madre.
El Día de los enamorados, me contó luego mi acongojado sobrino, llamó a su flaquita para planificar dónde iban a celebrar su día. Él pensaba llevarla a cenar a una exclusiva pizzería barranquina. Pero ella le contestó con voz de enferma: ‘Mi amor, estoy con 39 de fiebre, tengo escalofríos. Por favor, prométeme que te vas a quedar en tu casa y no te vas ir a celebrar con tus amigos, los borrachos’.
Toñito le juró que se iba a meter una maratón de Netflix e iba a rezar por ella. María, justo esa noche me fui con Pancholón y las ‘bandidas’ del Callao a la ‘Casa de la Salsa’, en La Victoria. Jenifer, mi pareja, me codeó y me dijo ‘mira a esa flaca’, y me señaló el box más exclusivo.
Allí, una espectacular jovencita bailaba encima de la mesa y se le veía todo con una minifalda de infarto. Le hacía un baile hot a un tío de barba. Luego, el tío abrió una botella de whisky etiqueta dorada, la más cara del local, y le sirvió un vaso lleno, y la chica se lo tomó todo de un sorbo como si estuviera en el desierto del Sahara.
Cuando la vi de cerca ¡era Adelita, la inocente y casi santa enamoradita de mi sobrino! ¡¡Y estaba chapando con el tío que parecía narco!! Justo pasó la tía que vendía cigarros. Le pregunté por Adelita.
‘Pucha, esa chica es una bala. Solo llega con tíos billetones y su especialidad son los bailes calientes’. Al toque timbré a mi sobrino. ‘Mira y nos arrancamos. No te rebajes ni escuches las mentiras que te va a decir’. Felizmente mi sobrino me hizo caso y la sacó de su vida”. Pucha, qué tal historia. Caras vemos, corazones no sabemos. Me voy, cuídense.